En una columna titulada “Centro atrás no siempre es gol”, el coordinador de Adicciones del Ministerio de Salud, Martín Teruel, analiza qué hacer con aquellos que no saben, no pueden o no quieren abandonar el consumo de drogas.
Muchas veces el concepto, el enfoque, es adecuado pero las acciones no se llevan a cabo con acierto.
Lo vemos a menudo en el fútbol, deporte en el que se sabe que centro atrás –o dos cabezazos en el área– “es gol”. Se trata de premisas que adquieren valor de certeza, pero que se validan solamente si las ejecuciones son atinadas. Para decirlo claro, al centro atrás hay que tirarlo bien, sino no sirve.
No es antojadiza la analogía futbolera para hacer algunos comentarios sobre las drogas, porque también la cuestión fútbol y la cuestión drogas tienen algo en común: cualquiera habla de eso, todos pueden, están habilitados para hacerlo.
Por estos días se agitaron las tribunas con el folleto que puso a rodar la Municipalidad de Morón, ese que sugiere “mejor flores que prensado” o “andá de a poco y despacio”. La agitación se presentó casi como una reacción instintiva y los autores de ese producto comunicacional llegaron a ser tildados de “socios de los narcos” en medio de objeciones morales y del omnipresente oportunismo del chiquitaje político-mediático.
Yo mismo he señalado en entrevistas a propósito del asunto que el folleto no me gustó y me pareció mal logrado. Es decir: tiraron mal el centro atrás y la jugada no terminó en gol y sí en contraataque.
Pero pensemos un poco, porque no se trata de dejar de tirar centros sino de hacerlo mejor.
La perspectiva de reducción de riesgos y daños no es un invento de Morón ayer, tiene cinco décadas de exploración e implementación en distintos lugares del mundo, en especial en los denominados países centrales. Surge de preguntarse qué hacer con esos consumidores de drogas que no saben, no pueden o no quieren abandonar el consumo; esas personas que se estragan día a día con una compulsión que escapa de sus manos y los lleva a un deterioro progresivo, incluso mortífero.
Porque el abstencionismo es una posibilidad, nada desdeñable, pero no es la única. Hay usuarios de drogas que piden que se los ayude a no drogarse nunca más, que aceptan ser atendidos, que realizan tratamientos y perseveran en ellos a pesar de algunos momentos de tropiezo o recaída. ¿Y con los que no, qué haremos? ¿Abandonarlos a su suerte? ¿Recogerlos de las calles con carros de asalto y encerrarlos?
Para esas poblaciones se idearon las intervenciones de Reducción de Daños para que, aún cuando sigan consumiendo –y porque sabemos que todo uso de tóxicos es potencialmente riesgoso y nocivo–, les ofrezcamos una chance de dañarse menos y, quién sabe, a partir de ahí empezar a creer que es posible cambiar, recuperarse.
Por otra parte, también es oportuno informar o dar algunas recomendaciones a los usuarios nóveles u ocasionales, esos que no son “adictos” ni viven drogándose pero que, en alguna ingesta circunstancial pueden sufrir problemas. En suma, es asumir que hay gente que se droga, mucho o poco, pero lo hace a pesar que se les sugiera abstenerse. Las drogas estuvieron, están y estarán a lo largo de la historia humana. Vivimos en un mundo con drogas, de lo que se trata es de qué vamos a hacer al respecto.
Y esto es hablar de temas serios, más delicados que el fútbol. Estamos hablando de cómo disponer desde los gobiernos y las organizaciones una serie de recursos lo más variada posible de forma que tengamos algo para ofrecer a la amplia diversidad de personas que se drogan, atendiendo sus particularidades. O sea, no es “esto o aquello” (abstencionismo vs. reducción de daños) sino “esto, aquello y también eso otro”.
Aquel folleto en sí omite algunos criterios que hubiese sido conveniente incluir, como explicitar la noción de riesgo, o sugerir no consumir a las mujeres embarazadas, a los niños y adolescentes, a los que van a conducir vehículos. Omisiones que empobrecieron el mensaje. Ahora, ¿en serio se puede pensar que está mal sugerirle a alguien que, si va a usar drogas, tome recaudos? Es poco lúcido confundir un mensaje de precaución sobre el consumo con uno de promoción de las drogas. Además, resulta insensato desconocer que los discursos y modelos que han imperado a lo largo de todo el siglo veinte no han servido para que el número de consumidores en el mundo disminuya. En efecto, durante la última década ha crecido un tercio de acuerdo con los informes de Naciones Unidas.
Nuestro país no debe retardar más las discusiones de estos temas. Las personas que se drogan no esperan nuestro permiso ni nuestra aquiescencia, no los necesitan. En todo caso somos como sociedad quienes necesitamos dejar de rasgarnos las vestiduras ante los problemas y buscar alternativas que contemplen, con modestia y realismo, lo complejo y lo múltiple.