Más allá de un juego aparentemente frívolo, la vestimenta de las tapadas puede leerse en clave de luchas para alcanzar la libertad. (Raquel Espinosa)
Las tapadas, cobijadas o encubiertas, según las distintas denominaciones que se les dio a las mujeres que cubrían su rostro y su cuerpo con la saya y el manto, estuvieron asociadas a la coquetería, las prohibiciones y la seducción. Eso es lo que afirman la mayor parte de los autores que tratan sobre el tema. Esta puede ser una primera lectura sobre la vestimenta de las tapadas. Si consideráramos, desde una perspectiva semiológica, a la saya y al manto -sobre todo este último- en sí mismos, es decir, sin sus portadoras, las mujeres que los usaban, esa ropa descripta en distintos artículos y por diferentes especialistas, no nos transmitiría una información relevante, porque se trataría de “una lengua en estado puro”, según lo plantea Roland Barthes en su tratado La aventura semiológica. Le faltaría “la ejecución individual de las reglas de la moda” que sólo podrían llevar a cabo -en el caso sobre el que aquí reflexionamos- las mujeres de Lima. La “lengua” de la moda limeña se estableció a partir de un grupo de decisión que elaboró voluntariamente un código para identificarse, para diferenciarse, para mostrarse y ocultarse simultánea o sucesivamente. Las mujeres lograban esto haciendo gala de la versatilidad que necesitaban para sobrevivir en el ambiente colonial de la famosa ciudad de los virreyes. Desde el momento en que el sayo y la manta visten el cuerpo de las limeñas, estas prendas dejan de ser “lengua en estado puro” para convertirse en “hablas” individuales, provistas de libertad combinatoria y funcional. Esas mujeres “hablaban”, como es lógico suponer, a través de su indumentaria y ésta se convertía, a su vez, en un sistema de signos y mensajes múltiples y variados. Algunos de esos mensajes tenía que ver con la seducción o los hechizos, amarres logrados con el sayo y el manto.
Sin embargo, más allá de un juego aparentemente frívolo, la vestimenta de las tapadas puede leerse en clave de luchas para alcanzar la libertad.
En la serie Bolívar, coproducción de Netflix y Caracol, escrita por Juana Uribe y estrenada en 2019, se narra la vida del libertador venezolano Simón Bolívar y, en el episodio número 30, en una de las escenas ambientadas en Lima, Perú, podemos escuchar a Manuela Sáenz, una de las protagonistas, discutiendo con su esposo porque quiere concurrir sola a una fiesta y él no está de acuerdo. “Esto no es Quito. En Lima las señoras no salen sin su marido…” argumenta él. Ante esta negativa, ella sale, a escondidas, acompañada de su esclava con el fin de visitar a Rosita Campuzano. Para que nadie las reconozca, ambas se envuelven el rostro con el característico mantón y acuden a un lugar donde descubren al marido de Manuelita resolviendo oscuros asuntos de negocios; se trata de una chichería, “la chichería de Blanquita”, un espacio de hombres fundamentalmente y al que ellas sólo pueden ingresar con sus disfraces. Es la primera aparición de una tapada en la serie. Luego, casi al final del episodio 33, en el mismo escenario, es decir, en la ciudad de Lima, puede verse a otro personaje con el disfraz de la tapada. El manto encubridor en este caso es de color gris, engalanado con flores de vivos colores en sus bordes y con flecos. Queda así demostrado que se trata de una prenda femenina para mostrar, para ostentarla y, paradójicamente, está habilitada para esconder la identidad de quien, en este caso, va a casa de Manuelita Sáenz. La nueva tapada es la propia Rosita Campuzano Cornejo, apodada “La Protectora” por ser la amante del General José de San Martín, “Protector del Perú”. En la serie de Netflix esta mujer va a casa de Manuela para informarle que su marido la engaña. En el episodio siguiente, el 34, ambas mujeres que ya se han hecho amigas, van por el centro de Lima cubiertas con los mantos. En las calles se cruzan con otras mujeres, también portadoras de similares atavíos. El de Manuelita es de color negro con bordados y flores blancas. Los modelos se destacan en la escena donde estas mujeres son las protagonistas indiscutidas y nos remiten, consecuentemente, a otras mujeres: las costureras, bordadoras y flequeras que los construían, por lo que el mantón implicó también una fuente de trabajo y no sólo un elemento decorativo.
El último episodio de esta serie en el que aparece el tema en cuestión es el 35. En este caso, es un hombre el que, para huir de sus enemigos, debe vestirse de tapada. Esto nos da una idea de cómo el traje original de la saya y el manto podía resguardar la identidad de quien lo portaba. La escena, además, brinda un comentario de por sí muy elocuente, pues al quejarse el embozado de que no puede respirar a causa del manto, Manuelita le espeta: “_ Bueno, ya sabe lo que se siente ser una mujer en Lima”.
Las tapadas, íconos de la belleza femenina limeña, se convirtieron en mitos y fueron añoradas con nostalgia por algunos y denostadas por otros a través de la historia.
En El general en su laberinto, Gabriel García Márquez narra una escena en la que Bolívar recibe un mensaje insólito de una mujer con instrucciones para que fuera a encontrarse con ella en un día y a una hora determinada. El narrador expresa que “Escaparse a pie para una cita incierta, de noche y sin escolta, era no sólo un riesgo sino una insensatez histórica. Pero con todo lo que él apreciaba su vida y su causa, cualquier cosa le parecía menos tentadora que el enigma de una mujer hermosa” (1989: pág. 86). Se trataba de Lyndsay Miranda, quien concurrió a la cita vestida de tapada con el propósito de quitarse el velo para hablar con él, una vez que no estuviera en riesgo de ser reconocida en la calle. No iba sólo en busca de una aventura amorosa; llevaba el propósito de pedirle un favor al general para liberar al padre de sus hijos que estaba preso. Miranda y el general se habían conocido quince años antes en Kingston donde ella le salvó la vida en un intento de asesinato y desde donde él escribió La Carta de Jamaica.
En ese documento de carácter histórico, Bolívar escribió: “El velo se ha rasgado: ya hemos visto la luz, y se nos quiere volver a las tinieblas; se han roto las cadenas; ya hemos sido libres; y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavisarnos. Por lo tanto, la América combate con despecho; y rara vez la desesperacion no ha arrastrado tras sí á la victoria”. (1815-2015: pág. 11). [se respeta la ortografía original].
Emerge de entre estas palabras un continente disfrazado de tapada decidido a dejar las prendas del disfraz para mostrarse tal cual es, libre de prejuicios y ataduras, en busca de su destino, tal vez emulando a aquel colectivo de mujeres que con la saya y el manto o con las ropas masculinas de los ejércitos patriotas contribuyeron a concretar el sueño emancipador. La historia y la literatura, como parte del ejército libertador, siguen la marcha con escrituras y lecturas cada vez más inclusivas y abiertas, con el único fin de caminar hacia donde cada uno cree que está la luz.