sábado 7 de septiembre de 2024
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Travesticidios | El silenciado genocidio que tiene a Salta, Tucumán y Jujuy como escenarios trágicos

En 2019 ya hubo treinta casos. La «tradición» de las provincias del NOA. ¿Qué decía la salteña Lohana Berkins?

En lo que va de 2019 hubo treinta travesticidios. En Salta, Jujuy y Tucumán a esto también se lo llama «tradición», denuncia Camila Sosa Villada, cantante trans y autora de la agotada novela “Las malas”.

“En las provincias del norte del país, cuando una travesti termina de practicarle sexo oral a uno o a varios, recibe a cambio patadas en su boca; golpes que coronan un ejercicio deseado pero abyecto. Sus dientes, claro, quedan destrozados. Y para ella, la sala de espera de un servicio de odontología puede tener la duración de una cadena perpetua”.

Así comienza el artículo del periodista Franco Torchia publicado ayer por el portal Infobae. Allí se citan también las palabras de Camila Sosa Villada, poeta y cantante trans, autora de la reciente y ya agotada novela “Las malas” quien aseguró que en Salta, Jujuy y Tucumán, a esto también se lo llama «tradición». «Eso somos como país también, el daño sin tregua al cuerpo de las travestis», dijo, para luego poner nombre a algunos de los travesticidios ocurridos en este 2019: Erica Camila Prizu (Salta), Guti de Libertador San Martín (Jujuy), Marisol Espíndola (Corrientes), Mirna Antonella Di Marzo (Salta), Mariana Carolina Muñoz (Mendoza), Laly Rufino (Buenos Aires)

El artículo denuncia también el rol que juegan los medios de comunicación al respecto: “Algunos femicidios ingresan a las coberturas; otros, muchos, no. Diversas variables sostienen a algunos y expulsan al resto: clase social, escena del crimen, cantidad de hijos, «detallística» de la operatoria criminal y fotos”.

Más allá de ello, lo cierto es que una mujer muere o es asesinada cada 30 horas. ¿Genocidio? Activistas cuentan las muertes y los travesticidios como pueden. Ese «como pueden» es un correlato más de la informalidad como política activa de exterminio. Pasó hace días con un tweet de la escritora Florencia Guimaraes: 30 muertas en lo que va del año.

Según el sociólogo argentino Daniel Feierstein, asesor de Naciones Unidas por temas de genocidio, derechos humanos y discriminación y autor, entre otros trabajos, de El genocidio como práctica social (2007) e Introducción a los estudios sobre genocidio (2016), «un genocidio puede buscar la eliminación de un grupo para la formación de un nuevo Estado nación, para la apropiación de recursos naturales o para la transformación de la identidad de un pueblo. Todos pueden ser, en sus características estructurales, genocidios». Versión amplia pero eficaz.

Y añade: «Los procesos de destrucción masiva no son irracionales ni responden a odios ancestrales o patológicos. Quizás se aprovechan de esos odios, pero no está allí su verdadero móvil. La destrucción tiene un objetivo claro y preciso: transformar y reorganizar las relaciones sociales». Una travesti decapitada tras una violación masiva no es producto del «odio», o no solamente del odio por identidad de género. No es fobia nomás: es intento de «limpieza» social.

Al genocidio no se le exigen cifras precisas. Por el contrario, se trata de erradicar «el cálculo a la baja» frente al que las instituciones ceden. No hay Indec que mida o no, para estigmatizar o no: las marcas ya están en la base del proceso de destrucción. “Empalados, desmembrados, los cuerpos de las decenas de mujeres trans muertas y asesinadas en lo que va del año (alrededor de 7 por mes, según agentes varios de organizaciones LGBTTIQ+) vuelven a morir toda vez que las notas periodísticas no llegan” enfatiza el artículo.

A su vez, en este contexto, muchas chicas trans vuelven a sus provincias, castigadas por la crisis. Volver a las provincias es donarse a las patadas en la boca tras una fellatio. El insilio del insilio, con promedio de muerte a los 35, 40 años.

Lohana Berkins, la «traviarca» fallecida en 2016, solía decir que tenía un cementerio en su cabeza. Aún con acceso al DNI y acceso al nombre propio, la necropolítica no cesa. Este estadio del capitalismo, asegura la filósofa transfeminista mexicana Sayak Valencia en su clásico Capitalismo gore (2010), transforma la muerte en un valor de cambio; la mercancía más preciada es la muerte de un cuerpo que no importa.

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