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El San Martín que muchos no quieren imitar | Contra el extranjero agresor todo, contra los argentinos nada

Se cumple un nuevo aniversario de la muerte del político y estratega militar. Aquí repasamos su arribo al país para sumarse a la revolución, el Plan Continental que liberó a un continente y de cómo se negó a usar su sable para matar argentinos. (DA)

Tras varios años viviendo en Europa, José de San Martín volvió a nuestro país en marzo de 1812 para sumarse a la gesta de la independencia. Así lo informó el diario La Gaceta de Buenos Aires del 14 de marzo de 1812. La noticia se estampó en la última página de ese medio que precisaba el nombre de la fragata –la George Canning– en la que venían varias personas dispuestas a servir al proceso surgido en mayo de 1810.

Entre ellos había un tal José de San Martín. Casi nadie sabía que había nacido en Yapeyú en 1778; que ocho años después partió junto a su padre hacia España para ingresar al Seminario de Nobles de Madrid; que ingresó a la carrera militar en Murcia por 1789, que su primer batalla fue en el norte de África o que el grado militar con el que arribó a Buenos Aires fue producto de una destacada actuación en la batalla de Baylén en julio de 1808, cuando las tropas de Napoleón, en la península ibérica, sufrieron el primer revés serio en el país que habían ocupado a nombre de los ideales de la revolución francesa de 1789.

Los servicios militares que San Martín prestó a España no le impidieron ingresar a logias que apoyaban la independencia en América del Sur. Fue este accionar clandestino la que posibilitó su viaje a Inglaterra en 1811 en donde se relacionó con otros masones del Río de la Plata, encuentros que fueron la antesala del viaje de 50 días que el diario La Gaceta terminó informando aquel 14 de marzo de 1812.

Después la historia es más conocida. Un Triunvirato le encomendó crear un escuadrón devenido en los Granaderos a Caballo al que formó en las modernas técnicas militares del viejo mundo. El bautismo bélico de ese cuerpo fue en la actual localidad santafesina de San Lorenzo donde un soldado negro, que las revistas Billiken presentaba como criollo, lo salvó de la muerte a costa de su propia vida. Luego vino el encuentro con Belgrano y un Ejército del Norte diezmado por años de batallas. Ejército que debía quedar a cargo del propio San Martín quien concluyó que una guerra definitiva con los realistas era imposible por el actual norte del país.

Fue entonces cuando diseño el Plan Continental que buscaba asegurar la independencia peleando en el territorio enemigo: primero en Chile y luego en Perú. Así fue tomando forma su etapa más gloriosa: el cruce de los Andes, las batallas en Chile y el viaje por mar hacia Perú dejando atrás toda una serie de disputas, controversias, esfuerzos y desencantos con los que encabezaban el gobierno del país que se estaba formando.

En Perú, sus políticas de unir fuerzas con Bolívar para terminar de una vez con los realistas fueron vanas. Del encuentro con el venezolano en Guayaquil no hay documentos directos de los protagonistas, aunque la tradición oral luego traducidas al papel sugieren que ninguno estaba a gusto con el otro. Que San Martín se convenció de que molestaba a Bolívar y que el ejército del venezolano no entraría al Perú mientras el argentino que había cruzado los Andes estuviera allí. San Martín decidió partir y como última medida de gobierno en tierra incaica convocó a un Congreso para luego abandonar el país de los Incas en septiembre de 1823.

La situación política chilena le adelantó el escenario que encontraría en el nuestro: internas insalvables. Había transcurrido poco más de una década desde su arribo en el George Canning y decidió partir hacia Francia para dedicarle tiempo a una hija que ya había perdido a su madre cuando él andaba batallando en tierras latinoamericanas. Sólo en 1829 intentó volver, aunque los años no habían atemperado las disputas internas y decidió permanecer en Montevideo. Desde allí zarpó a Francia definitivamente para morir el 17 de agosto de 1850. Había prometido no ensuciar su sable con la sangre de hermanos. “Él era el guerrero de la soberanía nacional, vivió obsedido por echar a los españoles de América y por mantener su sable limpio de sangre criolla”, escribió alguna vez el genial José Pablo Feinnman

Fue el mismo Feinnmann quien relata pormenores del “no desembarco” en febrero de 1829. San Martín sabía que unos meses antes, un ex subordinado suyo de apellido Lavalle, utilizó a los veteranos del Ejército de Los Andes para derrocar y fusilar al gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego. Se trató de un golpe político-militar que puso al Ejército al servicio de las facciones internas. La guerra civil era inminente y San Martín comprende que desembarcar supondría sumarse a una guerra civil y poner al ejército que liberó al país y al continente al servicio de la burguesía porteña en contra de las provincias. Fue Lavalle quien terminó asumiendo la sucia tarea cuando San Martín decidió no desembarcar. Lavalle se hunde en las contiendas ordenando arrasar la campaña de Buenos Aires, cazar indios y federales a quienes ata de las bocas de los cañones para luego hacer fuego. Lavalle había sido un gran militar del Ejército Libertador y famoso por sus cargas de caballería, pero termina como militar represor de una guerra sucia.

San Martín eligió el océano, la distancia y no el desembarco en la patria convulsionada. En su testamento lega su sable a Juan Manuel de Rosas por las luchas del Restaurador contra ingleses y franceses. El viejo revisionismo histórico quiso ver en el gesto un respaldo a la política de Rosas. Algunos creemos que no. Es claro que San Martín solía criticar las políticas rosistas mientras vivió en el viejo continente e incluso recibía a figuras abiertamente anti rositas como Juan Bautista Alberdi o Domingo Faustino Sarmiento. Pero la bendición de San Martín a Rosas existió y el legado de su sable al llamado “Restaurador” era un reconocimiento por su guerra contra el agresor extranjero.

Tiene sentido. San Martín vivió obsesionado por la soberanía del territorio nacional que inmortalizó aquella frase enorme: “Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar; cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada”.

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