Lo informó el diario La Gaceta de Buenos Aires el 14 de marzo de 1812. Daba cuenta de que arribaba desde Londres un buque con revolucionarios que se pondrían al servicio de la independencia. (D.A.)
La noticia se estampó en la última página de ese medio que precisaba que la fragata en cuestión se llamaba George Canning y traía personas dispuestas a servir al proceso revolucionario nacido en mayo de 1810.
Entre ellos venía un tal José de San Martín. Casi nadie sabía que había nacido en Yapeyú en 1778, que ocho años después partió junto a su padre español hacia España para ingresar al Seminario de Nobles de Madrid, que ingresó a la carrera militar en Murcia por 1789, que su primer batalla fue en el norte de África o que el grado militar con el que arribó a Buenos Aires fue producto de una destacada actuación en la batalla de Baylén en julio de 1808, cuando las tropas de Napoleón, en la península ibérica, sufrieron su primer revés serio en el país que habían ocupado a nombre de los ideales de la revolución francesa de 1789.
Los servicios militares que San Martín prestó a España no le impidieron ingresar a logias que desde Inglaterra apoyaban la independencia en América del Sur. Fue este accionar clandestino la que posibilitó su viaje a Inglaterra en 1811. Allí se relacionó con otros masones del Río de la Plata y esos encuentros resultaron ser la antesala del viaje de 50 días que el diario La Gaceta terminó informando aquel 14 de marzo de 1812.
Después la historia nos resulta más conocida. Un Triunvirato le encomendó crear un escuadrón devenido en los Granaderos a Caballo al que formó en las modernas técnicas militares del viejo mundo. El bautismo bélico de ese cuerpo fue en la actual localidad santafesina de San Lorenzo donde un soldado negro que las revistas Billiken mostraban como criollo, lo salvo de la muerta dando su propia vida.
Luego vino el encuentro con Belgrano y un Ejército diezmado por años de batallas en el norte. Ejército que debía quedar a cargo del propio San Martín quien concluyó que una guerra definitiva con los realistas era imposible por ese norte. Fue entonces cuando diseño el Plan Continental que buscaba asegurar la independencia peleando en el propio territorio enemigo: primero en Chile y luego en Perú. Fue entonces cuando protagonizó su etapa más gloriosa: el cruce de los Andes, el viaje por mar hacia Perú dejando atrás toda una serie de disputas, controversias, esfuerzos y desencantos que la iconografía escolar suele reducir al máximo.
En Perú, sus políticas de unir fuerzas con Bolívar para terminar de una vez con los realistas fueron vanas. Del encuentro con éste en Guayaquil, no hay documentos directos de los protagonistas que nos permitan tener certezas al respecto aunque la tradición oral luego traducidas al papel sugiere que ninguno estaba a gusto con el otro.
Que San Martín se convenció que molestaba a Bolívar y que el ejército del venezolano no entraría al Perú mientras el argentino que había cruzado los Andes allí estuviera. Entonces san Martín decidió partir. Como última medida de gobierno en tierra incaica convocó a un Congreso para luego abandonar el país de los Incas en septiembre de 1823.
De regreso al país la situación política chilena le presagió el escenario que encontraría en el nuestro: internas insalvables. Había transcurrido poco más de una década desde su arribo en el George Canning y partió hacia Francia para dedicarle tiempo a una hija que ya había perdido a su madre cuando su padre ausente batallaba en tierras latinoamericanas.
Sólo en 1829 intentó volver pero los años no habían atemperado las disputas y decidió permanecer en Montevideo. Desde allí zarpó a Francia definitivamente para morir el 17 de agosto de 1850. Había prometido no ensuciar su sable con la sangre de hermanos.