Con respaldo del Congreso, Milei logró consolidar el veto contra el leve incremento a los jubilados. Lo consiguió con diputados que antes habían votado a favor de la medida. Como diría Discépolo, lo hicieron para satisfacer los caprichos de quien se cree bello pero es puro cascajo. (Daniel Avalos)
Hay cosas que desconciertan. La actitud de los diputados radicales es una de ellas. Invirtieron tiempo y esfuerzo en elaborar un proyecto que generaba un leve incremento de los haberes jubilatorios. El mismo fue aprobado mayoritariamente por ambas cámaras del parlamento nacional con holgura, para alegría de millones de argentinos. El episodio hacía suponer que los dirigentes de ese partido se disponían a abandonar la enorme vocación de segundones que practican desde hace más de veinte años para proponerse como cuadros políticos capaces de otorgarle objetivos estratégicos al conjunto de la sociedad.
Todo fue un simulacro. Alcanzó con que el presidente los convocara para una foto y les ofreciera algunos cargos para que los que se autoperciben como reformistas decidieran apoyar el veto de Milei al proyecto que –insistamos– ellos mismos habían elaborado y defendido públicamente. Una vergüenza mayúscula. Pequeños traficantes de cargos y favores públicos (uno de los radicales, de apellido Galimberti, cambió la banca por un puesto binacional que le garantiza ingresos en dólares) que confirman que ese partido carece de alma, que las posibilidades de convertirse en una gran promesa son nulas, que de allí ningún dirigente puede aspirar a convencernos que podemos ser mejores como sociedad o como personas. Ya nada políticamente serio puede decirse de ellos porque están condenados a vegetar rememorando a viejos próceres de los que evidentemente no aprendieron nada.
La mayoría de los diputados nacionales por Salta se comportaron de manera similar. Los tres libertarios (Carlos Zapata, Emilia Orozco y Julio Moreno) votaron en contra de los jubilados desde el principio. Lo hicieron al modo de La Libertad Avanza: incapaces de explicar cuáles son las virtudes de negarle 16 mil pesos a nuestros viejos, magnifican lo que ellos presentan como defectos de los otros. Habrá que admitir que por ahora les funciona. No es menos cierto, sin embargo, que eso sólo les permite desarrollar el ego propio de quienes saben que no podrán destacarse por sí mismos en actividades políticas de alto rendimiento.
No obstante, las miradas estaban puestas en los tres diputados saencistas que hace unos meses habían votado a favor de los jubilados. Ahora no ocurrió lo mismo. Pamela Calletti se ausentó; Pablo Outes y Yolanda Vega se abstuvieron. Desde el parlamento nos dicen que los diputados que así se comportaron trataban de expiar sus culpas asegurando que con la voltereta de los radicales ya todo estaba perdido. Pero lo cierto es que las ausencias y las abstenciones no sólo se beneficiaba al presidente, sino que esos movimientos formaban parte del plan oficial. Lo hicieron porque son cultores de la real politik. Para ellos todo lo que acerque al Poder es válido. El razonamiento los desliza a congraciarse con el presidente, aunque hasta ahora solo pueden contabilizar partidas provinciales que desaparecen, anuncios que nunca llegan a concretarse, o acuerdos para reactivar obras que sin embargo deben ser financiadas por la provincia. Curioso el caso del oficialismo salteño. Sus representantes parecen empeñados en convertirse en el personaje de una de las novelas del escritor salteño Daniel Medina: mártires políticos del pragmatismo.
Por si todo ello fuera poco, los mismos viejos que se quedaron sin incremento también recibieron gases y palos. La orden siempre proviene de la cúpula del gobierno libertario que celebra la crueldad con que se mueve como si ésta fuera un valor. Lo mismo ocurre con los uniformados que ejecutan esas órdenes. El énfasis con el que golpean a nuestros viejos hace inútil que uno les recuerde que los dependientes no están obligados a adoptar comportamientos policíacos, aun cuando las órdenes emanen del autoritarismo de un superior. Esos dependientes parecen gozar de gasear y apalear viejos, parecen creer que los golpes a jubilados aleccionan a la sociedad y por lo tanto se fascinan con el dolor que generan en los otros.
Por todo esto la Argentina se ha vuelto un tango. De esos de los años treinta del siglo XX, que acertadamente fue bautizada como La Década Infame. Tangos que relataban la vida de seres marginados por un régimen al que no sabían cómo transformarlo y por lo tanto se contentaban con señalar las inequidades que producía. Uno de los símbolos de esas piezas fue Enrique Santos Discépolo. El hombre de la nariz prominente, del habla veloz y cultor de esa sabiduría popular que casi siempre acierta en el análisis de las cosas concretas y las trasmiten de forma precisa y ocurrente.
Murió con apenas 51 años en diciembre de 1952 legándonos piezas memorables: «Cambalache», «Yira yira» o «Cafetín de Buenos Aires». También nos legó otro al que tituló «Esta noche me emborracho». Allí da cuenta de la máxima deshonra en la que puede caer un ser humano: quitarle el pan a la vieja. Eso hicieron hoy de nuevo casi un centenar de legisladores. Quitarle el pan a la vieja. Discépolo lo cantaba en relación a alguien que quería satisfacer los caprichos de una mujer que diez años antes había sido pura belleza y luego devino en un cascajo. Los diputados lo hicieron en nombre de un presidente que se cree líder del mundo libre, aunque para algunos nos parezca un bebe de nueve meses que de solo mirarlo nos produce tal escozor que rápidamente nos desliza a apartar la vista del cochecito.