En esta entrega, la autora realiza una genealogía de esa práctica que vela por los intereses de los poderosos por sobre toda la población a partir de una nota publicada en el diario El Cívico en mayo del año 1900. (Raquel Espinosa)
En un artículo de El Cívico, diario de Salta editado el miércoles 30 de mayo de 1900, bajo el título de “Caminos de piquetes á Anta”, un periodista expresa sus quejas sobre las municipalidades de la campaña porque se ocupan más de favorecer los intereses de algunas personas en particular y no velar por toda la población. Los responsables del periódico manifiestan que recibieron denuncias de varios vecinos sobre el mal estado en que estaban muchas vías de comunicación.
El periodista aclara que hacía poco tiempo atrás el mismo diario se ocupó de un camino que unía El Desmonte con Campo Santo y que en ese momento debe hablar de otro que iba desde Piquete, por entonces capital del departamento, hasta Anta. Dicha vía estaba en un estado deplorable, “en pésimas condiciones”, con las consiguientes incomodidades para atravesarla. Pero el problema se agravó con la decisión que tomaron las autoridades correspondientes: “Dícesenos que la municipalidad de aquel departamento ha hecho limpiar y arreglar otro camino que pasa por la finca de un señor pudiente (el subrayado es mío), obligando así a que el público dé una vuelta enorme para llegar al punto de destino, o sea á la Villa de Anta, con el único fin de favorecer los intereses de dicha persona”.
Quien redacta la nota termina advirtiendo a las autoridades sobre estas “anomalías” que perjudican a la comunidad y a quienes pagan puntualmente sus obligaciones. Reclama que en lugar de perjudicar a la mayoría se deberían cumplir las disposiciones y reglamentos que existen al respecto.
El texto aquí comentado no habla sólo del problema de unos caminos en mal estado. Nos habla de un espacio y una sociedad donde sus habitantes están sujetos por vínculos de dependencia en algunos casos y por el ejercicio del poder en otros. Como ocurre en la mayoría de las sociedades.
En el caso seleccionado me interesa detenerme en la expresión “señor pudiente” que subrayé en la cita textual. Del latín “potens, -entis”, el adjetivo en cuestión –pudiente- deriva del sustantivo poder y es sinónimo de poderoso, acaudalado, acomodado, rico, etc. La palabra describe con precisión la situación de privilegio que la persona denunciada ostenta logrando que se repare primero el camino que lleva a su propiedad y quede en segundo plano el otro camino que necesita la mayoría de la población.
El término “señor” adquiere un valor especial porque en él resuena toda la historia del señorío medieval. Esta institución que es propia de Europa y no de América dejó sus huellas en quienes nos conquistaron y en las futuras generaciones hasta la actualidad, aunque en proporciones cada vez menores. Tan importante es este “señor pudiente” que ni sus vecinos ni los responsables del periódico se atreven a nombrarlo. La autocensura es por demás elocuente. También es interesante el hecho de que el periodista cite “disposiciones y reglamentos” que existen pero no se cumplen.
Los historiadores especializados en la Edad Media como Marc Bloch nos informan que el señorío fue una antigua forma de agrupamiento que en sus orígenes y primera etapa de desarrollo comprendía una colectividad de dependientes sucesivamente mandados y explotados por su jefe. Subsistió luego con caracteres diferentes, más territoriales, más puramente económicos, y se extendió por varios países como Francia, Inglaterra, Italia y Alemania principalmente. Aunque estos autores mencionan muy poco a España creo que merece un apartado especial para complementar lo hasta aquí expuesto y para bucear en los orígenes de ese “señor pudiente” y otros semejantes que poblaron nuestra ciudad y nuestra provincia.
Citaré tres obras literarias que, a mi entender, tienen relación con el tema y que vale la pena leer o releer por los temas tratados y por el valor de la escritura que caracteriza a los autores. El primer texto elegido es Cartas del pueblo andaluz de Manuel Barros (1980). En este libro el autor ensaya una serie de reflexiones en torno a los condicionantes sociales que padeció Andalucía a través de su historia, sobre todo, sus atavismos feudales, operantes hasta hace pocas décadas, en lo que el autor denomina “estructuras fósiles” y que tienen que ver con la explotación al campesinado y la figura del “señorito andaluz”, réplica en pequeño del señor feudal, que Francisco Moreno Galván retrató en los siguientes versos: “Señor que vas a caballo/ y no das los “buenos días”./Si el caballo cojeara /¡otro gallo cantaría!”
El señorito andaluz se creía con derecho sobre sus tierras (los cortijos) y sobre las personas que trabajaban en ellas y a las que explotaba, igual que hacían los señores en sus señoríos. Así lo dice también la letra del flamenco: “Molino que estás moliendo/ el trigo con tanto afán:/ tú estás haciendo la harina/ y otros se comen el pan…”
El señorito andaluz, que reina en su cortijo, se equipara con el dueño o señor de los pazos en otra región de España, Galicia. Aquí cito el segundo libro recomendado:Los pazos de Ulloa (siglo XIX), novela de la Condesa Emilia de Pardo Bazán. Aunque la autora pertenece a la clase alta y ostenta el título de “condesa”, en su obra retrata el estado de atraso en que estaba sumida La Coruña, su ciudad natal, y, por extensión, toda Galicia. Esta decadencia está representada en el Marqués Don Pedro Moscoso, el personaje principal, dueño de un palacio y con aires de “gran señor”. Aunque la acción transcurre en tiempos de decadencia de los pazos se puede rastrear en la novela cómo el caciquismo dominaba las zonas rurales. Los señores de los pazos, al igual que los señoritos de los cortijos andaluces, extendían su poder sobre los campesinos y aún sobre las otras clases sociales y la propia iglesia.
Muchos años después de la publicación de esta novela, Gonzalo Torrente Ballester reflota la temática en su obra Los gozos y las sombras, una trilogía de novelas, ambientadas en un pueblo imaginario de Galicia, en el final de la Segunda República Española. Publicada en 1957 la historia alude al tradicional orden instalado en “Pueblanueva del Conde”, donde los viejos dueños de las tierras ceden paso a los nuevos señores del dinero. La situación de los habitantes del pueblo y sus alrededores sigue siendo la misma; sólo cambian de dueños. En esta nueva etapa, Cayetano Salgado se erige como el nuevo amo que ejerce con total impunidad su poder sobre los bienes – en especial las tierras y las incipientes industrias- y sobre las vidas de los hombres y las mujeres del lugar. Una rémora del viejo señorío europeo.
Señoritos, caciques, señores pudientes o patrones de estancia son distintas versiones para referir a una misma realidad. Una antigua y triste forma de agrupar a los hombres y, al mismo tiempo, dividirlos, posicionándolos en dominadores y dominados. Para regular los vínculos entre las clases así establecidas existieron en la Edad Media ciertos documentos como actas, cartas de costumbres, fueros, relaciones de derechos, etc. tal como las disposiciones o reglamentos de nuestra provincia que se invocan en el texto periodístico aquí analizado. Sin embargo muchas veces no se los tuvieron en cuenta y, al margen de ellos, se cometían diferentes atropellos. Por eso, cuando desaparezcan algunos de los herederos del señorío feudal podríamos decir como Agustín Iniesta al referirse a un señorito andaluz: “Buenas noches, don Senén/ Por fin la cuenta has rendido/ y ya te encuentras dormido/ por siempre jamás. Amén”.