El presidente protagoniza la luna de miel más corta en cuarenta años de democracia. No tanto por los insultos que escupe a todos, sino porque los argentinos “de bien” concluyeron que el ajuste no lo paga la casta y sí la gente. (Daniel Avalos).
Ya son varios los que afirman que la primavera libertaria está concluyendo. Lo dicen sorprendidos por el escaso tiempo transcurrido entre la asunción del nuevo mandatario y las encuestas que advierten al gobierno lo que está ocurriendo. Lo dicen hasta periodistas y medios que pueden vanagloriarse de nunca haber reivindicado un minuto de gobiernos peronistas. Va acá un ejemplo: la nota de Luciana Vázquez publicada ayer por el diario La Nación y cuyo título es “Javier Milei y el peligro de la otra hiperinflación”.
Allí, la columnista analiza los números difundidos por la consultora Zuban Córdoba, que ya registra el impacto negativo de las medidas libertarias entre la población. Los números hablan por sí solos: un 45% de los encuestados aprueba lo política del gobierno, lo cual, habrá que admitir, no es poco todavía. Pero el resto de las cifras son alarmantes para los libertarios: el 53% cree que el país va en dirección incorrecta; el 54% no cree que Milei vaya a mejorar la situación; y el 62% niega que al ajuste lo esté pagando la “casta”. Pero lo que más sorprende a la periodista de La Nación son otras dos variables de la encuesta. Mientras en diciembre del 2023 el 75% de los encuestados atribuía los males económicos a Alberto Fernández y a Sergio Massa; en febrero el 50,8% responsabiliza por la crisis a Javier Milei. La otra variable es más importante aún: el 80% de los consultados cree que “el ajuste de Milei lo está pagando la gente”. Además de la cuestión cuantitativa anida allí un aspecto cualitativo: también los votantes de Milei concluyen que el presidente violó un punto central del contrato electoral.
En ese universo hay miles de personas que aprobaban la motosierra, pero creían que los amputados serían otros y no ellos. Allí conviven víctimas del ajuste que todavía le hacen el “aguante” a Milei porque prefieren morir de inanición antes que soportar el retorno de cualquier cosa que huela a peronismo; o los libertarios conversos menores de 30 años que en nombre de la fe antiestatista se vuelven a prueba de verdades irrefutables. Pero también residen allí cientos de miles de argentinos y argentinas que finalmente fueron los que decidieron en favor de Milei el resultado del balotaje del pasado 19 de noviembre: personas sin compromisos ideológicos y/o emocionales con las distintas fuerzas políticas del país, que vieron en Milei la posibilidad de un cambio y que tres meses después empiezan a mudar sus expectativas por un mal humor que supura preocupaciones bien terrenales: la posibilidad de perder el empleo y la certeza de ser víctimas de un proceso de movilidad social descendente.
Lo primero atraviesa a todos en un país en donde la amenaza del desempleo es la pesadilla que siempre persigue a un argentino. Lo segundo se relaciona más con la cultura de la clase media nacional, que no conformándose con ser lo que son, siempre quieren ser más. Son estos los que ahora viven tensionados por un presente que les arrebata o amenaza arrebatarle el acceso a servicios y niveles de consumo autopercibidos como propios del primer mundo. Habrá entre estos otros que en vez de entregarse al desencanto o a la furia optan por la indiferencia, pero, como decía Perón, en determinadas circunstancias los indiferentes representan “casi la mitad de un enemigo”.