La investigación sobre los restos de la niña de Quehuar aparecerá en el Journal of Archaeological Science Reports. Revela la importancia de la red de caminos incaicos al confirmar que la dieta de la pequeña sacrificada incluía el consumo de algas marinas.
A más de 6.000 metros sobre el nivel del mar, la momia de Quehuar fue recuperada en 1999 en el interior de una estructura ceremonial incaica. Estaba congelada dentro de un bloque de hielo y con un deterioro importante por la acción de saqueadores que intentaron llevársela utilizando explosivos que destruyeron su cabeza y torso.
La historia de esa exploración arqueológica fue relatada a Cuarto por Antonio Mercado, quien en 1999 participó de la expedición que dio con los niños del Llullaillaco. “Cuando me sumo, el ‘gringo’ [Johan Reinhard] había sacado unos permisos para hacer rescates en el Quehuar, el Llullaillaco y el Chañi. El primer trabajo se hizo en el Quehuar, el segundo en el Llullaillaco y el de Chañi no se hizo porque se armó quilombo”, declaró en 2022 recordando que en el Quehuar se rescató el cuerpo de la niña que un “huaquero” -profanadores de sitios arqueológicos para vender ilegalmente los objetos a coleccionistas- quiso extraer dinamitando el lugar. El “quilombo” al que se refirió el entonces estudiante de la UNSa, fueron las desavenencias en el equipo explorador tras el hallazgo de los niños del Llullaillaco que actualmente se exhiben en el Museo de Alta Montaña de la capital salteña.
A más de dos décadas de recuperar la niña del Quehuar, el sitio Infobae dio cuenta de los detalles del trabajo que se publicará en noviembre. Se titula “La niña inca del volcán Quehuar: Isótopos estables que dan pistas sobre su origen geográfico y dieta estacional, con supuesto consumo de algas”. Fue realizado por científicos de la Universite Claude Bernard, de Lyon Francia, y del CONICET de Argentina que “examinaron muestras de cabello y huesos para reconstruir su dieta y migración geográfica antes de su sacrificio. Los isótopos de carbono, nitrógeno, azufre, hidrógeno y oxígeno ofrecieron detalles sobre el tipo de alimentos que consumía la niña y su probable origen geográfico” se precisa.
La evidencia sugiere que los infantes sacrificados en rituales consumían alimentos inusuales como una forma de preparación para la muerte. Según determinaron los autores, la niña del Quehuar que vivió a una altitud de 2.500 a 3.000 metros “tenía una dieta que incluía inusualmente algas marinas, lo que sugiere que estos elementos eran transportados a través de la vasta red de caminos del Imperio, conocida como el Qhapaq Ñan. Este sistema de caminos facilitaba el intercambio de productos y era esencial para mantener unido el imperio. La presencia de algas en su dieta, un producto costero, en un entorno de alta montaña, refleja la sofisticación logística de los incas y posiblemente tenía también un propósito medicinal, dado su alto contenido de yodo” destaca el adelanto publicado por Infobae.
“El sacrificio de niños era una cuestión central de los ritos incas. Las personas que iban a ser destinadas como ofrendas eran seleccionadas por su pureza, quienes eran llevadas al Cuzco para participar en diversas ceremonias antes de ser devueltos a sus comunidades y ser ofrecidas a las deidades locales. Esta práctica, que tenía lugar de abril a julio, involucraba complejas festividades y ofrendas con el objetivo de apaciguar a los dioses y preservar el equilibrio cósmico” agrega el informe.
Según los expertos, la alimentación de la niña cambió en sus últimos meses de vida, ya que se hallaron muestras de que fue incrementado el suministro de maíz, un alimento de las élites en la sociedad inca, lo cual indica que la pequeña fue preparada especialmente para su sacrificio. Este detalle no solo subraya la importancia del ritual de la Capacocha, sino que también muestra cómo las clases altas locales podrían haber tenido un papel más activo en la preparación y realización de estos sacrificios, en lugar de una gestión centralizada desde Cuzco.
El estudio también aportó evidencias de que la niña no se desplazó mucha distancia en los meses previos a su muerte, lo que es consistente con los rituales de Capacocha, donde los niños, una vez seleccionados, eran llevados directamente a los lugares de sacrificio.