El escritor, periodista e historiador falleció este mediodía a los 91 años. Fue un ejemplo de coherencia periodística y de lucha por los derechos humanos.
Osvaldo Bayer murió en el mediodía de este lunes de nochebuena. Tenía 91 años. Apenas se enteró de la noticia, el periodista salteño Gonzalo Teruel brindó al aire en FM Capital y dijo las palabras justas: Bayer, anarquista, historiador, escritor y periodista, “se cagó en la Navidad”. El último acto de un libertario que mantuvo la coherencia hasta el final.
De ahora en más, quizás la muerte por fin lo ponga en ese lugar en el que el periodismo argentino lo debería haber colocado hace muchísimos años: el del último periodista a la altura de Rodolfo Walsh.
La Patagonia Rebelde, su obra más simbólica, vivirá por siempre como un manifiesto en contra de las dictaduras, a favor de la igualdad de derechos y de la reivindicación de los obreros y los pueblos originarios. También su libro sobre Severino Di Giovanni o los textos escritos en el exilio contra el régimen de Videla. Estará en su militancia para erradicar el nombre de Roca de los pueblos y las calles argentinas. Quedará disponible para cualquiera La Chispa, el breve y contundente periódico que sacó en Esquel a fines de los 50 “contra el latifundio, contra el hambre y contra la injusticia”. Una denuncia tras otra contra los terratenientes y empresarios que acumulaban mercadería para venderla más cara en el pueblo mientras se quedaban con tierras ancestrales que aún hoy permanecen en manos de miembros del gobierno de Cambiemos.
Presionado por las dictaduras e ignorado por la democracia, Bayer se mantuvo fiel a su postura libertaria hasta los últimos años. Siempre fue incómodo para el poder. “Me ningunean totalmente, no existo. Yo no les hice nada. No pertenezco a ningun partido politico. Soy anarquista, por supuesto, pero no he atacado personalmente a ninguno de ellos. A sus intereses, claro que sí. Me odian, cosa que me importa un carajo. Sufrí exilios, sufrí cárceles, así que sé lo que es eso. La gente sí viene a saludarme, a apoyarme”, decía. En Salta vivió desplantes similares. Durante sus últimas visitas, la gestión de Juan Manuel Urtubey no lo tuvo en cuenta. No hubo poncho de regalo para el eterno libertario.
Con la llegada de Macri a la Casa Rosada, Bayer primero se mostró pesimista. “Los argentinos… llegar a este presidente, parece mentira”, decía, pero agregaba: “Yo sigo la lucha. Siempre le digo a la juventud que tiene que actuar en la política. Meterse en la vida barrial, en la vida de la gente”.
El festejo de su cumpleaños 90, en enero de 2017, fue en una plaza ubicada a una cuadra de El Tugurio, su legendaria casa de Arcos y Monroe, en el barrio de Belgrano, en Buenos Aires, bautizada así por Osvaldo Soriano, su gran amigo. Fue una fiesta popular que duró cinco horas y contó con la presencia de artistas, políticos, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y cientos de personas que asistieron a homenajear al viejo maestro, que ya estaba reducido por la vejez. Se movía en silla de ruedas y tenía dificultades para hablar, pero mantenía las ideas. Esa tarde agradeció la reunión y celebró “las reuniones de la solidaridad, las reuniones del conocimiento, las reuniones de la amistad”. Pidió “hablar, reconocernos, el decir de nuestros problemas, el decir de los problemas del país. El tratar de resolverlos». Pidió por «el progresismo, el progresismo verdadero» y «el respeto a las libertades de todos”. El respeto a la igualdad que mantuvo en cada uno de sus trabajos.