jueves 3 de octubre de 2024
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Video | A cien años de la Reforma Universitaria

Se cumple esta semana el centenario de la Reforma que comenzó en Córdoba y repercutió en Latinoamérica. La libertad de cátedra, el cogobierno, la autonomía universitaria y apertura de la universidad a sus pueblos fueron sus principales logros.

Todo empezó un 11 de abril de 1918 con el surgimiento de la Federación Universitaria Argentina (FUA) que logró reunirse con el presidente Hipólito Irigoyen para exponerle las demandas estudiantiles. Irigoyen representaba muchas de las aspiraciones de los sectores populares y de las clases medias y por ello mismo ordenó la intervención de la universidad cordobesa para reformar los estatutos y elegir nuevas autoridades.

Pero el rector elegido no fue del agrado de los estudiantes que plantearon que la elección había estado digitada por los jesuitas. Fue la pluma de Deodoro Roca quien terminaría relatándolo en ese Manifiesto apelando a párrafos como éste: “En las sombras, los jesuitas habían preparado el triunfo de una profunda inmoralidad. Consentirla habría comportado otra traición. A la burla, respondimos con la revolución (…) y espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical (…) Antes de que la iniquidad fuera un acto jurídico, nos apoderamos del salón de actos y arrojamos a la canalla…”

Es el texto del “Manifiesto de la reforma universitaria” que tuvo un título ambicioso: “La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica”. Un manifiesto redactado con un lenguaje enfervorizado y hasta lleno de ira en algunos extractos. Así son los manifiestos que deben invitar a la lucha, explicar la naturaleza de la misma, sus inconvenientes y sus virtudes. De allí que el manifiesto cordobés invite a rebelarse contra lo que consideran injusto:

“Las universidades han sido, hasta aquí, refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes y, lo que es peor aún, el lugar donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil”.

Los estudiantes no se quedaron sin embargo sólo con lo destituyente porque a esto le sumaron lo instituyente que devino en programa: libertad de cátedra, libre elección de autoridades, cogobierno democrático, reforma de los sistemas de enseñanza, apertura ideológica, autonomía universitaria, apertura de la universidad a sus pueblos.

Pero eso tampoco se agotó allí. Esa reforma supuso también un nuevo espíritu de época, tal como se resalta en el primer párrafo: “Creemos no equivocarnos; las resonancias del corazón nos lo advierten. Estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”. El escrito es fantástico porque visibiliza lo que anidaba en los estudiantes: la profunda convicción de que una nueva época comenzaba y requería del concurso necesario y decidido de ellos, los jóvenes universitarios.

Por ello mismo es también el acta de nacimiento de la juventud como fenómeno cultural. Un sector que asume el mandato que el manifiesto expresa con una vehemencia no menos maravillosa: “El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención espiritual de las juventudes americanas, nuestra única recompensa. La juventud vive siempre en trance de heroísmo, es desinteresada, es pura, no ha tenido tiempo aún de contaminarse”.

Una juventud que no se veía como un sector que demanda derechos particulares y sí como uno que cargaba con un deber para con el conjunto de la sociedad, valorándose a sí misma según el grado de entrega a una praxis colectiva.

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