Constanza Ceruti fue pieza clave de la expedición que revolucionó la arqueología de alta montaña. En una entrevista, narró el origen del proyecto, ventiló mezquindades académicas y mencionó al “único” salteño que participó del hallazgo.
Todos coinciden en un punto: la expedición al volcán Llullaillaco en marzo del año 1999 culminó con el hallazgo de las momias mejor conservadas de tiempos precolombinos. Se dio en un sitio arqueológico ubicado a 6739 metros. Constanza Ceruti fue pieza clave, se convirtió en la primera mujer arqueóloga de alta montaña del mundo y protagonizó un hallazgo de repercusión mundial: momias de 400 años de antigüedad. Los tres niños que desde entonces son conocidos como “Las momias de Llullaillaco”.
“Un varón de siete años que pasó a llamarse ‘El niño’, una nena de seis ‘La niña del rayo’ (su cuerpo en algún momento fue alcanzado por un rayo) y una adolescente de 15 ‘La doncella’ que fueron ofrendados, es decir, sacrificados en una ceremonia inca, muy cerca de la cima del volcán. Los tres niños fueron descubiertos en un estado de conservación asombroso, producto de la momificación por congelación, que según los expedicionarios, daban la sensación de que estaban durmiendo. A su alrededor, encontraron más de 40 objetos, que conformaban su ajuar…” resumió en su edición de hoy el sitio Infobae que realizó una larga entrevista a la arqueóloga reconocida como una de las seis exploradoras más importantes del mundo.
Allí narró los orígenes del proyecto “Llullaillaco”: una expedición de 1998 que realizó con Johan Reinhard (explorador de National Geographic) al volcán Misti ubicado en el sur de Perú. “En ese contexto comenzamos a delinear el proyecto para la investigación del volcán Llullaillaco al año siguiente” declaró la profesional oriunda de CABA, que se graduó en la UBA, vivió un tiempo en Tilcara, desde hace un cuarto de siglo reside en Salta y da clases en la UCASAL a “estudiantes jóvenes (y miembros de comunidades andinas) de las carreras de Turismo; así como a profesionales en la Maestría en Valoración del Patrimonio Natural y Cultural”.
Tras remarcar que sus temas de investigación siempre se vincularon con las montañas sagradas, Ceruti explicó que “al iniciar el trabajo en el volcán Llullaillaco no sabíamos que íbamos a encontrar a las momias. El objetivo era estudiar el sitio arqueológico más elevado (…) No se trata de una ‘búsqueda de tesoros’ sino de comprender el uso del espacio y los aspectos ceremoniales – y también logísticos – en época Inca. Y documentar muy cuidadosamente todo el procedimiento; algo que a fines del siglo XX era complicado, no solamente por los factores del entorno (altitud y frío extremos) sino también debido a que no teníamos cámaras digitales ni teléfonos celulares, por ejemplo. Tampoco hubo un “momento”, ya que la instancia del descubrimiento y puesta a resguardo de las momias y sus ofrendas se extendió durante varios días de esforzadísimo trabajo a 6739 metros sobre el nivel del mar. Ciertamente quedan en la memoria una serie de instancias muy especiales, como fue la recuperación de la niña del rayo; en razón de que pudimos ver su rostro allí mismo en la cima”, recordó.
Pero no todos son gratos recuerdos. Ceruti también rememoró mezquindades y miserias del mundo académico. “La expedición que Reinhard y yo codirigimos en 1999 estuvo originalmente integrada por catorce personas, incluyendo un fotógrafo que National Geographic envió para ilustrar la tarea; quien debió abandonar la montaña porque sufrió un cuadro de edema pulmonar y cerebral en el campamento intermedio. En medio de una severa tormenta de nieve, al partir de la base del volcán el vehículo con el que iba a ser evacuado el fotógrafo, la mayor parte de los colaboradores salteños optaron por volver a la ciudad. Quedamos solamente nueve personas para encarar el trabajo. A casi un cuarto de siglo, es menester recordar con nombre y apellido a los nueve descubridores de las momias del Llullaillaco: los profesionales directores de la expedición -Johan Reinhard y Constanza Ceruti-; los estudiantes de arqueología peruanos Jimmy Borouncle, Rudy Perea, Orlando Jaén; el estudiante de antropología salteño Antonio Mercado; destacando muy especialmente el notable aporte de Arcadio Mamaní, su hermano Ignacio Mamaní y su sobrino Edgar Mamaní, oriundos de una comunidad originaria de la región del Colca”, precisó.
La narración siguió del siguiente modo: “Sin embargo, no faltaron quienes aceptaron ser presentados (y homenajeados, en Salta y en otros ámbitos del país) como ‘arqueólogos salteños descubridores de las momias del Llullaillaco’; aunque hayan estado en sus casas durante las excavaciones en la cima del volcán, y no fuesen arqueólogos profesionales al momento de realizarse la expedición. Paralelamente, mi nombre ha sido totalmente omitido en diversos ámbitos – durante catorce años en el MAAM, por ejemplo -; tal vez para que el real aporte de una arqueóloga profesional argentina con ascendencia indígena, no disuelva ninguna de las tantas ficciones provincialistas y misóginas, que tan convenientes han resultado para quienes “se colgaron de mis crampones”. Afortunadamente, muchos ya se han dado cuenta del error; y en más de un caso se han disculpado conmigo, aduciendo que habían estado ‘mal informados’”, declaró la profesional.
En el tramo final de la entrevista, Ceruti contó que cuando “las momias” estuvieron en custodia temporaria en la UCASAL pudo coordinar estudios interdisciplinarios con investigadores locales e internacionales que permitieron comprender mejor la vida de estos niños y su papel en las ceremonias estatales en tiempos de los Incas; pero que “ya hace muchos años que no estoy involucrada directamente en su conservación”.
En ese marco, consideró imprescindible “incluir en la cartelería del museo información relevante y completa sobre la expedición científica que codirigí con Reinhard en 1999 y sobre los estudios interdisciplinarios que coordiné en la UCASAL. Esto es imprescindible en el contexto de una institución que cumple una función legitimadora de la disciplina a la que está consagrado (la arqueología de alta montaña), de la cual soy la primera profesional femenina en la historia mundial”, sentenció quien tiene más de veinticinco libros y doscientos artículos científicos publicados, recibió el Premio Príncipe de Asturias en el año 2006 y en el 2017 recibió la Medalla de Oro de la International Society of Woman Geographers.