La ridícula consigna original devino en otras más clásicas: “basta de sobreprecios, DNU y presos liberados”. Acá un intento de aproximación a los “redentores” anónimos que buscan librarnos del popu-comunismo. (Daniel Avalos)
Este es un país lleno de gente genial que a veces busca confluir para alertarnos sobre el mal que sobrevuela el país. Eso pretendieron hacer ayer ciertos “cibernautas de las luces” con una convocatoria que en sus orígenes fue desopilante: manifestarse en las esquinas del país para terminar con la cuarentena a la que interpretan como “un invento del populismo para ir tomando en sus manos el control total de la economía” y direccionar al país hacia el comunismo liso y llano.
Hubo denuncias para impedir la estrafalaria irresponsabilidad en tiempos de pandemia y hasta algún fiscal se hizo cargo del asunto. Ni los primeros ni el segundo eran agentes infiltrados del comunismo internacional enojados con los “genios” que descubrieron “la conspiración”. De allí que estas líneas no pretendan detenerse en los sensatos, sino en esos “redentores” anónimos que buscan librarnos del macabro popu-comunismo y cuya característica fundamental es la de ser personas que estudian poco, pero están convencidas de conocer la realidad nacional, las causas de nuestras desdichas y los remedios para las mismas.
Entre ellos hay genios de derecha y genios que se proclaman republicanos. Los primeros ven la reencarnación de Fidel Castro hasta en Alberto Fernández; los segundos denotan algún grado de evolución y tras desempolvándose de las coordenadas conceptuales de la Guerra Fría aseguran que la sociedad es víctima del populismo a secas al que asocian con políticas distributivas que favorece a “negros”, “villeros” y “planeros” que – según los genios – en cualquier momento le tomarán sus casas por asalto y dispondrán a placer del control remoto del televisor y hasta de la heladera.
El denominador común entre “genios” de derecha y republicanos es la boludez lisa y llana. Y aquí las palabras cobran importancia porque todo argentino que se precie de tal, sabe que hay acepciones distintas para el término. Está la de los jóvenes que usan la palabra para referirse a un tercero sin que ello suponga carga peyorativa y agraviante alguna; y está la acepción clásica que ve en el “boludo” al ser cuasi idiota y manipulable. De allí que podamos concluir que la frustrada “toma de esquinas” de los barbijos anticomunistas también fue un intento de recordarnos al resto de los argentinos de nuestra condición de “boludos” obnubilados por la esplendidez del Poder populista que bloqueando nuestra capacidad crítica, nos impide ver lo sustancial de la cuarentena: un plan del comunismo para controlar el mundo.
Admitamos que todo esto se trata de una boludez inclasificable. De esas que nos deslizan a preguntarnos quién es el manipulador tras bambalinas que por un tiempo convenció a los boludos de lanzarse a la épica e inocua misión de salir a la esquina con una cacerola y arriesgarse a que algún sensato con vocación de pedagogo apocalíptico le estornude en la jeta. Porque convengamos que la boludez es una constante de la historia nacional, pero todos deberemos admitir que siempre hubo un manipulador capaz de cruzar todos los límites para sacar provecho del boludo.
Un repaso rápido de la historia política reciente lo confirma. Carlos Menem, por ejemplo, fue reelegido presidente en el año 1995 con el 49,94% de los votos en una elección donde participó el 82% del padrón electoral tras haber rifado al país y protagonizar hechos que no nos hacían quedar como un país de genios, pero sí de boludos. Seguramente, algunos de los participantes de la “marcha anticomunista” se deslumbraron con ese Menem que salía a una cancha de básquet a través de un aro gigante cubierto de papel brillante que el entonces presidente rompía para ingresar al Luna Park capitaneando a un equipo de basquetbolistas profesionales. Un Menem que también concitó la atención y el asombro de muchos “genios” al anunciarles – desde nuestra querida ciudad de Tartagal – que en Córdoba se instalaban plataformas para naves espaciales que, despegando de la Tierra, se elevarían hasta la estratósfera para desde allí conectarnos con cualquier punto del planeta en solo una hora y media.
Eso no es todo. Este mismo país de genios optó luego, en nombre de la ética, por otro presidente que además de hacer muy poco, lo hacía todo mal mientras sus hijos cambiaban la cultura de la pizza con champagne menemista por la moda del sushi delarruista inclinado a los amoríos en Bariloche o Miami. Y todo en medio de un país que se deshilachaba hasta que por fin explotó, entre otras cosas, porque los no genios le dijeron basta a una historia de humillación. El último gran genio fue elegido en el 2.015 tras prometer que la pobreza caería a “cero” y luego explicarnos durante 4 años (es decir 1460 días) que los males que se acrecentaban eran producidos por una especie de política atmosférica que él asociaba con tormentas perfectas que producían endeudamiento crónico; reconversión de ministerios en secretarias y secretarias en programas; crecimiento del desempleo; inflación galopante. Todos ejemplos que dieron origen a un gran chiste argentino que primero personificó Menem, luego De la Rúa y más tarde Macri: ellos podían autoproclamarse el Rey de los boludos. No porque se sintieran más boludos que el resto, sino porque gobernaban a súbitos que eran claramente bien boludos.
De entre estos últimos surgió la convocatoria para salvar al país de las garras del “populismo insaciable”. Movida que afortunadamente fue un fracaso. No están claras las razones del mismo, aunque circulan algunas hipótesis. Están quienes aseguran que la nula convocatoria confirma que los boludos también tienen límites; otros juran que gente de buen corazón decidió aprovechar la condición de crédulos empedernidos de los convocantes y difundieron por las redes un plan macabro contra ellos: que la “yegua” infectó con COVID-19 a comandados camporistas que debían recorrer las esquinas para empestar a los opositores. La treta parece haber dado resultados a la luz de la escasa convocatoria que se redujo a unos cientos de valientes boludos que en algunas esquinas dejaron claro que prefieren morir consumidos por la peste antes que tolerar la arrogancia populista. Lo seguro, sin embargo, es que nuestro país dejará de ser un país de boludos cuando deje de creerse un país de genios.