“Los muros siguen y hay que derribarlos” indica el autor. Habla de lo que ocurrió un 30 de noviembre de 1979 cuando llegaron a las bateas de las disquerías inglesas un disco que marcaría uno de los puntos más altos del rock mundial. (Daniel Escotorín)
El grupo inglés PINK FLOYD publicaba “THE WALL” (EL MURO) y el impacto fue inmediato. Es que no era un disco más: todo en esa obra estaba destinado a revolucionar el espectro de la música popular. Pink Floyd bajo la batuta del bajista Roger Waters desde su otra obra cumbre DARK SIDE OF THE MOON (EL LADO OSCURO DE LA LUNA – 1973) encaraba una etapa de crisis terminal y algo de eso aparecía en el disco y no por referirme a la calidad, que era excepcional, sino al contenido. En efecto, The Wall está dentro de lo que en esos tiempos se lo calificaba como “disco conceptual” u “ópera rock” además del ya reconocido de “rock sinfónico” dadas las características musicales de sus canciones. La obra cumbre del grupo llegó cuando estaban en plena crisis y sería casi el último trabajo como tal.
El disco doble era la otra peculiaridad de la obra. Y en ella el grupo con Waters desarrolla una serie de temáticas que ciertamente se habían convertido en obsesión: la alienación, la locura, la guerra, el poder. El disco va contando en sucesivas canciones la historia de Pink, una estrella de rock que se enfrenta a sus propios demonios: la fama, las drogas, la vida moderna, su pasado. Desde la primera canción quedan claro los vaivenes de sonido, ritmos y efectos con un comienzo lento de bases para pasar a una introducción pesada de guitarra eléctrica y percusión. Así será en distintas partes y nos prepara y nos advierte: “¿no es esto lo que esperabas ver…?”.
Cada canción es como un peldaño que desciende por una escalera hacia la mente atormentada de Pink y nos dice que es parte nuestra. Pero también están los elementos propios de la dura niñez de Waters: su padre había muerto en la 2º guerra mundial en las playas italianas de Anzio y ese trauma sería uno de los primeros ladrillos de ese muro que comienza a levantar: “Papá voló a través del océano, dejando sólo un recuerdo, una instantánea en el álbum familiar. Papá, ¿qué más dejaste para mí? Papá, ¿qué dejaste atrás para mí? Después de todo, no fue más que un ladrillo en el muro. Después de todo, no eran más que ladrillos en el muro”. Para sumarle luego la denuncia del opresivo sistema educativo de esos años que sarcásticamente llamaría “los días más felices de nuestras vidas”, y que en una ya mítica canción enunciaba principios “no necesitamos educación, ni control de nuestros pensamientos (…) ¡ey! ¡Maestros dejen a los chicos en paz! Después de todo no fueron más que otro ladrillo en la pared”.
Claramente no fue su mejor niñez y para sumarle otro ladrillo más, su madre sobreprotectora completó esa parte de la vida de Pink: “Mamá va hacer que todas tus pesadillas se conviertan en realidad. Mamá te va inculcar todos sus miedos. Mamá va a tenerte aquí bajo su ala, no te dejará volar pero puede que te deje cantar.” No hace falta recurrir a la teoría freudiana para entender que de esa infancia solo podía salir un hombre herido, sensible y a merced de un mundo cruel. Ese mundo que el añoraba y quizás nunca conoció, el del claro y limpio cielo azul. Pink descubre que entre las giras su esposa lo engaña, recurre a groupies pero sin mayor placer lo que le causa una crisis mental y destruye su departamento y sus guitarras. La locura que se apodera del personaje tiene una base real: Pink Floyd había perdido a su líder original Syd Barret a los pocos años de iniciada la carrera del grupo. Víctima de las drogas y en especial del LSD, Syd es dejado de lado y ese dolor marcará la historia de la banda.
Se acerca el final de la primera parte del disco y el descenso hacia la locura se expresa en un par de canciones breves y terminantes: Another brick in the Wall – part 3
No necesito brazos que me rodeen / No necesito drogas para calmarme / He visto lo que hay escrito en el muro / No piensen que necesito nada / No, no creas que voy a necesitar nada en absoluto. / Después de todo, todo sólo fue más que ladrillos en el muro / Después de todo, todos ustedes no fueron más que ladrillos en el muro.
Y para luego despedirse de ese mundo cruel “no hay nada que puedas decir que me haga cambiar de opinión. Adiós”.
La segunda parte abre con una de las canciones más poéticas y bellas del disco por el dolor que transmite, por el pedido de auxilio y de una mano que lo salve. Finalmente Pink no es sino esa dualidad de locura y razón, de odio y amor, esa pulsión entre la vida y la muerte, “ey vos: no los ayudes a enterrar la luz. No te entregues sin luchar (…) ey vos ¿no me ayudarías a cargar la piedra? Abre tu corazón, estoy volviendo a casa” y quizás una declaración política: “juntos nos mantendremos, divididos caeremos”, y un solo de guitarra de David Gilmour que anticiparía lo mejor, tan profundo como lastimero. Pink aislado ya en ese muro que fue levantando sobre su propia vida solo atina a preguntar esperando alguna respuesta: “¿hay alguien ahí afuera?” pero ya no había nadie. Y otra vez la melancólica guitarra acústica de Gilmour nos dice que Pink tocó fondo. Para “Nobody home” el Pink estrella de rock es ya un despojo que reconoce que ha perdido todo y solo le queda restos de lo que supo ser parte de su otra vida: una TV, camisas de satén, un piano y no mucho más, un teléfono que del otro lado nadie responde.
Allí la ensoñación de Pink vuelve a su infancia y a su padre: la sensación de abandono, esa soledad y ausencia que nunca pudo llenar ni con fama, mujeres o drogas. Le reclama a Vera Lynn, una cantante que arengaba a las tropas y a la sociedad inglesa a mantener el espíritu de lucha en la guerra, ¿dónde estaban esos muchachos que no volvieron? para entonar en un coro polifónico “traigan a los muchachos de regreso a casa”. Esa ensoñación termina cuando sus productores lo despiertan para el show, pero Pink no responde: está “cómodamente insensible” o adormecido. Y el Pink que se va a despertar entonces ya no será el mismo; comienza un paulatino ascenso en el ritmo, las escalas, en las sensaciones y es que Pink resurge: “no hay dolor…” dice para finalizar aclarando y dejar en claro “El niño ha crecido, el sueño se esfumó; y yo me vuelto cómodamente insensible”. Lo que sigue es un momento extraordinario, un regalo enorme para los oídos y las sensaciones: Gilmour arranca lentamente con las cuerdas de su guitarra en un tempo lento, grave y va lanzando en cada punteo como suaves golpes que entran en el cuerpo, como puñales que tocan vísceras y el alma una y otra vez hasta que al final en notas agudas y largas llegan a un clímax imposible de olvidar y de no querer volver a escuchar una y otra vez. Pink resucitó.
Ya no es el mismo, de su alienación, de su locura, de su dolor resurge ese personaje insensible, duro, hierático, inhumano y autoritario: ha nacido el fascismo. Y así lo anuncia “Pink no está bien, se quedó en el hotel y enviaron una banda sustituta” y amenazante va a averiguar quiénes son sus seguidores: maricones, judíos, negros o quien está fumando un porro, si por él fuese los fusilaría a todos amenaza. Y es el momento de “correr como loco” con tus miedos, tus sentimientos y tus culpas bajo riesgo de ser devuelto a tu madre en una caja de cartón. Algo cambió y así la metáfora del fascismo se vuelve tangible y palpable en nuestra realidad del continente porque al final muchos hoy siguen “esperando a los gusanos”, aquellos que vendrán a restablecer el orden y el orgullo de unos pocos. Todo al son de tambores y marcha marcial dando órdenes megáfono en mano; es la apoteosis del odio.
Esperando para cortar la mala hierba / Esperando a limpiar la ciudad / Esperando a que vengan los gusanos / Esperando para ponerme una camisa negra / Esperando para eliminar los débiles / Esperando para hacer pedazos sus ventanas / Y abrir sus puertas a patadas / Esperando la solución final / Para fortalecer la raza. / Esperando para seguir a los gusanos / Esperando a abrir las duchas / Y encender los hornos / Esperando a los maricones, y a los negros / y a los rojos y a los judíos / Esperando para seguir a los gusanos.
Pink busca salir de esa locura, pelea contra ese demonio interno y descubre que sometido a un juicio con su vida y la sociedad como jurado encuentra que ya no le queda recursos más que enfrentarse a si mismo. Acusado de haber mostrado “sus sentimientos de naturaleza casi humana”, profesor, madre y esposa lo señalarán como culpable de su mal y la de ellos también. El juez entiende que no podía quedar otra pena que la de condenarlo a estar expuesto ante sus pares, condenado a derribar el muro. Todo en una puesta orquestal y sinfónica extraordinaria.
Fuera del muro Pink se encuentra con esa nueva realidad y el mensaje de que cueste lo que cueste, con dolor, debilidad, miedos a los muros hay que derribarlos y ese desafío nos llega cada día a nuestras vidas, a nuestras realidades cotidianas y a nuestras sociedades. No ser otro ladrillo en el muro y derribar los que los gusanos nos levantan para aislarnos.
Completamente solos, o de dos en dos / Los que realmente te aman / Caminan arriba y abajo, fuera del muro / Algunos de la mano / Otros juntándose en bandas / Los románticos y los artistas / se hacen fuertes. / Y cuando te han dado todo lo suyo / Algunos se tambalean y caen / Después de todo, no es fácil / Golpearse el corazón / contra el muro de algún tipo loco.
El alegato contra ese tándem de locura/Poder que conjuga con el de alienación/odio mantiene hoy una vigencia que nos invita a una relectura, a volver a escuchar y ver esta obra, porque el arte tiene esa potencia que perdura en el tiempo y revive, la propia realidad lo revive. Sus canciones no son premonitorias, sino que tienen la mirada profunda de quienes miran donde, cómo decía nuestro genio del rock nacional, pocos quieren ver. Ese alegato dice mucho de nuestro presente en el mundo y en nuestro país, sigue siendo un llamado de atención para evitar que nuevos muros se erijan en nombre de una supuesta libertad.