jueves 13 de febrero de 2025
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Salta, Inglaterra y Alemania, lugares donde a nadie le importa la gente de la calle

Un repaso por distintas historias de albergues y personas marginadas por el sistema en una sociedad que, aquí o en Europa, suele mirar para otro lado.(Federico Anzardi)

La semana pasada se inauguró en nuestra ciudad el Hogar de Noche, un refugio para personas en situación de calle que sean mayores de 18 años. Está ubicado en 20 de Febrero 231, entre Belgrano y General Güemes, y abre todos los días desde las 20. Tiene capacidad para sesenta personas y brinda techo, comida y atención sanitaria.

Este fin de semana que pasó hubo más de cien personas alojadas, con un promedio de entre cuarenta y 44 personas por noche que cenaron un menú caliente que incluía guiso de lentejas o arroz a la valenciana, durmieron y luego desayunaron antes de irse.

Este tipo de lugares no son una novedad en ninguna parte del mundo. Aunque en nuestra ciudad se estaban extrañando, ya que algunos habían sido dados de baja, como el que estaba enmarcado dentro del recordado Operativo Abrigo. La ausencia se notó especialmente en las últimas semanas, cuando aparecieron dos personas fallecidas en plena calle. Una al frente del Hogar Escuela, sobre la San Juan, y otra en un auto abandonado cerca de la comisaría de Castañares.

A lo largo de las décadas no fueron pocos los cronistas que contaron estos refugios desde adentro. Uno de ellos fue Eric Blair, conocido como George Orwell, que en abril de 1931 publicó un artículo titulado “El albergue” en el semanario inglés The Adelphi.

George Orwell.

Orwell había decidido vivir como un vagabundo y retratar todo en sus escritos que se acumularon en un libro llamado Down and Out in Paris and London, publicado en 1933. El título podría traducirse como “Muy tirado en París y Londres” o “Sin un mango en París y Londres” y quizás haya sido influenciado por el clásico “Nobody Knows You When You’re Down and Out” (“Nadie te conoce cuando estás tirado” o “Nadie te conoce cuando no tenés un mango”), una canción de Jimmy Cox de principios de la década del 20 que en las últimas décadas trascendió por la versión que hizo Eric Clapton en su Unplugged de MTV en 1992.

En ese libro, “Sin un mango en París y Londres”, Orwell no incluyó el texto “El albergue” en su versión original. Los interesados pueden leerlo completo en otro libro llamado “Ensayos”, que fue publicado en español por la editorial Debate. Es un trabajo de casi mil páginas que hace algunos años se conseguía muy fácil. El primer párrafo de esa nota original, “El albergue”, escrita en 1931, dice así:

Era la última hora de la tarde. Cuarenta y nueve de nosotros, cuarenta y ocho hombres y una mujer, esperábamos echados sobre la hierba a que abriese el albergue. Estábamos demasiado cansados como para hablar gran cosa. Simplemente nos hallábamos allí, tumbados, con los cigarrillos de armar sobresaliendo de las caras sucias. Sobre nuestras cabezas, las ramas de los castaños estaban cubiertas de flores, y más allá las nubes lanudas flotaban casi detenidas en el cielo claro. Desperdigados por el prado, formábamos una deprimente chusma urbana. Echábamos a perder el paisaje como las latas de sardinas y las bolsas de papel que la gente arroja en la playa.

Después, a lo largo del texto, Orwell cuenta cómo es el lugar. Cuenta que tiene un baño, un comedor y cien celdas de piedra. Cuenta que a los refugiados no los dejaban entrar con plata, cigarrillos o fósforos, y que todos los linyeras, entre los que se encontraba él, le tenían pavor al vigilante del albergue.

Además, cuenta que al entrar los revisaban. A Orwell un encargado del lugar no lo vio tan croto. Lo tomó como un caballero caído en desgracia y decidió tratarlo con cierta cortesía. Como si los otros pobres diablos no fueran merecedores de un trato digno.

Una vez registrados, les daban camisones para que se cambiaran y los mandaban al cuarto de baño. Escribe Orwell:

Aquel cuarto de baño ofendía la vista. Todos los indecentes secretos de nuestra ropa interior quedaron expuestos: la suciedad, los desgarrones y remiendos, los trozos de cuerda que hacían las veces de botones, las capas y capas de prendas hechas pedazos, algunas convertidas en meras colecciones de agujeros, que si no se deshacían era por obra y gracia de la mugre. La sala se convirtió en una humeante prensa de cuerpos desnudos en la que el olor a sudor de los vagabundos competía con el hedor del propio albergue, que apestaba peor que las heces. Algunos se negaron a bañarse y se limitaron a lavar los horribles y grasientos andrajos con los que los vagabundos suelen envolverse los pies. Cada uno de nosotros tuvo tres minutos para bañarse. Solo había seis toallas grasientas y resbaladizas para todos.

En otro pasaje, Orwell escribe: “En los albergues siempre hay algo que no sale bien”. Esa sensación de desgracia inminente también se percibe en otro artículo, más reciente, escrito por otro periodista europeo: el alemán Günter Wallraff, famoso en todo el mundo por su capacidad para disfrazarse y mezclarse entre la gente para hacer sus notas. Wallraff fue un obrero turco discriminado entre los alemanes, fue periodista de un diario sensacionalista que luego mostró las mentiras que se publicaban. Y también se disfrazó de linyera por las calles alemanas.

En el libro “Con los perdedores del mejor de los mundos”, publicado en español por Anagrama en 2010, se incluye el texto “Bajo cero. La dignidad de la calle”. Allí, Wallraff cuenta sus experiencias a lo largo de varias noches de invierno en distintos albergues y refugios.

Esto escribe Wallraff en la primera página de la crónica:

El portero del albergue nocturno más antiguo y más grande de Colonia me mira con desconfianza. Es posible que yo haya exagerado al vestirme: he agujereado los pantalones deshilachados, que ya tienen diez años, y he estropeado un poco la campera, comprada en una tienda de segunda mano. Los zapatones, sucios, son zapatos de trabajo de mi época de obrero turco en los años 80, cuando fui “Alí”. Los lentes de mi juventud contribuyen a reforzar mi extraño aspecto. Los llevaba cuando tenía 22 años y me pasé un año viajando a dedo. Llevo una bolsa de viaje bastante vieja con la colchoneta enrollada y una mochila.

El documento de identidad me lo ha prestado un amigo al que la gente siempre confunde conmigo. Él me hizo el favor de inscribire como homeless en la oficina de empadronamiento. Allí le pusieron una etiqueta en el documento que decía “sin domicilio fijo”. Sin esa etiqueta no se puede pasar la noche en los albergues de emergencia. También la necesidad tiene sus reglas. La burocracia le hace a uno la vida más difícil incluso cuando se ha llegado a lo más bajo.

Ambos periodistas, Orwell y Wallraff, muestran una realidad de sus tiempos y lo hacen de una forma muy directa, con datos, pero también con historias pequeñas. Hacen lo que la periodista argentina Leila Guerriero señala como la manera correcta de no dejar indiferente a la sociedad.

Leila Guerriero.

En el libro “Periodismo, instrucciones de uso”, publicado en 2020, Guerriero aporta un texto en el que dice que”las estadísticas importan, los datos importan, los detalles técnicos importan, pero si queremos que esas estadísticas y esos datos y esos detalles técnicos cuenten una historia que deje, en los lectores, el rastro que deja un texto inolvidable, hay que huir de las miradas burocráticas y de las prosas embalsamadas”. Para Guerriero “en la escritura periodística no sólo importa lo que se dice sino cómo se dice”. Porque en la escritura periodística, agrega, “la estética es una moral”. Y de esa manera, contando historias, el lector deja de ser indiferente. El lector piensa que lo que se le está contando tiene que ver con él.

Eso es lo que hacen Orwell, pero sobre todo Wallraff, que es contemporáneo nuestro aunque ya ande por los 81 años. Nos muestra que algo tan lejano para nuestras pequeñas vidas acomodadas como ser un homeless, un vagabundo sin hogar, puede estar más cerca de lo que pensamos. Lean, si no, el testimonio que recoge de Manfred, un empresario de software que conoció en uno de los albergues:

Yo tenía una pequeña empresa de informática en la que trabajaban diez empleados. Programación de sistemas para grandes empresas. Una de éstas, proveedora de recambios para Audi en la zona de Stuttgart, me dejó una deuda de un millón doscientos mil euros. La llevaron a juicio por fraude pero yo dejé de cobrar por mi trabajo y me condenaron por arrastrar una situación de insolvencia. Me esforcé por salvar mi negocio, mi trabajo de toda la vida. Pasé cinco meses en la cárcel. Cuando sali no me quedaba nada. Tampoco dónde vivir. Y nada de dinero, claro. Desde entonces, desde hace un año, recorro centros para indigentes. Intenté encontrar trabajo en todo el país. De norte a sur. Pero es difícil. Un ingeniero diplomado con antecedentes penales sólo representa un problema para la seguridad.

Anoche, lunes 20 de mayo, 58 personas se alojaron en el Hogar de Noche de Salta. 51 hombres y siete mujeres. ¿Alguien sabe cuáles son sus historias? ¿Sabe qué penas arrastran, qué pesa sobre ellos y qué piensan cuando el sistema los recibe por unas horas para volver a expulsarlos al otro día? El gobierno de la provincia y la municipalidad no reaccionaron hasta que no aparecieron dos muertos en las calles. Muertos que a la sociedad, a nosotros, no nos importaron.

Jorge Macri, el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el año pasado, en plena campaña electoral, dijo que las personas en situación de calle se apropiaban de algunas zonas de la Capital Federal. “Hoy los cajeros automáticos se han transformado en monoambientes de algunos”, llegó a decir.

Un funcionario actual de Jorge Macri, el secretario de Seguridad de Buenos Aires, Diego Kravetz, dijo a principios de este mes que en Capital Federal “el que no acepta la posibilidad de ir a paradores, no puede dormir en la calle. Tiene que ir a dormir ahí o a otro lado que no sea la ciudad”. “No hay un punto intermedio: no vamos a permitir ranchadas”, dijo.

Carol Ramos, la titular de la Cámara de Comercios Unidos de Salta, viene demostrando su desprecio de manera explícita, sin ningún tipo de repudio, quizás porque está en sintonía con la época que vivimos. El año pasado Ramos llegó a exigir reubicación de las personas en situación de calle que ronden por el centro salteño.

“Es un asco vivir así”, dijo Ramos. “La gente parece que por ser pobre se siente con derecho a tirar basura en el piso. La cuadra es una mugre, un basural. Los pobres tienen que saber que el agua es para bañarse. Por más que seas pobre no tenés derecho a andar con mal olor o tratando la calle como si fuera tu basurero”, decía en una entrevista en FM Pacífico.

Ramos, que apoyó a Javier Milei y hoy se queja del aumento de la luz, decía que las autoridades municipales tenían que “hacer una reubicación” de pobres. Ni siquiera en eso era original la titular de Comerciantes Unidos. Como todos saben, en 1977, Antonio Domingo Bussi, el gobernador de facto de Tucumán, hizo una limpieza de linyeras para que el dictador Jorge Rafael Videla pudiera visitar esa provincia y verla limpia, inmaculada y “en orden”. Orden que Macri, Kravetz y muchos más hoy se animan a pedir a los cuatro vientos, mezclándolo con su desprecio por el que menos tiene.

Hay una película salteña que retrata aquel momento ordenado por Bussi. Se llama “La redada” y fue dirigida por Rolando Pardo. Se filmó en nuestra ciudad en 1988 y se estrenó en 1991. Actúan desde el Cuchi Leguizamón hasta Jesús Vera y Miro Barraza. Allí se puede ver muy bien el desamparo de los crotos, la soledad y la desesperación a la que los sometieron en nombre del orden tucumano. Nadie que la haya visto puede permanecer indiferente ante esa brutalidad.

Al principio de la película, Litto Nebbia, que interpreta a un ángel que recorre la ciudad, aparece mirando Salta desde el cerro San Bernardo. Allí dice:

Me maravilla la capacidad de los hombres para el amor. Su coraje, su imaginación. También la capacidad de algunos para sufrir con humildad su miseria, y hasta su locura y su muerte.

Pero me siento desolado ante el desborde del poder, la extraviada soberbia y el horror. Me siento desolado ante la necedad y el desprecio que pretenden imponer.

Nebbia volvió a grabar esas palabras para la banda sonora de la película. Lo hizo encima del piano del Cuchi. El resultado es la canción que abre aquel disco.

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