“La elite salteña, 1880-1916…” es el título de la tesis doctoral de la historiadora Fernanda Justiniano. Allí analiza al grupo de familias que concentró poder político y económico sin privarse del racismo para justificar la dominación, tal como se evidencia en las clasificaciones usadas en el censo de 1865. *
Muchos de los criterios clasificatorios que ordenaron el conjunto social de la época estuvieron presentes desde la etapa colonial. Interesa aquí destacar los principios diferenciadores que emanaron de las instituciones del propio Estado, provincial o nacional, y que por ende fueron entendidos como legales y oficiales, lo que hizo que se constituyeran en un punto de vista legítimo, único e indiscutible.
Salta fue una de las primeras provincias argentinas en censar su población. El primer censo provincial se llevó a cabo cuatro años antes que el primero de alcance nacional en 1869. Fue, en este sentido, la primera herramienta de medición y clasificación poblacional usada por la provincia durante la etapa independiente.
El censo de 1865 tomó como criterio para tipificar a la población salteña el color de la piel. Esta clasificación primigenia se mantuvo a lo largo del período y fue toda una acción de conocimiento que ubicó y afirmó a cada persona en un lugar social determinado, con un carácter de validez y aceptación universal.
El censo contabilizó en Salta 13.649 habitantes “blancos” y 87.494 “de color” e hizo notar que los salteños blancos y propietarios pertenecían a la “clase decente”, mientras agrupó a gran mayoría como “clase mestiza”. Se estaba ante una dominación étnica y un racismo explícito que tenía sus orígenes en el catolicismo intolerante de los conquistadores y en el proceso mismo de dominación colonial.
La clasificación no era antojadiza. Se trataba de un punto de vista que estaba instituido y que la sociedad reconocía y consideraba legítimo. Una clasificación que no sólo contabilizaba, sino que asignaba también identidades y expresaba quién era quién en el conjunto social, con jerarquías de un lado y límites del otro. En el informe censal se describía:
«El habitante de la Provincia es robusto y poco laborioso, de estatura generalmente mediana, y rara vez gordo; el color de la clase decente es blanco y pertenece a la raza Española ó Caucasiana; la otra clase es mestiza y participa de la raza Africana ó Indiana… Las Salteñas, las de la clase decente, pertenecen a la misma raza Caucasiana, y son muy blancas y hermosas, y se distinguen por los lindos ojos y cabellos negros. La otra clase es mestiza y bastante fea y parece mucho al tipo Indiano, con pocas excepciones. (AHS, Registro Estadístico de la Provincia de Salta. Con el resumen del censo de la población de año de 1865).
Este ordenamiento centrado en el color de la piel seguía imperando un cuarto de siglo después. Manuel Solá, quien pertenecía a los sectores más progresistas de los grupos dirigentes de la época, indicó en 1889 que en la ciudad de Salta existían 10.000 salteños “blancos” y 7.200 “de color”, además de bolivianos, chilenos, italianos, españoles, franceses, alemanes e ingleses. Solá no produjo sus propias clasificaciones, sino que reprodujo en su Memoria la descripción de Woodbine Parish, quien en 1853 había diferenciado dos grupos: uno al que denominaba la sociedad culta y otro al que llamaba la clase baja. El diplomático inglés afirmaba que los usos y costumbres de la sociedad culta eran más o menos las costumbres y usos españoles, algo modificados por las condiciones especiales locales y por la influencia de las colonias extranjeras.
Para Parish la clase baja conservaba todavía gran parte de sus hábitos indígenas, entre los que descollaban mil preocupaciones absurdas -respecto a creencias religiosas- y una general inclinación al uso de las bebidas fermentadas. “Aquí el culto a San Lunes está en todo su esplendor”, ironizaba el viajero británico. (En Manuel Solá, Memoria Descriptiva de Salta. Buenos Aires: Imprenta y Encuadernadora Mariano Moreno, 1889).
Periodistas e historiadores pertenecientes al círculo, o fuera de él, eran los “especialistas” que producían y reproducían estas taxonomías que incluían y ubicaban a unos y excluían y reposicionaban a otros.
Bernardo Frías, el primer historiador profesional salteño, al escribir su Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta, o sea de la Independencia Argentina, recuperó en ese estudio la cosmovisión de la sociedad de su época. En su obra, gestada en las primeras décadas del siglo XX, sostuvo que la situación social de las castas, las costumbres y respetos personales eran el resultado de una cultura de siglos. Identificó en la Salta de la primera mitad del siglo XIX una sociedad culta y una plebe. Consideró a ésta un elemento social tres veces superior en su número al de la “gente decente”. A su juicio, se trataba de una “mezcla grosera” de todas las razas que entraron en la formación de la sociedad colonial, con preeminencia de lo que calificó como una “casta de mulatos” que arrastraba “todos los vicios del esclavo”.
De aquel grupo destacó que “ejercían todos los oficios viles, vivían descalzos, en una lastimosa miseria, porque viciosos como eran y generalmente cargados de familias, no conocían las virtudes del ahorro, y las ganancias de su trabajo, con ser miserables, las empleaban a fin de semana en beber el aguardiente, durmiendo la embriaguez tres días o moliendo a golpes a sus mujeres”. (Frías, Bernardo, Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta, o sea de la Independencia Argentina T IV (Buenos Aires: Ediciones Desalma, 1972), 542-544.
Tanto el censo como las expresiones descriptivas y “científicas” de Miguel Solá y Bernardo Frías constituyeron las representaciones que desde el poder se tenía de la sociedad en que vivían. Los criterios étnicos y (pre) juicios sociales y raciales, naturalmente, no eran propios de la elite salteña. Ésta reproducía las perspectivas de la hegemónica cultura europea. El proceso independentista no conllevó a una ruptura de este esquema ideológico, que, por el contrario, se vio fortalecido en el siglo XIX por nuevas premisas provenientes del campo científico y por la voracidad imperialista de los países del Viejo mundo.
El color de la piel sirvió también para organizar la vida cotidiana y las relaciones en el interior del hogar de antaño. La pintora Carmen San Miguel Aranda, en un relato de su infancia en la Salta de la primera década del siglo XX, recordó este cuadro de la vida familiar:
“Yo no comía en la mesa de los ‘grandes’, ‘sino en una galería interior’, cuidada por la vieja Onarata o su nieta la María Jacinta. Ambas formaban parte de la servidumbre pero tenían algo más de categoría, pues no eran ‘chinas’ sino tirando a blancas de apellido Argañaraz, y de muy lindo tipo”. (Carmen Aranda San Miguel de Morano (Recop.), Mi niñez. Basado en testimonios de Carmen Rosa San Miguel Aranda, (La Plata: Medicalgraf, 1999), 24.
Estos pares dicotómicos contienen implícito un posicionamiento en el conjunto social. Un “nosotros” que se define por pocos en número, cultos, de costumbres civilizadas, blancos, propietarios, y un “ellos” cargado de valores negativos.
Los “otros” se corresponden con un grupo laxo, al cual son incorporados todos aquellos que no son reconocidos como “nosotros”. Allí, unidos por el mismo color de la piel, están desde el analfabeto hasta al educado, desde el peón hasta al tendero, desde el asalariado hasta al cuentapropista.
La ausencia de los otros en las fuentes expresa su condición social de invisibilidad permanente. Sólo se tornan visibles cuando transgreden las pautas establecidas y aceptadas socialmente. Entonces llega la infamación pública.

*Fuente: Justiniano, María Fernanda: “La elite salteña, 1880-1916: Estrategias familiares y evolución patrimonial”.
Se trata de la tesis presentada por Justiniano para la obtención del grado de Doctora en Historia. El extracto transcripto corresponde a las páginas 116-120 del capítulo III, titulado “Salta, una sociedad que se percibe dual”.
En esta publicación se omitieron algunas notas al píe de página. El trabajo completo puede leerse en este link.