Una visita al clásico programa de radio La venganza será terrible. Una experiencia teatral donde el tiempo no se detiene sino que va su propio ritmo.
Para un provinciano, ir a ver La venganza será terrible en Buenos Aires es motivo de celebración. Quizás para los porteños sea algo más parecido a ir a tomar el colectivo o comprar el pan. Algo que está siempre ahí, a mano. Encima es gratis, no como en las provincias, donde el espectáculo suele realizarse con entradas nada baratas destinadas a cubrir los gastos necesarios para llevarlo hasta allí. Entonces, hacer la fila una fría noche de invierno en la vereda del Centro Cultural Caras y Caretas, en pleno San Telmo, ya es el comienzo del disfrute.
“¿Esta es la cola para ver a Dolina?”, se pregunta a la última persona que forma esa espera de media hora hasta que las puertas se abran. Porque así como Videomatch, Ritmo de la Noche y Showmatch fueron y serán los programas “de Tinelli”, La venganza será terrible también será eternamente el proyecto de Alejandro Dolina, el único miembro que se mantiene desde los inicios, hace tres décadas. Desde entonces pasaron varios: Gabriel Rolón, Jorge Dorio, Elizabeth Vernaci, Guillermo Stronatti, Coco Sily, Gabriel Schultz, entre otros, pero Dolina siempre es el timón y el cerebro, el único que representa el espíritu completo del programa.
Hoy, que el programa se transmite por AM 750 de lunes a viernes a la medianoche y a las 20, Dolina está con Patricio Barton y Gillespi como acompañantes casi permanentes y el Trío Sin Nombre (que integran sus hijos Alejandro y Martín y el guitarrista y cantante Manuel Moreira) para el segmento musical. Y si bien Barton es casi un cover del fundamental paso de Rolón por el programa durante los 90 y los primeros años de los 2000, su aporte sólo es complementario, de apoyo para Dolina, que desplega todo el arsenal de intereses que lo conforman: la música, la historia, el fútbol, la literatura, el humor más Les Luthiers que Midachi y ante todo una forma de pararse en el mundo. Una visión política desde el pensamiento.
El programa de Dolina condensa en menos de dos horas un abanico de inquietudes que no sólo intentan parar la pelota y reflexionar sobre un tema en particular, sino que también van a un ritmo diferente a la de estos tiempos. Eso no significa que La venganza atrase, sino que no necesita adaptarse a los gustos y costumbres actuales. ¿Dónde más se va a poder hablar mal del periodismo deportivo en pleno Mundial de fútbol y luego invertir cinco minutos (demostración con teclado incluida) para mostrar el formato clásico de estructura de las canciones populares? ¿Es un pastiche incoherente o forma parte de una forma de mirar? Se puede encontrar esa misma visión en los libros, especialmente en el fundamental Crónicas del Ángel Gris.
El programa de Dolina es algo que está tan cerca que nos acostumbramos a su presencia, aunque para los de provincia sea sólo a través del éter. Como cantaba Cerati, lo hicimos tan nuestro que a veces lo olvidamos. Volver a escucharlo (y si se puede, presenciarlo) no sólo nos devuelve a las pasiones eternas sino que nos demuestra que vivimos en un mundo de cocción instantánea que se parece mucho a estar a punto de estrellarnos ante la nada.