Lo dispuso la Organización Internacional del Trabajo en el año 2002. Desde entonces se emplea los 12 de junio para simbolizar la lucha contra ese flagelo del que Salta no escapa.
Cualquier manual de historia escolar nos indica que la consolidación del sistema fabril en la Inglaterra del siglo XVIII generalizó la compra de niños a orfanatos o familias pobres para destinarlos al trabajo en las fábricas y en las minas. También que el capitalismo que esa revolución industrial expandió a todo el mundo, experimentó sucesivas revoluciones tecnológicas que permitirían que la mayoría de los humanos puedan vivir bien trabajando menos, aunque, finalmente, la mayoría no goce de esos beneficios técnicamente posibles. Lo que ocurre es justamente lo contrario: millones de personas sufren una explotación brutal o un desempleo implacable, mientras millones de niños sufren el trabajo infantil.
Según la OIT, existen periodos históricos donde el fenómeno se reduce sin desaparecer. La ONU registró en el año 2000, por ejemplo, 246 millones de niños trabajadores en el mundo; la OIT celebró seis años después que esa cifra se redujera a 218 millones en el 2005 gracias a una mayor conciencia sobre el problema y la voluntad política de superarlo. Fue entonces cuando ese organismo anunció que en diez años el flagelo podría desaparecer al menos en sus peores formas. El optimismo era un delirio. Según la ONG internacional Humanium hoy la cifra roza los 250 millones de niños que deben vender parte de su tiempo a un empleador que a cambio de esas horas le retribuye menos dinero del que abonaría a un adulto.
Precisemos: no hablamos del niño que por hacer un mandado recibe una propina; hablamos del niño que es presa de la voracidad de una unidad productiva que pretendiendo ahorrar costos de producción compra a un precio vil las horas de vida de ese niño que para sobrevivir o aportar a la supervivencia de la familia, debe privarse del cuidado de su salud, de su formación educativa y de su propia infancia. Hablamos también de esos niños que acompañando a la familia a los trabajos del campo o a los talleres clandestinos urbanos, no sólo ven violados esos derechos sino que junto a sus padres terminan sometidos a un régimen de semiesclavitud o esclavitud que los priva de la libertad misma.
¿Cómo ponderar toda esa vulneración de derechos en un espacio tan corto? La empresa es claramente imposible. Apelemos entonces a un recurso que busca aguijonear la conciencia de quienes pudieron tener una niñez con algunas carencias aunque el trabajo infantil nunca obstaculizó la posibilidad de haber sido niños convertidos en criaturas con derecho a gozar de la ciudad o el campo para aprehender sus claves, forjarse una identidad y hacerse ciudadanos. Todas cosas que llevaron a sentenciar a un escritor inmenso como Naguid Mahfouz que ´La Patria es la infancia´ o que al menos debería serlo.