El 5 de febrero de 1975 el deshilachado gobierno de la viuda de Perón ordenó “aniquilar” a la subversión en Tucumán. La represión inauguró los centros clandestinos de detención y la desaparición de personas. (Daniel Avalos)
La firma del decreto supuso el arribo de 5000 hombres del ejército a la provincia de Tucumán. Antes de hacerlo, la cúpula militar había advertido al gobierno de Isabel Martínez de Perón que para combatir a la guerrilla rural el código procesal constitucional no les servía. Por ello demandaron la utilización de trámites sumarios hasta que finalmente un día como hoy de 1975, el deshilachado gobierno de Isabel Perón firmó un decreto que facultaba al ejército “a ejecutar todas las operaciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”.
Arribó entonces a Famaillá un general de la Quinta Brigada del Ejército. Su nombre era Acdel Vilas. Un militar que en vez de subir al monte para aniquilar subversivos ordenó requisar cada una de las casas de los pobladores sospechados de simpatizar con los guerrilleros. Traducido: la estrategia del “heroico” Acdel Vilas no era combatir cuerpo a cuerpo con los guerrilleros, sino desatar la furia represiva contra la población. Un exdirigente del ERP -la guerrilla que Vilas debía aniquilar- admitió que la estrategia “no por cruenta fue menos inteligente (…) si la regla de la lucha guerrillera era que debía moverse en el pueblo como pez en el agua, el general Vilas decidió pescar quitando el agua al pez. Y lo logró” (Luis Mattini: Hombres y mujeres del PRT).
La procedencia de quien escribió ese libro sirvió para que algunos adujeran que la versión era una mentira difundida por los “terroristas vencidos”. Olvidan una entrevista que el propio Vilas otorgó en el año 1983 y que fue recuperada por el portal Infobae el 28 de enero del año 2019 y cuyo título fue el siguiente: “El siniestro general Acdel Vilas, el ‘aniquilador’ de la guerrilla de Tucumán al que Bussi le robó todo”.
Ante la consulta sobre cómo eran los combates con la guerrilla, Vilas dio la razón al ex guerrillero aclarando que él evitaba los combates porque aun contando con más hombres y mejor preparación militar, lo que había que hacer era “aniquilar su base de apoyo y logística en los pueblos. Ahí nos concentramos y dio resultado. La clave era no desgastarse en combates inútiles, sino asfixiarlos cortando su fuente de abastecimiento y de información. Sabíamos que si arrasábamos con todo eso, el trabajo en el monte iba a resultar más sencillo. Así lo planeé y así salió”.
Convengamos: Acdel Vilas no inventó nada. Se limitó a aplicar las enseñanzas de los teóricos de la contrainsurgencia francesa que la sanguinaria OAS (Organización de l’Armée secret) habían aplicado en las guerras de Indochina y Argelia. Por eso mismo el terrorismo de Estado comenzó en Tucumán con ese operativo que aniquiló a hombres y mujeres identificados como potenciales subversivos empleando métodos abiertamente cruentos con el objeto de infundir en la sociedad un terror que la paralizara. Ello explica también otra cosa: los resultados de la investigación desarrollada por una Comisión Bicameral de la Legislatura de Tucumán que informó que durante 1975 se produjeron en esa zona de Tucumán 123 secuestros de personas, que de ese total 77 fueron desaparecidas, 14 asesinadas y 32 liberadas.
Operativo Independencia que también inauguró otra herramienta macabra que luego Videla multiplicaría: la escuelita de Famaillá que – cerrada en febrero por vacaciones – devino en sede del comando táctico de las tropas y en Centro Clandestino de Detención; el lugar donde las torturas degradaban al prisionero y en donde el torturador, torturando, se entregaba a un sadismo sin retorno. Todo ello explica que cuando otro carnicero – el general Domingo Bussi que reemplazó a Vilas en diciembre de 1975 – asumió el cargo emitiera un discurso publicado por los medios de entonces y recogido por los libros de historia en donde adelantaba que continuaría lo iniciado por Vilas.
“Aún resta detectar y destruir a los grandes responsables de la subversión desatada, a aquellos que, desde la luz o desde las sombras, valiéndose de las jerarquías, cargos o funciones logrados, atentan día y noche contra las estructuras del Estado, y aquellos otros que, con su hacer o no hacer, encubren, cuando no protegen a estos delincuentes que hoy combatimos” (Anguita – Caparros: “La Voluntad”, Edit. Norma. 1998, página 615).
Esa estrategia fue la que generó el llamado Combate de Manchalá en la que participaron soldados salteños y que los partidarios del Golpe de Estado de 1976 reivindican. Ocurrió cuando más de cien guerrilleros bajaron del monte un 28 mayo de 1975. El objetivo era atacar el comando ubicado en la escuelita de Famaillá y para ello se trasladaban en camiones precedidos por dos camionetas que fueron sorprendidas por una patrulla del ejército que al atacarlas cortó la columna en dos. Los que viajaban en los camiones quedaron aislados de la zona del combate y de allí que los 143 guerrilleros que según la versión castrense se enfrentaron con pocos soldados, quedaron reducidos a 26 según los testimonios de los exmiembros del ERP. ¿Importa dilucidar la aritmética de la lucha? Para los analistas que extraen de los combates enseñanzas táctico-operativas sí. Pero no sirve de nada si lo que se pretende es explorar el desarrollo de un proceso político que marcara a fuego a todo un país.
De allí que Manchalá no puede leerse como un hecho digno de rememoración por parte de salteños solo porque del supuesto combate participaron conscriptos salteños. El argumento es tan estrafalario como lo sería reivindicar el Golpe de Estado de 1930 porque lo dirigió un salteño. Manchalá es un hecho inscripto en la linealidad de una época en donde las fuerzas armadas prepararon lo que el golpe del 76 luego perfeccionó: la planificación de la tortura y la muerte hasta llevarla a niveles nunca vistos.
Otra vez el testimonio de Acdel Vilas puede confirmarlo: consultado en esa entrevista de 1983 sobre cómo aplicaba la estrategia contrainsurgente, él respondía sin acomplejarse del siguiente modo: “Nosotros sabíamos que, por ejemplo, en una capilla, se escondían elementos subversivos. Nos hacíamos presentes para solicitarle al sacerdote un permiso para revisar el lugar, pero en general los curas nos decían: «General, no puede pasar, esta es la casa de Dios» (…) Entonces volvíamos de noche. Con tropa de uniforme de combate, pero sin identificación, con pasamontañas para ocultar los rostros. Entonces pateábamos la puerta, entrábamos y nos llevábamos a los subversivos. Listo. Fin de la cuestión”. Cuando el entrevistador le recordó que eso no era legal, Vilas respondió: “Es fácil hablar ahora, con elecciones a la vista (se refería a las de 1983). Pero si las hay, esté seguro de que eso es posible porque nosotros evitamos una Argentina comunista”. Ante tamaña confesión, le preguntaron qué hacían entonces con los prisioneros: “Mire, combatir contra un enemigo que se escabulle y se invisibiliza es muy complicado (…) En ese momento la cosa era a matar o morir, usted sabrá comprenderme…”.
En esa linealidad se inscribió también la decisión del ejército de levantar en 1978 el monumento al combate de Manchalá en los cuarteles salteños. El mismo que tras ser demolido, fue nuevamente erigido en el 2016 a pedido de varios concejales encabezados por Andrés Suriani. No para resaltar el heroísmo de los soldados salteños que estuvieron allí en 1975, sino para legitimar una actuación mundialmente repudiada por razones que la justicia y la disciplina histórica estudiaron con documentos y miles de memorias que buscan que el horror nunca más se repita.