domingo 8 de diciembre de 2024
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Federico García Lorca | El Titiritero, el Poeta, el Hombre libre y sus lugares en la ciudad de Salta

Tras hacer un sentido repaso por la trágica historia del poeta andaluz durante la Guerra Civil española, la autora nos invita a recorrer los lugares públicos de España y Salta que fueron dedicados al poeta. (Raquel Espinosa)

Manuel Rivas es un escritor gallego nacido en La Coruña, España, que desde muy joven escribió en periódicos, publicó poesías y cuentos como “La lengua de las mariposas” y recibió numerosos premios por su obra narrativa que incluye relatos y novelas. En una de ellas, Los libros arden mal, el narrador comienza a contar una historia anclada en la ciudad portuaria de La Coruña y en los sucesos acaecidos el 19 de agosto de 1936, fecha en que un diario, El ideal gallego, inserta entre sus artículos la siguiente expresión: “A la orilla del mar, para que el mar se lleve los restos de tanta podredumbre y de tanta miseria, la Falange está quemando montones de libros”.

Unas páginas más adelante, el narrador evoca los últimos fuegos que se habían prendido en la ciudad, las hogueras de San Juan, y aclara que el destino de esos fuegos era asar el pescado –las sardinas- y espantar los maleficios. Para eso los habitantes también debían cumplir con otro rito: saltar la hoguera siete veces. Esa escena positiva, festiva, que tiene como centro a las fogatas se contrapone con aquellas otras que empezarán a replicarse en La Coruña con el fin de quemar libros. En los comienzos de una de las luchas más crueles en tierra española, como lo fue la guerra civil iniciada en 1936, las primeras víctimas serán los libros, violencia simbólica y antesala de la consiguiente masacre. Ese 19 de agosto se quemarían miles  de libros considerados peligrosos para el nuevo régimen, entre ellos, muchos de los publicados por la Editorial Nós, adonde concurrían republicanos galleguistas y cuyo editor era Ánxel  Casal, Alcalde de Santiago de Compostela que por esa época estaba preso en un calabozo.

Tomando distancia de su propio discurso y jugando con los enfoques y puntos de vista, el narrador expresa: “Si alguien, algún día, escribiera esa historia de la quema de libros en Coruña, podría añadir una anotación no gratuita. Ánxel Casal y Federico García Lorca fueron asesinados aquella misma madrugada. El editor gallego en una cuneta, a la salida de Santiago, en Cacheiras, y el poeta andaluz en el barranco de Víznar, en Granada. A la misma hora y a mil kilómetros de distancia”.

Ese mismo año, nos recuerdan los biógrafos de Lorca, también muere Miguel de Unamuno, preso en su casa, y se produce el exilio de gran parte de los artistas españoles, como por ejemplo, Manuel de Falla que moriría siete años después que su amigo Lorca, en Buenos Aires, sin volver a ver su país natal.

La muerte de Federico es una herida que no cierra y todos los actos que se realicen en su  memoria seguirán transmitiendo su legado más precioso: el de sus palabras y sus libros, esos que no pueden morir aunque las balas y las hogueras se afanen en su macabra empresa.

En 1980, para conmemorar el 82° aniversario del nacimiento de Federico García Lorca, las autoridades y el pueblo de Fuente Vaqueros, localidad en la que el poeta nació, inauguraron una escultura costeada por suscripción popular en todo el mundo. La prensa española destacaba, en esa época, que se trataba del primer monumento público que se erigía en España a la memoria del autor del Romancero Gitano. También aclaraba que los homenajes habían sido encabezados por su alcalde, Francisco Martín, del PSOE, con la intención declarada de “dar forma permanente a la presencia significativa de todo cuanto Federico representa para la cultura del pueblo andaluz y su trascendencia internacional”.

Muy cerca de esa escultura se encuentra el Museo Casa Natal del poeta, sobre la calle que también lleva su nombre. En el año 2010, es decir, 30 años después, en Madrid se erige otra estatua en la plaza de Santa Ana, próxima al Teatro Español.  El poeta está representado aquí, de pie, vestido con traje de chaqueta y sujeta entre sus manos una alondra a punto de volar. Finalmente puede citarse como otro espacio simbólico al barranco de  Víznar, donde se cree que están enterrados los restos del poeta junto a otras víctimas de la Guerra Civil. Allí, un monolito reza: “Lorca eran todos”.

En nuestra capital salteña también hay espacios que se eligieron para recordar al poeta granadino. Así es de destacar el homenaje llevado a cabo por la Sociedad Española de Socorros Mutuos de Salta que bautizó con el nombre de Federico García Lorca al salón cultural donde en la actualidad se dictan clases de baile. Una placa fue colocada en el centenario de su natalicio, es decir, en el año 1998. El otro lugar que lo evoca está en la plaza principal. Allí, en la plaza 9 de Julio, se erige la glorieta a la que en agosto de 1986 la Municipalidad de la ciudad, a través de la entonces Dirección General de Cultura, y la Unión de Marionetistas Argentina, Zona N.O.A, le impusieron el nombre: FEDERICO GARCÍA LORCA. En la placa conmemorativa se lee el epígrafe: “Si muero, dejad el balcón abierto” y aparecen tres epítetos que obran como magistral síntesis de la biografía de Federico: “Titiritero-Poeta-Hombre libre”. Los dos espacios son símbolos importantes que ineludiblemente debían homenajear al poeta. La Sociedad Española porque nucleó, desde sus orígenes, a los emigrantes/inmigrantes españoles y la plaza 9 de julio, lugar central y uno de los más populares. Un tercer espacio sin estatuas ni placas pero con innegable valor simbólico lo constituye cada una de las bibliotecas particulares y públicas que contenga alguna de las obras escritas por el poeta.

Más allá de los espacios físicos que las ciudades erigen se encuentran los espacios íntimos, los de las mentalidades y los sentimientos, aquellos que nos permiten levantar nuestros propios monumentos. La relectura de su obra y el disfrute de la misma sin miedos y sin culpas es una forma de homenaje. La relectura de su vida, de su pasión y su muerte es otra forma de homenaje, una de las vías para entender la complejidad de las relaciones humanas y lo difícil que a veces resulta ejercer el derecho a ser un hombre –o una mujer- auténticamente libre. A modo de cierre transcribo en forma completa el poema de Lorca del que se extrajo el primer verso impreso en la placa que figura en la glorieta de la plaza 9 de julio.

DESPEDIDA

Si muero,
dejad el balcón abierto.

El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo).

El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento).

¡Si muero,
dejad el balcón abierto!

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