El 29 de marzo de 1999 el equipo comandando por Johan Reinhard de National Geographic descubrió las momias más famosas del país: Los niños de Llullaillaco. Un estudiante de la UNSa se convertiría en la piedra en el zapato del proceso
Todos coinciden en que la expedición al volcán Llullaillaco en marzo del año 1999 culminó con el hallazgo de las momias mejor conservadas de tiempos precolombinos producto de la momificación por congelación. De allí que los expedicionarios declararan en su momento de que daban la sensación de que estaban durmiendo en ese sitio arqueológico ubicado a 6739 metros. Son conocidos desde entones como “Las momias de Llullaillaco”: un varón que pasó a llamarse ‘El niño’; una nena bautizada ‘La niña del rayo’ (su cuerpo en algún momento fue alcanzado por un rayo); y una adolescente de unos 15 años a la que llaman ‘La doncella’.
Constanza Ceruti también fue pieza clave de la expedición que revolucionó la arqueología de alta montaña. En una entrevista de hace un mes al sitio Infobae narró el origen del proyecto, ventiló mezquindades académicas y mencionó al “único” salteño que participó del hallazgo. “La expedición estuvo originalmente integrada por catorce personas, incluyendo un fotógrafo de National Geographic quien debió abandonar la montaña porque sufrió un cuadro de edema pulmonar y cerebral. En medio de una severa tormenta de nieve, al partir de la base del volcán el vehículo con el que iba a ser evacuado el fotógrafo, la mayor parte de los colaboradores salteños optaron por volver a la ciudad. Quedamos solamente nueve personas. A casi un cuarto de siglo, es menester recordar con nombre y apellido a los nueve descubridores: los directores de la expedición -Johan Reinhard y Constanza Ceruti-; los estudiantes de arqueología peruanos Jimmy Borouncle, Rudy Perea, Orlando Jaén; el estudiante de antropología salteño Antonio Mercado; destacando el aporte de Arcadio Mamaní, su hermano Ignacio Mamaní y su sobrino Edgar Mamaní, oriundos de una comunidad originaria de la región del Colca”, precisó.
Antonio Mercado efectivamente estudiaba antropología con orientación a la arqueología en la Facultad de Humanidades de la UNSa. Era conocido en esa facultad no solo por cierta extravagancia y un abierto compromiso con las comunidades originarias. En Julio del año 2022 fue entrevistado por el programa radial de este medio para que relatara los pormenores de aquella expedición. “A mí me invitan porque vivía en la montaña”, respondió Antonio Mercado ante la pregunta del programa CUARTO OSCURO que se emitía por FM La Cuerda 104.5. El entonces estudiante vivía en las comunidades ubicadas en el acceso salteño al nevado de Chañi, bajaba para cursar su carrera en la Universidad Nacional de Salta para luego de unos días partir de nuevo hacia las alturas. “Calculo que por eso me llaman. Porque el Llullaillaco es un lugar muy alejado y muy áspero”.
Mercado recordó que se puso muy contento por la invitación. “Pasa que cuando me sumo, el ‘gringo’ [Johan Reinhard] había sacado unos permisos para hacer rescates en el Quewar, el Llullaillaco y el Chañi que era próximo a donde yo vivía. El primer trabajo que se hizo fue en el Quewar, el segundo en el Llullaillaco y el de Chañi no se llegó a hacer porque se armó el quilombo”, declaró para luego recordar que en el nevado de Quewar se rescató el cuerpo de una niña que un “huaquero” de la zona -quienes profanan sitios arqueológicos para vender ilegalmente los objetos sagrados (huacas en idioma originario) a coleccionistas- quiso extraerlo dinamitando el lugar y destruyendo el cuerpo.
Sobre lo ocurrido en Llullaillaco y que tuvo trascendencia mundial, Mercado habló de los entretelones. “El permiso que sacó el ‘gringo’ era para hacer trabajos de rescate: retirar patrimonio que ya había sido alterado. Pero en el lugar [el enterratorio donde fueron hallados los niños] la única alteración era natural producto de una erupción que había hecho tiempo atrás el volcán. Cuando llegamos a la cumbre del Llullaillaco fuimos varios los que nos paramos y dijimos que no. El ‘gringo’ dijo ‘hagan lo que quieran pero yo lo voy a hacer’. Él ya había subido en la década del 80, ya conocía”.
Consultado sobre quiénes fueron los que objetaron la tarea, el entrevistado precisó: “Éramos varios. Alejandro Lewis [el montañista murió en 2004 cuando escalaba un volcán en Bolivia] dijo no lo hagamos, yo dije no lo hagamos, Cristian Vitry dijo no lo hagamos. ¿Por qué? Porque no había sido alterada la cumbre a diferencia de las estructuras de un cementerio que estaba más debajo de la cumbre. Es lo que usó el ‘gringo’ como muestra para decir ‘ven que ya anduvieron por acá y por supuesto que anduvieron arriba’”, manifestó.
A la hora de repasar lo que siguió al frustrado conato de rebelión, el entrevistado recordó la banca con la que contaba el yanqui. “Venía bancado por la National Geographic, pero a la vez había otras empresas más chicas que subsidiaban. Incluso la de un teléfono satelital que él publicitaba. Con ese tema también hubo una discusión fuerte donde casi lo tiro para abajo porque para hacer propaganda no tuvo mejor idea que ubicarlo como si el cuerpo [profanado] estuviera hablando por teléfono. Eso me enojó mucho. Todo fue una falta de respeto: hacia el lugar, hacia las comunidades, a todo el mundo”, sentenció.
“Nos habían hecho firmar un contrato de confidencialidad. No podíamos hablar ni publicar nada por diez años. Yo lo rompí apenas bajé. Una de las primeras denuncias que hicimos desde San Antonio de los Cobres la hice anónima con gente amiga. Creo que Lazarovich [Mario, por entonces Director de Patrimonio Cultural] también denunció. El problema es que ellos no querían hacer el inventario de lo que estaba bajando. Había que hacerlo cuando bajamos a la base del volcán. Eran camiones del ejército los que transportaban. Cuando fue la llegada a Ingeniero Maury fue un quilombo. La denuncia mía para que lo paren fue advertir que un camión ́así ́ iba cargado de huesos y cerámica. El que fue más específico en su denuncia fue Mario Lazarovich”, destacó.
Puesto a opinar si la ruptura del contrato de confidencialidad le trajo problemas por aquel entonces, Mercado recordó que lo “escracharon fiero. El ‘gringo’ me entró a filmar y a gritar que era un traidor. Me quería amedrentar ¿Traidor a qué y a quién? ¿Yo, qué lealtad le debía? Ninguna. Vino a hacer cagadas porque le dijimos que no lo haga y lo hizo de prepo. No sé qué pretendía. Legalmente presentaron denuncias. Después me ofertaron trabajo en la provincia como para que deje de hinchar las pelotas”, destacó el luego Director del Museo Arqueológico de Cachi que también expuso una interpretación que trasciende la expedición del año 1999.
“El derecho lo tienen las comunidades. La National Geographic y la provincia lo que hicieron es no reconocerles ese patrimonio por dos razones: no reconocerle el patrimonio para no reconocerle el territorio y al no reconocerle el territorio no le reconocen el derecho a los recursos que existen en ese territorio. Hoy por hoy, recorres esos lugares y te das con un montón de empresas gringas de donde salen grandotes como un edificio hablando apenitas en castellano, con súper armas y diciéndote que son policías de las mineras. ¿Cómo puede andar un gringo armado dentro del territorio de las comunidades? Ojo. Hay muchas gentes de las comunidades que sí asintieron. También habría que investigar los créditos que se sacaron cuando se armó el museo”, desafió.
Tras ello agregó: “Nunca estuve de acuerdo con la exposición de los cuerpos. Incluso en el Museo de Cachi había un cuerpo en exposición y lo saqué. Después me acusaron de que ese cuerpo se había deteriorado cuando lo único que hice fue sacarlo de la exposición. Me echaron. Después alguien, no sé de dónde, intervino y me devuelven el puesto. Cuando me echan definitivamente fue por el quilombo del uranio que afectaría al Parque Nacional Los Cardones”.
En este punto, conviene recordar que Antonio Mercado fue parte de un movimiento que se organizó en Cachi para resistir la posible reapertura de una mina de uranio en la zona a finales de la primera década del siglo XXI.
Sobre el pedido de restitución de los restos en manos de la ciencia a los sitios indígenas declarados sagrados como ocurre con el caso de los Niños de Llullaillaco, Mercado dijo estar seguro que el gobierno no cederá al pedido. “Pero tampoco estoy de acuerdo que vuelvan al lugar en el que estaban. Si los gringos fueron capaces de llevar 30 mil dólares de inversión inicial para el ascenso a la montaña, imagínate con la tecnología de hoy y la gente con capacidad de hacerlo: donde pongan los niños en la montaña se lo afanan en dos días y no nos damos cuenta. Sí estoy convencido que todo ese patrimonio lo tiene que manejar las comunidades. Si la ingente cantidad de recursos que entra a ese museo [Museo de Arqueología de Alta Montaña] va directamente a las comunidades sería un acto de justicia. Porque cuando comprometieron la participación de las comunidades lo único que hicieron fue llevar desde San Antonio de los Cobres 5 o 6 tejedoras que terminaron vendiendo medias de lana al otro lado de la plaza. La tuvieron dos semanas después de la inauguración del museo. Ojo… Hubo caciques que también tranzaron. Entonces, en el papel del gobierno y de las comunidades hubo de los dos lados gente que peleó a favor de las comunidades y gente que lo hicieron en contra. Como siempre y en todos lados, siempre hay un cipayo, lameculo y entrega”, concluyó.