El fenómeno empieza a ser analizado por antropólogos que concluyen que los eventos nocturnos organizados por la diversidad son elegidos por público ajeno en busca de seguridad. Los testimonios.
“Estos espacios, que surgieron de la necesidad de encontrar lugares en donde ese colectivo pudiera expresarse libremente y escapar de lógicas de discriminación, se posicionaron como lo más divertido de la movida nocturna. Glitter, shows de drags, música pop, distintas temáticas y los mejores DJ’s empezaron a atraer a todo tipo de público. Y la seguridad fue uno de los elementos claves que tentaron a quienes se consideran heterosexuales”, destaca un informe publicado por la revista Noticias.
“El cuidado del otro es fundamental porque son lugares que nacen como espacios de refugio y de resistencia. Son altamente políticos en ese sentido, entonces son espacios inclusivos y donde hay libertad: permiten y buscan conscientemente un bienestar”, explicó Gustavo Blázquez, antropólogo e investigador del Conicet en Córdoba que trabaja sobre la temática. Así, el interés de los asistentes que no pertenecen al colectivo LGBTIQ+ empezó a crecer y las fiestas se volvieron “heterofriendly”.
Quien también dio su testimonio fue el DJ Alan Fabulous, quien también es productor de varios eventos, señaló: “ ‘La puto’ (una de las fiestas que organiza) se hace en el ‘Club Cultural Matienzo’, entonces se maneja con una lógica que le da importancia a la seguridad de quienes asisten y es distinta a la de los boliches que en muchas oportunidades es discriminatoria y pone en riesgo la identidad e integridad de las personas. Esos lugares en muchos casos fueron cómplices de situaciones de violencia, es por eso que creo que las personas se sienten más seguras en espacios LGBTIQ+ sin importar cómo se perciban, cuál sea su identidad u orientación. Y además somos más divertides”, se ríe.
“Básicamente voy porque me divierte más esa música y el ambiente cambia muchísimo. Sabés que podés hablar con cualquier persona y no va a haber un hombre pendiente de si te puede chamuyar, no tenés que decir ‘no’ cuarenta veces. Hablás con gente, bailas y te morís de risa; están todos en otra sintonía. Se visten más divertidos, la música es más divertida. No hay tantos prejuicios con nada. El ambiente se presta más a cuidarse entre todos que en los boliches tradicionales”, contó Victoria, joven de 25 años y que desde los 19 dejó de ir a boliches tradicionales para frecuentar fiestas LGBTIQ+.