El cuento del creador de “La Cerrillana” narra un particular tipo de delito en la zona rural de Anta a fines del siglo XIX, pero pincela también el avance de la legalidad estatal en la frontera este de la provincia. (Raquel Espinosa)*
Según el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española, “cuatrero” es un adjetivo usado para describir al que hurta o roba cuadrúpedos. Deriva de cuatro, aludiendo a los pies de las bestias. Esta definición es ampliada por los profesores María Fanny Osán de Pérez Saez y Vicente Pérez Sáez en su Diccionario de Americanismos en Salta y Jujuy. Allí registran el término como sustantivo masculino que refiere al “ladrón de ganado en grande o pequeña escala, generalmente para comerciar con él”.
Las definiciones nos habilitan para interpretar el relato de Abel Mónico Saravia, “Los cuatreros”. El título sitúa al lector en un espacio literario acotado: el de las narraciones sobre delitos. En este caso, el autor pone en escena una falta muy común en el campo argentino, específicamente en la zona rural de Anta, en Salta, Argentina: el cuatrerismo. Si bien no hay referencias explícitas al tiempo deducimos, por el contexto, que los sucesos pueden haber ocurrido a fines del siglo XIX o principios del siglo XX pues se habla de leguas para medir distancias y se menciona el uso de los míticos wínchesters, por ejemplo. El escenario elegido resulta ideal. Anta ha ocupado durante siglos el primer lugar en la producción ganadera de la provincia. Para los propietarios de la zona, la tenencia del ganado resultaba difícil por muchos motivos: las enfermedades, el enmarañado y extenso territorio y los animales depredadores. Todo se tornaba más complejo a causa de la ausencia de marcas y la práctica del abigeato. La documentación proveniente de los Juzgados de Paz de muchas localidades anteñas dan cuenta de las difíciles relaciones entre vecinos de la entonces denominada “Frontera del Este” y entre éstos y los de provincias vecinas como Tucumán y Santiago del Estero.
En el relato de Abel Mónico Saravia el narrador protagonista es un joven subcomisario ad-honorem de 24 años, representante de la ley, del Estado y del “orgullo de varón”. Los cuatreros son “los malechores”, “los forasteros”, “los maleantes”, “nuestros oponentes”, en síntesis, los que están fuera de la ley y del orden institucional. Para poner en contexto el relato pensemos que el delito de los cuatreros es histórico, cultural, político, económico, jurídico y social pero sobre todo es literario. Como tal, articula sujetos, sus discursos, sus imaginarios y sus propios cuerpos, tanto los de los delincuentes como los de las víctimas y los de los justicieros. En el relato que nos ocupa los cuatreros proceden de “La Fragua”, localidad de Santiago del Estero, “donde eran respetados y temidos por propios y ajenos”. Se evoca el lugar como una especie de antro y símbolo de la impunidad, la corrupción y la deslealtad. Es una zona donde se instauró el delito y éste atravesaba todos los estamentos sociales. La Fragua, sin embargo, aparece también en el relato para mostrar otras facetas de la frontera. Allí los cuatreros eran admirados porque, en los carneos que organizaban, la comida y la bebida “eran motivo de placer para los habitantes de esas pobres regiones, obligados a comer casi todo el año carne de chivo, los que tenían, cuando no, a vivir de lo que les daba el monte”. El dato no es menor y permite ampliar las miradas.
Los cuatreros contaban con la complicidad de algunos funcionarios inescrupulosos y los “regalos” o “amenazas” obraban como dispositivos de persuasión. Era la forma en que se organizaban las relaciones de poder. En el relato las víctimas llevan las marcas de la desprotección y la inseguridad, vulnerables siempre. Cuerpos amenazantes versus cuerpos amenazados. Los representantes de la ley y sus seguidores se muestran precavidos pero seguros; buscan “darles merecido escarmiento” a los delincuentes. Cuerpos acorazados y listos para defenderse contra las amenazas.
Los bandidos del relato, antihéroes sociales y literarios evocan otros “gauchos malos” de la literatura argentina como Martín Fierro y Juan Moreira y otros cuatreros célebres o anónimos mencionados en las narrativas de Juan Carlos Dávalos y Federico Gauffín. En todos los casos y por diferentes motivos, los personajes coinciden en sus prácticas violentas. Los cuatreros roban ganado, asaltan a los campesinos y asesinan, como lo atestigua el puestero “que tenía una cuenta vieja que cobrarles por la muerte de un hermano suyo”. Son reconocidos delincuentes. Íconos de la violencia y la ilegalidad sostienen la confrontación con los representantes de la ley hasta el final.
En una escena casi de película el lector puede verlos salir de sus escondites tratando de huir: “Primero lo hizo uno, saliendo de atrás de un quebracho cerca de mí, ofreciéndose de pleno. Caminando de costado, sin dejar de disparar y hacia él enderecé mi Wínchester. Lo vi caer abrazando el arma y disparando su último proyectil al aire”. Los demás huyen y los perseguidores se acercan al muerto y lo dan vuelta. Descubren en su cuerpo catorce heridas de bala que no pueden explicar de acuerdo a sus últimos minutos de vida: “Ni una vacilación en el paso, como si nada tuviera”. Las palabras ponen en evidencia el coraje, la osadía de los cuatreros. Su resistencia, sin embargo, no es suficiente. Triunfa inexorablemente la legalidad estatal representada por el joven subcomisario, protagonista y narrador de los sucesos.
Fieles a sus respectivos destinos los otros cuatreros prosiguen su marcha y huyen heridos, “dispuestos a jugarse la vida” mientras los justicieros van tras ellos. Pronto los encuentran en una casa donde se habían alojado. Los rodean y los intiman a viva voz para que se rindan. Como no contestan violentan las puertas del cuarto y entran: “Allí estaban los dos, cada uno en su catre boca abajo y con el Wínchester debajo de la almohada. ¡Estaban muertos con los cuerpos acribillados a balazos!”
Los cuerpos acribillados de los cuatreros han sido puestos en situaciones límites, de vida o muerte, en muchas circunstancias, según las trayectorias que acreditan. Esa virilidad que ostentan los convierte en símbolos del poder masculino en la frontera. La antigua Frontera del Este. Frontera espacial que no tiene límites precisos y por donde transita una pluralidad de sujetos y culturas con lógicos encuentros y desencuentros. Frontera temporal que parece demorarse en los tiempos del pasado, negada a la modernidad y el progreso que se anuncian. Frontera imaginaria donde la realidad y la ficción siguen tejiendo historias y leyendas, como la de los cuatreros. “Cuatreros”, en plural y sin nombres propios. Situados fuera del trabajo honesto y productivo que desea instaurar el Estado provincial y nacional, los cuatreros se mueven en los intersticios, atacando y siendo atacados, huyendo siempre en la realidad y encontrando refugio en la ficción. Allí volverán a tomar sus armas, aún con sus cuerpos acribillados, y seguirán arriando ganado ajeno para volver a enfiestarse una vez más con los habitantes de La Fragua.
*La primera edición del cuento publicado en formato libro en el año 2023 con prólogo de Silvana Irigoyen.