El libro “El Gran Chaco”, le sirve a la autora para pincelar el capitalismo del siglo XIX. Uno que apeló a exploradores que conjugaron espíritu bélico y científico para lanzarse a la conquista de lo que ellos consideraron un “desierto”. (Raquel Espinosa)
La Frontera del Este ha sido un espacio explorado, estudiado y pensado de formas diversas a través de la historia y de quienes lo han conocido porque se adentraron en su territorio. También fue pensado por quienes lo diseñaron o lo soñaron, a través de su imaginación. Unos y otros han ido dejando distintas imágenes sobre esta región, al este de la provincia de Salta.
Interesante resulta en el caso de los exploradores citar a Luis Jorge Fontana y su libro El Gran Chaco. En la contratapa del mismo se transcribe parte de un telegrama enviado por el autor al entonces Ministro de Guerra y Marina, Julio Argentino Roca: “Estoy en Rivadavia. Queda el Chaco reconocido. He perdido mi brazo izquierdo en un combate con los indios del chaco pero me queda otro para firmar el plano del Chaco que acabo de terminar en esta exploración” (Fontana: 1977).
Las palabras de Fontana son portadoras de un sentido que tienen que ver con el contexto en el que se emiten, época de construcción del Estado Argentino. El autor era coronel del ejército y fue explorador, naturalista, cartógrafo, militar, gobernante y fundador de ciudades. Exploró tanto la Patagonia como el Chaco. Por eso, seguramente, Aníbal Ferrari que escribe el texto de la contratapa lo llama “el misionero de la civilización y el progreso de la República Argentina” y agrega: “Su brazo mutilado señala ya y para siempre el rumbo verdadero que seguirán las generaciones en busca de territorios feraces donde reunirse para constituir grandes pueblos…”
En otro contexto, no menos complejo y traspasado de contradicciones pero donde es posible escuchar otras voces y ensayar otras miradas, es decir, en la actualidad, el brazo de Fontana, cortado o perdido en el combate, se convierte en un símbolo para el discurso hegemónico que transforma al militar en héroe de la conquista del “desierto” mientras su brazo derecho, con el que diseña el mapa, es otro signo de poder con el que deja registrado el avance sobre territorio ocupado por los indígenas y su consiguiente apropiación. Fontana encarna en su relato el tópico del hombre de armas y letras pues su destino de hombre explorador y científico está estrechamente ligado con su tarea en el ejército y es un emblema del “progreso”, del “orden” y del sistema capitalista de fines del siglo XIX.
Fontana publica su libro en 1881 y su Plano del Chaco en 1882 que luego envía para su aprobación a Julio Argentino Roca. Esto es Geografía Política pues no hay una mirada ingenua sobre el espacio explorado. No sólo se hace la expedición para recabar datos y sistematizarlos sino para pensar el espacio desde una concepción imperialista y avanzar en él para extraer sus potenciales riquezas: las maderas, los minerales, la mano de obra barata para los negocios que poco a poco aparecerán… La expedición abre un camino rudimentario desde la óptica actual pero de gran valor para aquellos tiempos. Otros los imitarán en sucesivos intentos tendiendo nuevas carreteras, líneas para el ferrocarril y tratando de convertir en navegables los ríos que atraviesan el amplio y valioso espacio. El plano que entrega Fontana a las autoridades superiores es todo un símbolo en sí mismo que merece un análisis más detallado y que podría complementarse con los primeros censos poblacionales de la república.
Personalmente me conmueve la historia de Fontana, el fundador de Formosa, y su pasión por la tarea que realiza aunque no pueda disfrutar con euforia su relato. Creo que también hubiera sido interesante leer las historias de quienes combatieron contra él para acceder a la mirada de quienes, no sabiendo leer ni escribir, no pudieron contarnos otras historias. Tal vez ellos nos hubieran mostrado otros espacios con ojos de conocedores ancestrales de esas tierras que recién estaban descubriendo otros. Porque no hay una geografía sino más bien “geografías” en plural y porque ya no debería haber un protagonista en singular ni héroes; sería interesante también leer la historia de la región en clave de plurales.
Lo que queda así expresado sobre textos de carácter científico es aplicable al ámbito de la literatura. Y en este campo se debe reconocer la gran cantidad de escritores que realizan menciones al Chaco en sus obras o que le dan un papel protagónico en sus ficciones. Entre los autores que deben recordarse figuran Federico Gauffin, autor de En Tierras de Magú Pelá y Los dos nidos, Juana Manuela Gorriti, autora de El pozo de Yocci y otras obras, Juan Carlos Dávalos y Los gauchos, Francisco Mateo y su novela Esteco, Fernando Figueroa y La mujer de piedra, Juan Alfonso Carrizo y su Cancionero Popular, Manuel J. Castilla y sus Obras Completas, Sonia María Diez Gómez y las Leyendas de Anta, Las Lajitas, el río y sus memorias y Esteco, la ciudad imposible, Antonia Córdoba y Voces del viento norte, Recetario de ayeres y La V del medio. También merece una mención especial Carlos Matorras Cornejo del que hablaré en la próxima entrega. Otros autores seguramente podrán completar este catálogo apenas esbozado.
Para cerrar esta nueva entrega citó párrafos seleccionados de dos autores antes nombrados para compartir con los lectores e ir abriendo así una mirada sobre el Chaco y los pueblos del Este a través de la literatura:
“_ ¡Vaya una gracia! Como si no se le viese el gesto avinagrao, la rabia con que se chirlea la cara pa matar los mosquitos y cómo se muerde la jeta pa no echar una maldición al Chaco y al Cristo que lo fundó”. (Federico Gauffín, Los dos nidos, pág. 47)
“El viento norte desparrama rumores del tendido del ferrocarril, apuñalando al Chaco. Chaco, región selvática en que mandan el quebracho blanco, el colorado, el algarrobo blanco, el negro, los mistoles y el guayacán, entre una amplia diversidad. Un paisaje que ruge con el andar del puma y el jaguar, del jabalí o chancho del monte, de osos hormigueros, vizcachas, quirquinchos, iguanas, víboras, chelcos y un colorido abanico de pájaros” (Antonia Córdoba, La V del medio).