El 7 de agosto vence el plazo para la presentación de las listas que disputarán la conducción de la UCR. Todo indica que el oficialismo se impondrá en un partido que se revitaliza y aspira a darle dirección política a futura coaliciones electorales. (Daniel Avalos)
Uno es diputado nacional y presidente de la UCR en Salta; el otro ocupa una banca en la legislatura provincial y aspira a suceder al primero en el partido con el apoyo del propio Nanni. Ese objetivo está a punto de concretarse y en su entorno aseguran que el logro obedece a que la mayoría de los radicales finalmente aceptaron lo que Nanni y Mimessi ya creían de sí mismos: son las personas que corporizan un periodo partidario en donde los resultados electorales dejaron de computarse negativamente. A la generalización la confirman con datos empíricos: una banca en la Cámara de Diputados de la Nación; otra en el Senado provincial; dos bancas en la cámara baja, que se sumaron a otra alcanzada en el 2015; 23 bancas repartidas en 15 Concejos Deliberantes de la provincia; sin olvidar que ellos concentran los cargos más importantes y que el número de bancas es mayor en los territorios de donde ellos provienen: Cafayate y San Martín.
Ese fue uno de los ejes discursivos que ambos desplegaron mientras recorrían el interior para cumplir el requisito de inscribir precandidatos en 15 departamentos. Al balance promisorio, le sumaron desafíos. Puede que el más importante fuera la promesa de abandonar para siempre esa etapa partidaria que de ser tan testimonial en términos electorales, provocó la carencia de liderazgos con el apetito suficiente para disputar cargos ejecutivos importantes. En ese marco, Nanni reforzó ante los suyos aquello que viene adelantando por los medios: que buscará la gobernación en el 2019. Si lo último es cierto o no, es algo que desconocemos. Lo seguro, en cambio, es que la promesa resultó verosímil para los militantes radicales que de ese modo recibieron mejor el otro enunciado de campaña: la necesidad de que las internas partidarias ratifiquen una estrategia partidaria que no se subordine a figuras ajenas al radicalismo.
Allí la sombra de Gustavo Sáenz lo atravesaba todo. A él se asocia la intentona del dirigente Federico Núñez Burgos de competir en las internas. Intentona que finalmente terminó favoreciendo al oficialismo partidario que, por un lado, interpretó la intromisión como prueba fehaciente de que el partido se revitaliza y es objeto de deseo para quienes buscan protagonizar elecciones importantes; diagnóstico al que acompañaron con la advertencia de que corresponde a los propios radicales desactivar las mismas con el objeto de que nada condicione el avance partidario.
En el caso de Federico Núñez Burgos la tarea resultó finalmente más fácil de lo esperado. En ello mucho tuvo que ver la historia electoral del dirigente y la evidente torpeza con que intentó montar su lista. Lo primero se relaciona con los fracasos electorales que Nuñez Burgos protagonizó en los últimos años; lo segundo, con el enunciado de campaña desplegado y que en lo central no descartaba que el partido se sumara a la campaña “Gustavo Sáenz gobernador” que permitiría al partido acceder en el futuro a cargos ministeriales. El razonamiento resultó ingenuo para los radicales que aúnan idealismo declamatorio con oportunismo y que, sabiendo que Gustavo Sáenz ya tiene un entorno consolidado, muy difícilmente reparta entre ajenos puestos importantes; mientras el mismo razonamiento resultó inaceptable para los radicales más clásicos que prefieren morir en la intrascendencia electoral antes que deber lealtad a alguien que provenga del peronismo. El el intento de Núñez Burgos naufragará en el peor de los casos o quedará reducido a una participación testimonial que permita al dirigente mantenerse en el partido a la espera del 2019.
Distinta es la situación que atraviesa al otro sector que pretende conducir la fuerza: la comandada por Rubén “Chato” Correa. El profesor universitario concentra en algunos casos la furia de algunos dirigentes, quienes, sin embargo, no dejan que la ira les nuble el razonamiento: “Es un trabajador y un loco”, dicen por lo bajo. Lo primero en obvia alusión a la disposición de Correa para invertir tiempo y esfuerzo en la militancia; mientras el uso del segundo calificativo, lejos de desacreditar a Correa, es empleado para pincelar el rasgo temerario de una persona también dispuesta a endeudarse personalmente con el fin de poner dinero al servicio del objetivo político.
No obstante la desenvoltura con que Correa y los suyos sortean obstáculos, el esfuerzo parece no estar alcanzando. Correa recorre el interior buscando armar las listas que la ley exige, aunque hasta ahora sólo garantizaron cinco (Capital, Güemes, Metán, Anta y Orán) y hay buenas perspectivas en otras cuatro (San Martín, Cafayate, Cerrillos y alguna localidad del Valle de Lerma). La suma de lo conseguido y lo posible no alcanza para cumplir los requisitos exigidos por la ley. “El problema del ´Chato´ es que trabaja”, dicen sus seguidores, en alusión al cargo universitario que le deja sólo los fines de semana para recorrer el interior. El diagnóstico es adecuado pero peca de optimismo. La verdad es que aun cuando el partido cobra impulso en la provincia, tal resurgimiento no es el suficiente como para garantizar que en una misma localidad pueda montarse más de una lista. Conclusión: quien llega primero gana y el oficialismo partidario corrió con la ventaja de ser justamente el oficialismo.
Ante esto no habría que descartar que el sector de Rubén Correa se repliegue a la Capital provincial. La posibilidad cierta no es del agrado del “Chato”, aunque difícilmente este vaya a vivenciar la situación como una derrota. Apegado a los razonamientos estratégicos, Correa cree que independientemente de los resultados electorales internos, el partido consolida una estructura provincial que resulta imprescindible para las contiendas electorales del año próximo. En ese marco, hay algunos puntos de encuentro entre lo que piensa este sector y el encabezado por Nanni y Mimesi: ambos sectores se declaran firmes defensores de la autonomía partidaria frente a las estrategias políticas ajenas y ambos aspiran a que el partido recupere la capacidad de otorgarle dirección política e ideológica a las coaliciones electorales y de gobierno. Ni siquiera la candidatura de René Mimessi es objeto de grandes diferencias en tanto la impugnación del sector de Correa a la misma es más de tipo metodológica que política al considerar un error acumular cargos partidarios y legislativos. Las diferencias de fondo, en todo caso, residen en la lectura que poseen de la situación nacional. Aunque nadie da demasiadas precisiones al respecto, las actividades internas del sector que comanda Correa indican que allí consideran terminado el acuerdo con el PRO a nivel nacional.
Lo cierto, finalmente, es que el oficialismo partidario está bien encaminado para continuar por otro periodo en la conducción del partido y que en ello algunas variables resultaron clave: dejaron en claro que podían armar las listas en el número de distritos que la ley exige; convencieron a terceros de que el partido volverá a convertirse en camino central de proyectos políticos alternativos en la provincia, y aseguraron a la tropa que ellos – Nanni y Mimessi – corporizan un periodo partidario en donde los resultados electorales dejaron de computarse negativamente.