lunes 29 de abril de 2024
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Los últimos días de Lautaro, el sexto niño salteño muerto por desnutrición el 25 de enero

Se publicó una entrevista a la madre y a la abuela del niño fallecido cuando la ambulancia que lo trasladaba se descompuso en la ruta. “Ya no lloro; lloré mucho cuando murió porque no pude hacer nada para salvarlo”, declaró Amalia Pedro.

La madre del niño tiene 20 años y por estos días transcurre el quinto mes de lo que será su quinto hijo/a. Hasta su casa llegó un corresponsal del sitio Infobae que de entrada relata a los lectores que Amalia y su familia “viven en la más absoluta pobreza”. De esa familia ya no forma parte Lautaro, el sexto niño salteño fallecido por desnutrición en una provincia donde todo parece funcionar mal. Las horas finales de Lautaro lo confirman: falleció en la ambulancia que se descompuso en la ruta mientras trasladaba al niño de Morillo a Embarcación.

“Lautaro Mario Genaro Fernández, tal el nombre completo que le dieron cuando nació el 8 de abril de 2018, murió el 25 de enero de este año en la más absoluta indefensión, en medio de la ruta 81. Cuando nació, le dieron el DNI 56676240. Un argentino más. En el momento de irse, pobre, nadie recordó que lo era”, enfatizo el periodista Hugo Martín.

Fue éste último quien entrevisto a la madre y a la abuela del niño que confesaron que “a veces no tenemos qué comer”. La abuela Juliana Eues de sólo 36 años reconoció ser la protagonista de un accionar que busca resguardar emocionalmente a su hija de 20 años que era la madre de Lautaro: “Quemé toda la ropita de mi nietito. Y también un camioncito de juguete. Lo quemé todo, porque no quería que mi hija sufriera cada vez que viera sus cosas”, declaró la mujer que habita en la Comunidad Wichi El Tráfico, en Embarcación.

Amalia, por su parte, declaró que lloró “mucho cuando murió, porque no pude hacer nada para salvarlo. Nadie me ayudó. Estuve muy sola. Mi hijito estaba enfermito. Muy débil. Tenía diarrea y vómitos. Yo lo llevé al médico, estuvo tres días internado, y después le dieron el alta. Y aunque lo veía decaído, me dijeron que estaba bien”, relata sobre los últimos tiempos de su niño.

Unos días antes de la muerte de Lautaro, Amalia lo llevó de viaje. “Fui a visitar a una tía en Los Blancos, que es a dos horas de colectivo. Cuando llegamos se enfermó. Fue de golpe, nomás… Lloraba y lloraba, y lo llevé a la salita de ahí”, recuerda con voz monocorde. “Los enfermeros me dijeron que estaba muy deshidratado y desnutrido. Y también que lo tenían que trasladar urgente a Orán. Nos subimos con su papá y el enfermero, que también era el que manejaba. Pero se descompuso la ambulancia. Enseguida empezó agitarse mucho… y falleció en el camino. Tenía puesto suero, nomás”, dice mirando el dibujo infantil de la ficha de salud de Lautaro.

El certificado de defunción, que firma el doctor Juan Carlos Pisconte, dice que murió a las 19 horas, “por un paro cardiorrespiratorio, debido a un desequilibrio interno por una gastroenterocolitis aguda”, y como otro estado patológico señala “desnutrición moderada”.

Amalia se enteró que iba a ser mamá de Lautaro recién a los cinco meses, cuando fue al hospital porque le dolía el estómago. “El nombre se lo elegí yo. Lautaro porque me gustaba, y Genaro se lo agregué por el recuerdo que tengo de mi papá. El nació con un peso normal, pero después bajaba y subía, aunque acá nunca me dijeron que estaba en riesgo. Nunca me avisaron qué problema tenía, me decían que tenía buena salud. No pensé que iba a pasar esto. A la agente sanitaria le pedí que sacar un turno para atenderlo, pero nunca lo hizo…”, acusa.

Haydeé López es la agente sanitaria, y vive en la Comunidad La Loma. Según cuenta, “el turno lo tenía el 17 de diciembre, está todo asentado. Pero no fue porque estaba de viaje en Misión Chaqueña (una comunidad wichi). Ella es una chica golondrina, iba de acá para allá. Su temor era que lo internaran y le dieran muchas inyecciones”.

La familia de Amalia es oriunda de Embarcación, aunque vivieron muchos años en la ciudad jujeña de Perico por el trabajo del padre en una finca. “Estuvimos 12 años, hasta que a mi papá le agarró un cáncer de estómago y murió a los 49 años. Ahí nos volvimos para acá”. En Embarcación conoció a Andrés, y al tiempo llegó Lautaro. Hoy, el panorama de la familia es sombrío. Viven en una casa que comparten con su hermana y su madre, tres habitaciones de madera y ambos están sin trabajo.

“No tenemos ni la Asignación. Para tener luz nos colgamos de un vecino, pero se la tenemos que pagar. Y agua lo mismo, nos tira una manguera”, cuenta Amalia, aunque lo peor es que “a veces tenemos para comer, y a veces no…”. Y el “a veces”, según confesó con algo de vergüenza en la despedida, fue el día de la entrevista con Infobae.

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