sábado 7 de diciembre de 2024
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Juan Carlos Romero | El agraciado menos pensado de la fórmula Fernández – Fernández

La fórmula dejó a muchos rascándose las cabezas como lo hacía Stan Laurel en “El gordo y el flaco” para simbolizar el desconcierto, aunque la figura que no tuvo un minuto de kirchnerista encuentra puertas abiertas impensadas hace un mes. (Daniel Avalos)

La “grieta” comienza a transitar un camino de cierre. Hablamos de la división provocada por dos sectores políticamente intensos convencidos de que el progreso del país depende de la aniquilación electoral del otro. Una opción por lo absoluto que obturaba cualquier posibilidad de avance recuperando lo mejor de aquello que busca dejarse atrás. La razón de ese cierre que comienza, debe buscársela en la proclamación de Alberto como precandidato presidencial por parte de una Cristina que corporiza al sector políticamente más intenso de la grieta y concentra la mayor intención de votos opositores en un país que se deshilacha por obra de quien sintetiza las pasiones del otro bando: Mauricio Macri.

El gesto de CFK es inequívoco: empoderó a un Alberto que renunció a su gobierno cuando los varones del país agrario resistieron las retenciones y el conflicto generó un debate en donde el campo popular volvió a apropiarse de palabras y conceptos en desuso, al tiempo que la tensión ponía en evidencia el rol decisivo de las corporaciones mediáticas en la puja político – económica en una era influenciada por el lenguaje comunicacional que está lejos de haberse modificado. En esa continuidad subyace la estatura política de esa mujer que sabe de la existencia de una diferencia crucial entre el 2003 y el 2020: cuando ella y Néstor llegaron al gobierno el país había estallado y el objetivo era reconstruirlo recuperando el poder del Estado y subordinando la economía a la política; lo que se busca ahora es evitar que el país estalle fortaleciendo el mercado interno, incorporando a sectores excluidos por el macrismo y recuperando el rol articulador del Estado en medio de una coyuntura donde el peso de la deuda externa ya deglutió las chances reeleccionistas del Macri que lo posibilitó.

El próximo gobierno – en definitiva – se asemejará en sus comienzos a esas películas en donde el protagonista suda mientras evalúa si debe cortar el cable azul o el rojo para evitar que la bomba estalle. Cristina sabe que esa tarea se le dificulta cuando a la otra minoría intensa no le desagrada la explosión si la misma ocurre en el gobierno de la “tirana” apoyada por la “plebe idiotizada” siempre proclive a enamorarse de cualquier aventurero/a populista. En ese marco, Alberto Fernández puede ahorrarse los gritos al oído mientras evalúa qué cable cortar, porque recibirá los votos duros de Cristina, puede entablar diálogo con sectores recelosos de CFK e irá al encuentro del resto del peronismo para proveer de musculatura política al futuro gobierno.

Lo último abre enormes posibilidades de protagonismo a una figura que no tuvo un segundo de kirchnerista: Juan Carlos Romero. Un exgobernador que – a pesar de su condición de hombre fuerte provincial – saborea un golpe de suerte que siempre es hijo de hechos que el afortunado ni buscó ni provocó, pero que produjeron un escenario inesperado que él evaluará si aprovecha o no. Y es que el anuncio de Cristina también estuvo destinado a la nueva generación de gobernadores peronistas y la vieja guardia justicialista. Ambos sectores piden “corregir” el fervor con que el kirchnerismo retomó el folclor peronista; ambos juran que lo deseable para el país es correrse más al centro; ambos demandan modernizar el partido; y los dos son claves para un armado que posibilite un triunfo electoral que recupere la presidencia sin ceder poder territorial. La fuerza de los primeros está dada por las sendas victorias electorales que vienen protagonizando; la de la vieja guardia de la que forma parte Romero por mantener vigencia gracias al enorme poder que construyeron durante sus gobernaciones y por el peso que tienen en la política nacional en el parlamento nacional.

La fórmula Alberto – Cristina no sólo supone que el kirchnerismo cede y abre las puertas a acuerdos que contemplan las demandas de unos y otros; también supone la emergencia de porteros que nunca suspendieron el diálogo ni con los nuevos ni con los viejos peronistas. El nuevo escenario fue identificado por figuras del romerismo provincial y provoca un “operativo clamor” en el entorno inmediato del exgobernador, al que le susurran la posibilidad de disputar otra vez la gobernación. Difícil que Romero ceda al pedido. Retornar al poder provincial exige un ritmo que ya no tiene, sin olvidar que es lo suficientemente frio y tranquilo como para evaluar la inconveniencia de enemistarse con el “otro jefe de la provincia”, que por estos días vive una desgracia en su proyección política nacional, aunque mantiene intacto su poder palaciego y una personalidad igualmente fría y tranquila como para saber cuándo ser amable o malvado. Lo que nadie podrá negar, sin embargo, es que la fórmula Fernández – Fernández constituye un espacio al que tranquilamente el exgobernador podrá montarse para retener su banca en el senado nacional y que en un primer momento no precisa que se involucre en el armado provincial.

Nadie podrá poner el grito en el cielo y esperar que el mismo dé resultado. Ni siquiera Sergio Leavy, quien perdió el monopolio del abrazo con Cristina y no perderá el de Alberto, aunque a este corresponde informarle que su candidatura surge del propósito de ensanchar más el abrazo. Tampoco podrán hacer mucho los “K” duros que siempre tendieron a cerrar filas en grupos más pequeños. Ellos también deberán conformarse con susurrar el dolor que les provoca el arribo de los oportunistas, aunque elogiando públicamente la apertura con la pasión de quienes desean la reconstrucción nacional. El gesto de Cristina lo posibilita: si ella, la opositora con más chances de acceder a la presidencia fue capaz de dar un paso al costado en nombre del conjunto, hacia abajo todos deberán disciplinar posiciones canonizadas y ceder apetencias personales que maduraron a base de lealtad con referentes “K” químicamente puros. He allí las condiciones de posibilidad para que el exgobernador pueda cumplir aquello que declaró hace un mes: ser protagonista de la política provincial y que terminará de definirse en Buenos Aires más que en Salta, confirmando que el Grand Bourg perdió la centralidad absoluta de la que gozaba hasta hace poco.

Quienes claramente quedaron en una situación desventajosa con el anuncio de la fórmula Fernández – Fernández, son las figuras de Cambiemos y Alternativa Federal. Uno puede imaginar todavía la sorpresa ante el anuncio de Gustavo Sáenz, Martin Grande o incluso Juan Manuel Urtubey: las bocas abiertas, los rostros inexpresivos y el asombro propio de peones rurales en una clase de latín. Tiene sentido: unos y otros protagonizaron sus respectivas construcciones políticas montándose en la “grieta” misma. Los primeros siendo parte de un bando de la misma; el gobernador, jurando que Alternativa Federal constituía la superación de ella.

La forma en que unos y otros encararán el obstáculo puede diferir: Gustavo Sáenz desplegará enormes esfuerzos para provincializar al máximo la elección, aunque difícilmente pueda salir fresco del intento por dos elementos: el abundante material periodístico que será materia prima de un torrente de memes, fotos, audios y videos que le recordarán cómo cortejaba al Presidente y a la Casa Rosada, sin olvidar que los resultados de las elecciones nacionales tendrán consecuencias en una provincia donde el actual presidente careció de popularidad hasta en sus mejores momentos. La conducta del Gobernador será otra: desplegar un enorme esfuerzo por demostrar que el paso al costado de Cristina es un velo que busca invisibilizar la permanencia de la “grieta”, que sólo podría cerrarse con un paso atrás. Traducido: que la expresidenta se excluya de la búsqueda de cualquier cargo, algo que obviamente es imposible. El peligro del mandatario es entonces otro: el de terminar pareciéndose a esos boxeadores que insisten en tirar golpes contra un rival que ya dejo el centro del ring.

Pero siendo un político que nunca temió al traspaso de límites y las tensiones que ello conlleva, seguramente el Gobernador acelerará tomando ese riesgo que lo desliza cada vez más hacia los brazos discursivos de la Casa Rosada. También tiene sentido: a escasos seis meses de concluir su mandato, su férrea vocación de ser candidato presidencial es uno de los recursos que posee para evitar la disgregación interna de la red de intendentes, legisladores y hasta punteros que ante una eventual derrota “U” en las PASO, no dudarán en sepultar al que ya fue para dedicarse intensamente a coronar a los que vendrán y que en esta provincia bien puede ser el propio Juan Carlos Romero. No como gobernador, pero sí como un articulador de espacios y armados que le permitan impulsar a un candidato con chances de éxitos en nombre de la armonía provincial.

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