En enero de 1995, los vecinos de esa localidad salieron a las calles para respaldar a los ex obreros del Ingenio San Isidro que habían sido reprimidos por exigir el pago de sus indemnizaciones. La reacción mostraba un presente de caída económica e incertidumbre.
El 3 de enero de 1995, hace exactamente treinta años, Gendarmería Nacional reprimió a ex trabajadores y vecinos de General Güemes, en Salta, que exigían el pago de pagos atrasados. El diario Página 12 informaba al día siguiente que se había vivido «una verdadera batalla campal de cuatro horas entre ex obreros del cerrado ingenio San Isidro y gendarmes con orden judicial de desalojar la ruta 34».
Según el matutino, la represión «dejó un saldo de por lo menos diez heridos entre uno y otro bando». «Toda la población salió a la calle para respaldar a los manifestantes luego de que los gendarmes, dos de los cuales fueron heridos por pedradas, utilizaran primero gases y luego perdigonadas. Los vecinos vienen cortando la ruta desde hace una semana para protestar por la falta de respuestas del gobierno provincial y nacional. Los manifestantes reclaman el pago de sus indemnizaciones desde hace cinco años, tiempo en que la desocupación se extendió a ferroviarios y empleados públicos», agregaba.
La noticia siguió. El jueves 5 de enero, el mismo diario porteño titulaba «General Güemes es un volcán». La nota era del periodista Héctor Alí, quien aseguraba que «no hace mucho, unos siete u ocho años, los 33 mil habitantes de esta ciudad vivían tiempos venturosos». «No era para tirar manteca al techo, pero, además del empleo público, existían fuentes laborales firme, como el ingenio San Isidro, la cementera Minetti, el ferrocarril. El campo aportaba su capital, con importantes cosechas anuales de tabaco, tomate y cítricos. Las fuentes de trabajo se incrementaron con la instalación de una usina termoeléctrica y la inminente apertura de una planta de fertilizantes y una envasadora de tomates. El comercio minorista hacía su agosto, y nadie pensaba en irse de aquí. Si hasta se encontró petróleo en Güemes».
Alí recordaba que «la debacle arrancó cuando se fue la cementera y dejó a unos 600 obreros en la calle, aprovechando las exenciones impositivas de Jujuy». «Atrás le siguieron la quiebra del ingenio, el cierre del ferrocarril y la caída de las economías regionales, dejando un tendal de desocupados sin sustento. La asignación de una zona franca encendió la esperanza, pero las ambigüedades oficiales terminaron por recalentar los ánimos. Ahora Güemes está al borde de la pueblada. La primera reacción fue un prolongado corte de tránsito en la Ruta 34, que terminó el martes en un feroz enfrentamiento con la Gendarmería. Ayer se repitieron los cortes y nadie puede predecir cómo continuará la rebelión», agregaba.
«Acá la única bandería que levantamos es la panza», decía Segundo Mamaní, un ex trabajador del ingenio San Isidro, quien según el artículo graficaba su expresión palpándose el abdomen. «Pero su comentario pretende además explicar que la protesta de los güemenses está exenta de cualquier tinte partidario. Sus principales dardos están dirigidos contra los gobiernos de la Nación y la provincia», decía la nota. «Esta es una reacción espontánea de la gente porque ya no se aguanta más. Si seguimos así vamos camino a ser un pueblo fantasma», agregaba Jorge Díaz, un comerciante.
«La partida de la cementera Minetti, casi en los últimos estertores de la dictadura, no sólo afectó a los güemenses sino que condenó a desaparecer a El Bordo, un pueblito que comenzaba a crecer al conjuro de la planta. Algo parecido ocurrió con Campo Santo, cuyos habitantes trabajaron por generaciones en el ingenio San Isidro, el establecimiento azucarero más antiguo del país, propiedad de la familia Cornejo, cuya quiebra fue decretada el pasado 19 de diciembre por el juez en lo civil Luis Giménez. El ingenio, que llegó a conchabar a más de 1200 trabajadores y alcanzó moliendas pico de 40 mil toneladas anuales sufrió -según los pobladores-, ‘las consecuencias de un manejo empresarial irresponsable’ y terminó despidiendo a casi todo su personal. Ni aun la gestión de uno de sus propietarios, el ex gobernador Hernán Cornejo, pudo evitar la caída del ingenio, a pesar de que durante su administración se tomaron créditos de salvataje. Desde hace más de tres años los obreros despedidos reclaman el pago de sueldos e indemnizaciones. Hoy el ingenio continúa funcionando mínimamente gracias al esfuerzo de una cooperativa de cañeros jujeños, que también se plegaron a la protesta. ‘Nosotros no queremos salvar a los Cornejo, más bien queremos que se vayan para siempre de Gúemes, queremos salvar la fuente de trabajo’, aseguran», seguía la nota.
«La paulatina desaparición del ferrocarril del Norte provocó también el drenaje de casi 1500 trabajadores. Otro factor desencadenante fue que nunca se radicaron las plantas de fertilizantes ni la envasadora de tomate y, además, que la central termoeléctrica ocupara apenas un 20 por ciento de su personal en esta ciudad. Para colmo de males, el petróleo encontrado en los pozos de Cuchuma, una localidad que estaría dentro del ejido municipal de Güemes, fue apropiado por Salta», seguía.
«La elección de Güemes para la instalación de la zona franca adjudicada a esta provincia avizoró un principio de solución para la desocupación. El veto oficial a la expropiación de unas 400 hectáreas del ingenio San Isidro para la instalación del predio fue la gota que colmó la paciencia de los güemenses», agregaba el artículo.
«Insuflados por activistas de diversas extracciones, los pobladores se cruzaron en la Ruta 34, que une Jujuy con Tucumán, interrumpiendo el tránsito con cortes de una hora y media de paso. El martes se enfrentaron a los gases y balas de goma de la Gendarmería, con palos, piedras, botellas y hondas. ‘Ahora que Ruckauf es candidato a vicepresidente, vamos a ver si cumple las promesas que hizo de traer soluciones cuando era ministro’, auguran sin demasiada esperanza», cerraba la nota.
La cobertura de aquel 5 de enero también incluía un recuadro titulado «Eso da miedo», que recogía la palabra del intendente de General Gúemes, Rubén Cabana, quien culpaba «de los violentos incidentes» a la represión de la Gendarmería. El funcionario señalaba que esa fuerza estatal «tiró con balas de goma, apaleó a la gente, y eso sumó a todo el pueblo» a los disturbios.
«A mi abogado le metieron un culatazo en la cabeza y le hicieron un tajo de trece puntos. No lo mataron no sé por qué. Pero estas acciones dan miedo porque la gente de pueblo ya no se puede dominar», decía.
El intendente aseguraba que la Municipalidad no había sido incendiada por su mediación ante los gendarmes, y advertía que había vecinos que se estaban «preparando para ir de nuevo a la Ruta 34». Y decía: «Una tercera pelea puede ser muy brava».