«Hoy, empiezo a nombrarme como una artista indígena, una artista wichi», declaró la mujer en que vive en la comunidad La Puntana, a orillas del Pilcomayo. Fue reconocida en la Bienal de Venecia, expone en el Malba y vende en Arteba.
“Vive en el Chaco salteño, casi en el límite con Bolivia”. Así comienza una nota publicada en el diario La Nación y que reproduce una larga entrevista a la artista que en 2022 fue premiada en la Bienal de Venecia por Ifwala Iha I (Resplandor del sol), realizada en fibra de chaguar y punto antiguo.
“En la Ciudad de los Canales integra la exposición principal, Extranjeros en todas partes, convocada por el curador Adriano Pedrosa. Debutó en arteba en 2022 y en 2023 sus obras ya se vendían a más de 3000 dólares. En 2022 mereció el Premio adquisición de la Colección Ama Amoedo en la feria Pinta de Miami por su obra El ojo de los ancestros, tejida en lana de oveja y lana sintética, exhibida en la galería Remota, de Guido Yannitto y Gonzalo Elías. La primera wichi en Miami” continua la nota.
Alarcón cuenta con otra particularidad: su trabajo es colectivo con las mujeres del grupo Silät que reúne a una decena de integrantes que comenzaron a organizarse en 1989. “La acompaña y asiste su marido, Eduardo Solá, maestro de escuela. Y hay un eslabón fundamental en la conexión entre el monte y el mundo del arte: la curadora Andrei Fernández”, se destaca.
Al ser consultada sobre la experiencia en Venecia, Alarcón recordó que un viaje se frustró y cuando al fin pudo llegar “fue muy hermoso. Fuimos directo a ver las piezas en la Bienal y ahí nos largamos a llorar. Es muy emocionante ver todas esas piezas ahí. Ni siquiera se nos cruzó que podríamos estar ahí. Ni siquiera imaginé que podría estar un día viajando. Yo pienso que los tejidos también son un poco de esto: gritaron para ser escuchados a través de nosotras.
Alarcón también hizo referencia a los cambios que el reconocimiento genera en ella y en sus compañeras de tareas. “Un gran cambio también en mi vida personal, en la de mi familia. También, la de mis compañeras. Porque viajar es perderse por ahí casi un mes. Y a veces ellas se preocupan. Me dicen que son muchos días. Cuando llego recién se sienten bien, se acercan. Es toda una preocupación del grupo cuando salgo. Porque ellas ni se imaginan. Yo les cuento, estoy bien, estoy con Andrei y me cuida. Hay muchísima gente que nos cruzamos que son muy buenas, que nos cuidan. Lo que necesito siempre es fuerza para poder llevar todo esto. Siempre es un desafío para mí alejarme un poquito de la casa, de la familia, del monte. Estuve en mi casa tejiendo tranquila, esperando en algún momento poder vender una cartera y, de repente, ahora es estar en tu casa dos semanas y volver a viajar. Y preocuparte porque otras mujeres puedan tener ingresos”, manifestó.
Alarcón no dejo de explicar a leyenda wichí según la cual, las mujeres descienden de un hilo. “Se cuenta entre las comunidades del pueblo wichi que las mujeres, antes de ser mujeres, fueron estrellas. Y que bajaban a la Tierra en hilos de chaguar desde el cielo a visitar este mundo. Hasta que en un momento los hombres les cortan ese hilo. Y quedaron en este mundo como mujeres. Son historias que se transmiten desde la oralidad, hay tantas maneras de decirlo. Y también los matices que puede tener el idioma wichi, que los perdemos al traducirlos al español. La conexión con el chaguar viene desde antes de ser mujeres y cuando trabajan el chaguar vuelven a estar en contacto con ese ser estrella, con ese resplandor, con esa memoria que trasciende lo humano. Esta planta, esta bromelia, es parte del monte nativo del Chaco salteño. En otros lugares donde hay más presencia guaraní es llamada caraguatá. Una fibra muy noble que les ha permitido tejer desde tiempos inmemoriales, no sabemos desde cuándo, no sabemos cómo habrá empezado. Son esos misterios: ¿cómo alguien se da cuenta de que esa planta con hojas de espada, contorneada de espinas, adentro tiene esta fibra, que con cierto trabajo se puede transformar en hilo? Y ese hilo con ciertas torsiones y coreografías que se hacen en el aire puede construir una tela. Que esa tela puede crecer para cargar cosas y hacer redes de pesca. Historias, imágenes, colores, porque tienen dibujos que no son caprichosos. Están emulando, llamando u homenajeando a un ser vivo. Son fragmentos de seres vivos. Los diseños se llaman caparazón de la tortuga, huella del carancho, oreja de la mulita, ojos del jaguar, semillas del chañar. Eso es lo que está presente ahí. Tantos pueblos en sus tejidos están contando sus historias y son libros que saben leer. Silät, el grupo al que pertenece Claudia, significa en el idioma wichi mensaje o anuncio”, explicó.
“¿Cómo te sentís cuando tejés?” fue la última pregunta que le realizó la periodista María Paula Zacharías a la artista wichí que respondió lo siguiente: “Yo siempre viajo con un tejido y en un huequito agarro y tejo, en todos los viajes. En los hoteles. Y cuando llego a casa, me conecto con mi tejido. Me toca cuidar esa alegría de tejer que no me gustaría que nos las quiten. Porque tejer siempre ha sido nuestra alegría. Y una mujer cuando está mal se nota en su tejido”.