lunes 2 de diciembre de 2024
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Juan Manuel de Rosas | El barrio salteño acorralado por la pobreza, la exclusión y las crecidas del río Vaqueros

Un militante social con trabajo territorial en el asentamiento de la zona norte capitalina compartió con este medio un escrito que pincela el drama de un barrio que fue noticia por las consecuencias de la crecida del río, aunque sus penurias no terminan ahí.

Por ahí deambuló mi alma, recién arribada de las fauces de una gran capital urbana. En el comedor Virgen de los Desamparados, nos recibió doña María, quien abrió las puertas de su espacio comunitario, adonde fuimos de manera persistente durante 2 años a realizar tareas de apoyo escolar, recreación, lectura, armado de avioncitos, picaditos de fútbol y chocolatada con tortilla de la panadería social. En medio de la tarea/actividad venía alguno y nos abrazaba, y uno no podía hacer otra cosa más que contener ese abrazo inmenso y devolver el gesto, para luego seguir con lo propuesto.

El comedor se emplazaba en el límite de la traza urbana, donde arrancaba el asentamiento informal. Era loquísimo que de una esquina a la otra no hubiera cloacas ni gas, que los cables florecieran cual enredadera y los baldes de 20 litros fuera el agua más corriente que poseyeran, más allá de la correntada del río Vaqueros en verano.

En esa militancia barrial fuimos creciendo (o al menos eso intentamos) transitando, mirando la cara de desolación a los ojos, nos devolvía la mirada, nos abrazaba en cada paso que dábamos y agradecía el gesto de estar con ellos, niños, niñas, pre adolescentes, infancias acorraladas, de un lado por la vera del río, del otro por la violencia, consumos, ausencias parentales. La mayoría de los varones corriendo con la suerte clásica de la masculinidad dominante: laburando, después se irá a escabiar con los amigos en algún bar de mala muerte o esquina de buena suerte, para luego volver al hogar ebrio, pegar a sus hijos y violar a su mujer. La madre haciendo lo que puede luego de cumplir la expoliadora doble o triple jornada laboral: precarizada, mal paga o la doméstica, mal llamada amor.

No me olvido más la vez que estábamos viendo de involucrarnos en mayor medida, de que jueguen con nosotros. Cada propuesta lúdica era arrastrada a la violencia propia de los barrios marginados de la ciudad. Plantábamos paltas y a la semana ya no estaban. Hacíamos un avión de papel y lo destruían en pleno vuelo. Recuerdo que terminamos esa dinámica y dijimos: bueno vamos a poner todos los papeles en una bolsa de basura. Lo hicimos y de repente el desafío de los chicos fue quedarse con la bolsa de basura, que no la tengamos, ganarla ellos, esparcirla por todo el comedor, desafiar la pequeña autoridad de militantes sociales con osde que transitaban por el espacio. Uff, como me llene de furia. Luego fui leyendo, descubrí que Jonhatan, quien más nos desafiaba tenía cero vínculo con su padre. Si lo tenía, la mayor parte lo ocuparía el silencio y los golpes.

Yo lo conozco al barrio JMR, vos, ¿lo conoces?

Presentamos notas, nos juntamos con autoridades, celebramos días del niño, talleres artísticos/culturales, kermesses, llevamos al barrio el progresar, los servicios que conseguimos, lo que nuestras manos pudieron gestionar y lo que a la voluntad política nos quiso conceder. Fuerte llegar a un territorio y ver que hay problemas estructurales y uno con dificultades para resolver las chauchas y palitos: que el bolsón, que la luz, que la calle que se inunda toda cuando llueve y así.

Cuando terminaban las clases, hacíamos más recreativo y si hacía mucho calor nos íbamos al río. Pasábamos las ultimas hileras de casas precarias, íbamos a la junta entre el Vaqueros y Wierma y se armaba el picnic. Ahí era una fiesta literal, los chicos se tiraban al agua, chapoteaban, nosotros volvíamos a ser niños y todo era risa, joda, chabacanería, farra, jarana y así. Un par de veces nos pidieron quedarse sin nosotros, dudamos, dejamos al mayor a cargo.

Eso se cortó cuando uno de los pibes del barrio murió ahogado. Con la tristeza en el rostro Doña María nos dijo que no lo conocíamos, pero a nosotros se nos hizo un nudo en el estómago y nunca más los dejamos solos en el río.

Después me fui, nos fuimos, buscamos otros territorios, propuestas, militancias. Sin embargo, las noticias del barrio siguieron apareciendo: que dos pibes chorros (¿qué poquitas noticias de pibes cholos hay y como inundan las del estereotipo de pibe chorro?) huían de la policía y uno se ahogó (¿lo ahogaron, no?) tratando de cruzar el río, cuando encontraron en sus orillas asesinada a Daniela Guantay. Y así. Siempre cerquita del río, a orillas de la muerte.

VY ahora trasciende la noticia que el Vaqueros se comió las defensas, que se llevó puestas 3 casillas precarias (que los buenos de un techo para mi país reemplazaron las casas de plástico por unas de madera sin… núcleo húmedo) y que las personas están a la vera de la vida, el destino, esperando respuestas que nunca llegaron.

Y vuelvo al comedor, busco las llaves de la casa de doña María, abro el portón, la biblioteca, me dispongo con mis útiles esperar a los chicos. Está lloviendo, no llegan. Me asomo a la esquina y veo como por la calle avanza el río vaquero, reclamando por naturaleza lo que la desidia institucional nunca cuidó y ahora le pertenece, regodeándose de llevarse las sobras sociales que el poder de turno nunca atiende, levantando la realidad social por los aires y ahogando el grito de dolor de los hijos de la tierra.

Yo todavía conozco el recuerdo del barrio Juan Manuel de Rosas que cobija mi memoria, vos, ¿lo conoces?

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