Presentamos un nuevo fragmento de “La elite salteña, 1880-1916: Estrategias familiares y evolución patrimonial”, de María Fernanda Justiniano. Se trata de su tesis para la obtención del Doctorado en Historia. En esta ocasión, muestra cómo hasta 1918 los cuatro lados de la plaza central de la ciudad fueron de dominio exclusivo de quienes se autopercibían como “la sociedad”.
La forma de ignorar a los otros llega al extremo de la pretensión de invisibilidad de sus cuerpos en los espacios públicos. La plaza principal, denominada hoy 9 de Julio y en la época llamada simplemente la plaza, era el único lugar que reunía a los salteños en acontecimientos militares, cívicos o religiosos y también en los fusilamientos.
Bernardo Frías le concedió una relevancia especial, a tal punto que le dedicó el primer capítulo de Nuevas Tradiciones Históricas. En esta obra, que dejó en manuscritos, aludió a ella como Plaza de Armas y la consideró “el centro más poderoso y rico de la población, porque en ella residían las autoridades…”.
Las distancias sociales se manifestaron en la temprana sociedad independiente sin eufemismos. En 1865 la plaza fue rodeada por un vallado de madera de un metro y medio de alto. Se lo pintó de verde con remates blancos y tenía puertas de entradas en las esquinas y a mitad de cuadra.
Sólo señores de galera y damas de alcurnia podían acceder al interior de la plaza y pasear por las sendas diagonales acolchonadas con blanda y amarillenta lajilla extraída del cerro San Bernardo. Únicamente a los de su grupo les estaba permitido descansar también en los vigorosos asientos construidos en ladrillos.
Para Frías, el propósito de tal barrera fue proteger los nuevos jardines que tendría el espacio público de las mandíbulas de los asnos. En las Nuevas Tradiciones estos animales de carga compartieron páginas con la vaca lechera, el caballo de pesebre, las haciendas, las industrias, los gobernadores y las “virtudes de las clases dirigentes surgidas de una ejecutoria de servicios y méritos prestados y adquiridos en beneficio y gloria de la Nación”. En sus relatos Frías rescató figuras como las del general Juan Antonio Álvarez de Arenales, el gobernador Cleto Aguirre, el coronel de los ejércitos Antonio Figueroa, su esposa Doña María Toledo “de sangre de emperadores”, el médico José Redhead, el canónigo Alonso de Zavala y el propio Carlos V, entre muchos más de cierto rango y prestigio social. Los “otros” no son visibles en el escrito, salvo Braulia, de quien recuerda la negrura de su piel, la fealdad de su nombre y su desdichado fin.
En 1905 había desaparecido el vallado, pero ello no significó la desaparición de las distancias sociales. Hasta 1918 los cuatro lados de la plaza fueron un dominio exclusivo de quienes se autodenominaban “la sociedad”. Los demás estuvieron completamente excluidos y sus cuerpos no podían ser vistos ni transitar por el paseo principal. Ese año las demandas de la llamada “clase popular” crecieron a tal punto que las autoridades se decidieron a concederle a los excluidos el derecho a poder usar tres de los cuatros lados. Así retrató el diario El Radical, en su columna editorial, aquella verdadera batalla simbólica:
“Son las 9 p.m. en la plaza el pueblo ocupa sus posesiones. De los cuatro lados de la plaza a tres tiene derecho. La sociedad se ha replegado al otro. Por lo que se ve aquí la clase popular es más fuerte que la aristocracia. Tres cuartas partes más fuerte. De aquí al bolcheviquismo no hay más que un paso. Sin embargo si estas corrientes revolucionarias que amenazan arrasar con el mundo no prosperan hasta imponerse en Salta […] ya limitaremos las exigencias placeras de la clase popular”.
Si bien la cita se presta a múltiples reflexiones basta observar por ahora la fuerza de la división construida, que aún en plena segunda década del siglo XX y en pleno gobierno radical a nivel nacional seguía operando como antaño.
El recorte editorial revela que los editores del diario El Radical compartían la visión de la sociedad imperante y seguían afirmando como legítima y natural a aquella sociedad dual. El “nosotros”, en el cual se incluían, tomaba el nombre de “la sociedad” equiparada sin reparos democráticos con la aristocracia. Los “otros”, en tanto, eran llamados “el pueblo”.
En la plaza tenían lugar los acostumbrados paseos que el grupo folclórico “Los Chalchaleros” popularizó a través de una de sus conocidas canciones y que para el común de los salteños estuvieron vedados por el imperio de la costumbre hasta bien entrado el siglo XX (…) Saravia, compositor de la canción, evoca el paseo por la plaza 9 de julio con el calificativo de “inolvidable”, una costumbre de la Salta de ayer que se extendió con estas características durante la primera mitad del siglo XX.
José Palermo Riviello, panegirista de la elite local, también rememora el paseo de esta manera: “…donde [la plaza 9 de julio] durante la retreta de la banda, por un costado pavimentado de piedra de laja paseaban exclusivamente las señoras y niñas bien que por entonces principiaban a espumar en crema; y el resto tenía que hacer su paseo por el piso de tierra, en los tres costados restantes de la plaza, privilegio que el pueblo miró indiferente” (Myriam Corbacho y Raquel Adet, “La historia contada por sus protagonistas. Salta primeras décadas del siglo XX”, Salta: Maktur, 2002, 114 y 115).
Ese “resto” del cual habla Riviello gozará de voz en un trabajo realizado por las historiadoras Myriam Corbacho y Raquel Adet, quienes reconstruyeron la historia salteña durante las primeras décadas del siglo XX a partir de entrevistas realizadas a protagonistas de la historia local. Sus remembranzas, si bien recuerdan la segunda y tercera década de la centuria pasada, manifiestan la persistencia de esta concepción dual de la sociedad.
Felipe Eduardo, uno de los entrevistados en “La historia contada por sus protagonistas”, nació en 1905. Herrero de forja de oficio, fue uno de los primeros militantes del partido Laborista. Consultado por las historiadoras acerca de los cambios que acarreó el advenimiento del peronismo, trajo a la memoria al paseo inolvidable así:
“… el paseo de los cholos, como se llamaba, era en la cuadra esa, sobre la plaza, frente al cabildo, en los días domingos. Como no había otra cosa, la gente iba ahí a escuchar la Banda, porque la Banda de la Policía era una cosa muy grande aquí en Salta, muy grande, un medio de sanidad para el espíritu, ¿no? Uno iba a escuchar a esos profesores, todos esos gringos italianos eran profesores, una banda de veinticinco, treinta hombres, ¡solistas de aquellos! Que tocaban La Traviata, Caballería Rusticana, usted oía una cosa para el espíritu bárbara ¿no? Y la gente se reunía ahí. Y las cholas como se llamaban, tenían esa cuadra que era sagrada, por ahí no podía pasar nadie, más que ellos nomás pasaban. Ahí es donde efectuaban los primeros encuentros amorosos, salían los noviazgos entre ellos, ¿no? Todos vivían por ahí cerca nomás, ¿no?, todas esas señoritas con sus escotes, con sus vestidos arrastrando en el suelo, iban por sus novios, con sus padres, acompañadas así, deslumbrantes”.
Tanto las líneas transcriptas de Palermo Riviello, quien pretende transitar entre los bordes del “nosotros” y el “ellos”, como las expresiones vertidas por Felipe Eduardo, protagonista del siglo XX, dan cuenta de la larga historia de invisibilidad de los “otros” en la sociedad salteña. Si bien el cronista italiano se asombra por el silencio del “pueblo” ante el privilegio, las palabras de Felipe sacan a relucir el dolor que ocasionaba esa falta de reconocimiento.
Si el cuerpo de infinidad de vivos permanecía invisible no era de esperar otra realidad con el de los muertos. La diferencia entre el ser y no ser, entre pertenecer a la “gente decente” o a la “plebe” se extendía, en efecto, más allá de la vida. Como sentenció Bernardo Frías, “aún para los huesos se conserva el son y el no son”.
En Salta al igual que en toda la América hispana, se acostumbraba sepultar a los muertos en las iglesias o en sus adyacencias. Los lugares considerados más santos eran reservados para personas ilustres o distinguidas en la sociedad de la época.
Fue así que el realista arzobispo Moxó y Francoly encontró cristiana sepultura en el propio altar mayor de la iglesia catedral. Años más tarde a su lado fueron inhumados los restos del patriota Martín Miguel de Güemes sin que las diferencias de bando entre uno y otro durante la gesta independentista fuese motivo de conflicto alguno.
Los problemas se presentaban con la plebe que, más allá de sus inclinaciones ideológicas o de su participación en la emancipación americana, debía enterrar a sus muertos lejos de los lugares sagrados. Para los cuerpos de los “otros” estaban los patios, los terrenos no edificados cercanos a los edificios eclesiásticos e incluso los corrales.
Los lugares diferentes de entierro terminaron en 1841, cuando el gobernador Dionisio Puch decidió el emplazamiento de un único recinto sagrado para unos y otros. En el futuro el cementerio estuvo vedado solamente a los ateos, herejes, suicidas y cismáticos, a cuyos familiares les quedaba el suelo de las viviendas o de los campos para enterrarlos. Aún con estas salvedades, la creación de la necrópolis no achicó diferencias porque “los ricos y las familias de pro y alcurnia tomaron los recaudos necesarios para cubrir con lujos las nuevas tumbas y panteones de los suyos”.
La dualidad estatuida también se palpa en los testimonios autobiográficos que dejó Estanislao Paulino Wayar: “Veía con dolor esa clase social privilegiada creyéndose venir de la divinidad, con derechos intocables para mandar y gobernar, sin tener en cuenta para nada al hombre que trabaja y sufre, al que produce con el dolor de su frente, para que esa clase o casta de parásitos, vivan en la holganza y la disipación (velay como aura! diría con exactitud el gaucho don Ciro)”.
Estas observaciones de Wayar, un hombre perteneciente al grupo de elite, denotan la inconmensurable distancia social elaborada, aunque también permiten advertir que la perspectiva dominante comenzaba a ser interpelada a comienzos del siglo XX.
En esta publicación se omitieron citas y algunas notas al píe de página. El trabajo completo puede leerse en este link.
