En 2019 la intendenta fue la candidata más votada en la capital desde el retorno de la democracia, Fue la primera mujer en ocupar el cargo. Mala gestión, problemas de comunicación y diagnósticos políticos errados explican la derrota de hoy.
En 2019, Bettina Romero se convirtió en la intendenta 102 de la ciudad de Salta. Fue la jefa comunal que accedió al cargo con el mayor porcentaje de votos de la historia. Los números y porcentajes de Bettina fueron superiores incluso a los cosechados por Gustavo Sáenz cuando resultó electo intendente en 2015.
Cuatro años después, el capital político de Bettina Romero se desmoronó. Lo confirman los números de hoy: 57.731 sufragios que representaron el 20.37% del padrón capitalino, 32 puntos porcentuales menos que en el 2019, cuando obtuvo el 52,60% de los votos.
Los resultados pueden explicarse por errores políticos y por una gestión que fue valorada negativamente por la gestión. Los yerros políticos pueden resumirse en dos puntos centrales: las tempranas desavenencias con el gobernador con el que compartió boleta en 2019, y la equivocada certeza de que este último le daría exclusividad en la lista este año.
Lo primero se relaciona con las tempranas fricciones que caracterizaron a esa sociedad. Tensiones que se disimulaban a nivel de cúpulas, pero que eran evidentes entre los funcionarios de uno y otro lado, que cruzándose en los pasillos del Poder o habitando los mismos sitios, buscaban conspirar unos contra otros sin que ninguno rompiera el vínculo del todo. Lo segundo, en cambio, se relaciona con la certeza que anidó en el romerismo hasta bien entrado el año 2023: que el gobernador reeditaría la fórmula ganadora del 2019 con Bettina como candidata exclusiva a intendenta en esta contienda.
En junio de 2022 CUARTO lo advirtió: «Difícilmente el gobernador pueda acceder a la pretensión. No se trata si lo desea o no, de si Bettina le cae mejor o peor. Se trata de que en un escenario con complicaciones [políticas y económicas] lo aconsejable es ampliar la coalición en vez de achicarla. Allí no importa que los nuevos invitados quieran disputarle a la intendenta el cargo, menos aún si los pretendientes son figuras de baja estofa o seres con blasones. Importa que los mismos subordinen sus pretensiones al proyecto del gobernador y reditúen votos al mismo». Fue lo que ocurrió: Sáenz accedió a la candidatura a intendente de Emiliano Durand en su propio frente tras el triunfo de este último en la capital salteña en la categoría senador, demostrando que no se trataba de un satélite que orbitaba alrededor de alguna figura sino que se había convertido en un astro con luz propia.
Los problemas de gestión no fueron menos importantes. La intendenta, como todos los ejecutivos que asumieron en el 2019, debió lidiar con los problemas acarreados por la pandemia y convivir con las consecuencias de una crisis económica galopante. Ese fue el marco general en el que desplegó su gestión, aunque nunca pudo convencer al capitalino que las obras que presentaba como transformadoras lo fueran. Por el contrario, esas obras fueron interpretadas como parte de los problemas y que las mismas no tenían como centro de la acción a las necesidades de los barrios. Que la mayoría de los candidatos que le disputaron el cargo adoptaran ese discurso durante la campaña confirma que el sentir atravesaba a parte importante de los capitalinos.
Lo último sirvió para potenciar incluso señalamientos personales en contra de la intendenta: que la gestión insistiera en lo que no convencía convertía a la jefa comunal en una persona vanidosa u obstinada. No es lo mismo una cosa que la otra: lo primero supone que la persona se satisface así misma con la apariencia de las cosas mientras lo segundo supone una inflexibilidad de la conducta que responde al propio capricho. Una y otra cosa producen lo mismo: una mala imagen entre los electores que no se revierte ni con las mejores propuestas ni con las ideas más brillantes.