lunes 7 de octubre de 2024
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Salta

Salta desde el ojo ajeno | Paisaje urbano de fin del siglo XIX

La autora recurre aquí, a una serie de artículos sobre Salta publicados por un diario tucumano a fines del siglo XIX. La visión del viajero que es un periodista de Tucumán, nos permite recrear escenas de la vida ciudadana de Salta en 1896. (Raquel Espinosa)

En El Bien Público, a partir del 13 de enero de 1895 se publica una serie de artículos que recogen las impresiones de un turista oriundo de Tucumán sobre Salta. El autor firma como S. Veneziano y confiesa ante los lectores que ve a la ciudad mucho mejor que su fama.

Precisa que personas que llegaron a Tucumán procedentes de la ciudad de Lerma le ofrecieron un panorama sumamente negativo de la misma: “…se me pintó la capital como el pueblo más sucio, más atrasado, más pobre y más desgobernado de la república y a la campaña de esta provincia como una especie de desierto árido y estéril por donde vagaban indios desnudos”.

Para describirla según los relatos de sus informantes recurre a una metáfora y dice que Salta se le presentó en su imaginación como “un antro” y luego utiliza las comparaciones: “pequeña como Catamarca y miserable como Santiago”. Resume en un párrafo todos los rasgos negativos  que la ciudad portaba: un lugar donde no había comercio, no había plata, no había qué comer. Además estaba llena de sapos y culebras y rodeada de pantanos, sin presencia de policía ni de municipalidad, un lugar, en fin, no apto para vivir.

Estos dichos, según su percepción, son “un engaño monstruoso” y aunque reconoce algunas diferencias con Tucumán considera que tiene varias ventajas. Encuentra a Salta agradable y pintoresca. Se muestra sorprendido por el florido jardín de la plaza 9 de julio y los edificios que la rodean y señala que las calles del centro son aseadas y con buenos edificios y comercios, lujosos hoteles y confiterías.

Aunque reconoce que en la estación podrían mejorarse los servicios del tranway y el transporte de equipajes y que también encontró molestos insectos, prosigue con sus alabanzas afirmando el buen servicio de las posadas donde estuvo y la calidad de las comidas. En cuanto a la campaña asegura que la impresión que le causaron los paisajes que ofrecían las estaciones de Güemes, Campo Santo y Mojotoro invitaban a los viajeros a quedarse allí. Siguiendo con las comparaciones asegura que los hermosos bosques campiñas  de esos parajes eran superiores a los monótonos cañaverales de Tucumán.

De la geografía física de la provincia pasa a hacer referencias a la geografía humana y destaca el  buen trato que las personas tienen con los forasteros poniendo como ejemplo la actitud de los agentes de policía; siempre que solicitó información fueron con él comedidos y respetuosos. Asegura que en cierta ocasión hasta lo acompañaron al lugar de su destino y por eso los elogia sin reparos: “…parecían educados en Londres”.

La visión de este viajero, que es un periodista de Tucumán como él mismo se encarga de informar, nos permite recrear escenas de la vida ciudadana de Salta en el año 1896. El centro de la ciudad se destaca, según él, por el aseo: “…el barrido de las calles se hace en las primeras horas de las mañanas por las chinitas o los muchachos de las casas, con toda prolijidad, depositándose las basuras del interior en cajones colocados en el cordón de las veredas para ser llevados luego por los carros municipales…” Esto asegura que no sucede en Tucumán donde los horarios del barrido son inadecuados y la mayoría de las veces las calles permanecen tan sucias que se tiene la impresión de no estar en una provincia de nuestra república sino  en “una ciudad de la Gran China”. La limpieza en el interior de las casas también es superior a la de la provincia de la que es oriundo y le sorprenden los avances logrados con la adquisición de carros atmosféricos que llevan la basura a las afueras de la ciudad y en esto también supera a “la ciudad del azúcar”. Pese a estas ventajas reconoce que Salta tiene el mismo problema que Tucumán en cuanto a la iluminación y que debería mejorarse para el bien de la población. Otra coincidencia negativa la constituye la gran cantidad de perros callejeros que representan un peligro para la salud y aconseja a las autoridades terminar con esa plaga: “¿No hay estricnina en las boticas?”.

El viajero tucumano enumera otras ventajas en el ámbito cultural y pone como ejemplo el funcionamiento del teatro Victoria por las comodidades y los espectáculos que ofrecía aunque le pareció excesiva la presencia de agentes policiales que estaban ahí para evitar desmanes. Por último, también destaca la profesionalidad de la banda de música y la hermosura y elegancia de las mujeres salteñas.

Ahora bien, como ningún relato lo cuenta todo y ningún viajero observa todo, pondremos esta visión en contraste con otras miradas de periodistas locales de esa época.

Plaza 9 de Julio. De fondo se observa el Teatro Victoria. Foto: Nuestra Salta de Ayer.

Contratapa

Hacia fines del siglo XIX, Salta tenía graves problemas debido entre otras causas al mal estado de las calles. En su mayoría eran desniveladas y sin enripiar; con las lluvias y las tormentas se convertían en verdaderas lagunas, tanto en la periferia como en el mismo centro. En los diarios de la época se mencionan otros inconvenientes que se suman al anterior como la presencia de pastos y malezas en las calles y en las veredas; además, muchas casas, ya vetustas, con el problema del agua se convertían en un peligro por los probables derrumbes. La falta de drenajes y de medios para mejorar las vías de tránsito formaban “grandes fangos” que, sumados a los montículos de basuras, se convertían en verdaderos focos de infección. Las tareas de limpieza estaban a cargo de los carros municipales tirados por mulas y conducidos por obreros y presos que eran los encargados de levantar esos escombros.

Los problemas de las tormentas y las lógicas inundaciones que desde los orígenes de la ciudad han torturado a los salteños quedaron registrados en la prensa a través de irónicos títulos que dan cuenta de sus efectos: “Salvando náufragos”, “Paisaje veneciano», “Pozo Bravo”, “Desastre de la avenida”, etc. Por eso se reclamaban obras que pudieran paliar tan lamentable situación, como por ejemplo, el empedrado de las calles. Sirva como ejemplo la nota publicada el viernes 24 de abril de 1896 en La Razón: “Empedrado. El de la entrada principal de la Estación del Ferrocarril, encuéntrase en pésimas condiciones. Con la lluvia de estos días se ha formado allí un lodazal infranqueable. El administrador del Ferrocarril debe ordenar su refacción sin pérdida de tiempo”.

Cuando la época de las lluvias pasaba, los problemas eran otros. El entonces intendente de la ciudad debió publicar hojas sueltas que se repartían entre los habitantes, recordando las ordenanzas vigentes sobre el barrido y el riego de las calles. Las quejas iban dirigidas al vecindario por la desidia que manifestaba. Así lo ilustra un periodista de La Razón en su artículo publicado también el 24 de abril: “…y esto sucede en una ciudad en que no hay casa que no tenga pozo de balde á la mano, prefiriendo vivir ahogados en el denso polvo que levanta el barrido”. En otros artículos de similar tenor se especifica que, desde las 8 a las 10 de la mañana, lo que ocurría con respecto al barrido era “horrendo” y “vergonzoso” pues se levantaban espesas nubes de polvo que eran absorbidas por los ojos, bocas y narices de los peatones, además de las capas de tierra que cubrían sus trajes y vestidos.

María Teresa Cadena de Hessling nos informa que los habitantes de la ciudad levantaba el agua de un depósito instalado al efecto en la margen derecha del río Arias, como antes lo hacía del Yocci. En las casas se surtían, para usos generales, de pozos perforados, que muchas veces estaban contaminados con las filtraciones de los pozos ciegos excavados, en la mayoría de los casos, cerca de los mismos. (Historia Ilustrada de Salta, 1995: pág. 172). La existencia de estos pozos es corroborada en avisos de ventas de casas publicados en diarios como La Conciliación y El Bien Público de 1895. En esos avisos se detallan las habitaciones de cada casa ofrecida, los restantes espacios y comodidades, mencionándose especialmente los pozos de balde.

Además del evidente servicio que estas construcciones prestaban a la sociedad los mismos se erigieron en verdaderos símbolos y han pasado a nuestro imaginario social con una visión romántica de la ciudad colonial. Tal como pasó en otras ciudades del mundo. Fue su simbolismo tan grande en otras culturas que, por ejemplo, la diosa griega de la agricultura, Deméter, y otras deidades clásicas suelen representarse junto al brocal de un pozo. Lejos de esa imagen mitológica, los pozos en la Salta de fines del siglo XIX constituían muchas veces serios peligros porque no se tomaban las medidas acertadas para su emplazamiento y uso. La Razón del 18 de junio de 1896 da testimonio de esta realidad: “los agentes municipales han notificado a los dueños de pozos de balde, que existen sin brocal, en el campo de la cruz o sus inmediaciones a que procedan dentro del término de 8 días a cerrarlos o a hacerles construir brocales”.

Además del barro o de la sequía y las polvaredas que se levantaban con el barrido, las veredas se convertían otras veces en verdaderas trampas para los viandantes que transitaban por las noches los suburbios. Hoyos y promontorios eran los principales peligros y se aconsejaba a los caminantes: “Cuiden sus piernas”.

Otro de los inconvenientes en las calles de la ciudad tenía que ver con la proliferación de perros callejeros que importunaban diariamente. Un aviso así lo registra: “Plaga Canina: Nuestra ciudad va tomando el aspecto de Constantinopla, tal es la abundancia verdaderamente alarmante de canes vagos, ociosos, flacos y gruñones que pululan por estas calles de Dios…” (La Razón, viernes 13 de marzo de 1896).

¿Quién estaba más acertado en su visión? ¿El viajero que alaba a la ciudad o los periodistas locales que diariamente muestran sus debilidades?

El dicho popular expresa: “Cada uno cuenta de la feria según le va en ella”. El viajero que viene de paso y sólo está unos días transita feliz por las calles y no repara en otros detalles o no los prioriza. Las miradas de los periodistas están enfocadas en ciertos problemas y no tienen tiempo -o no quieren- disfrutar las fortalezas… Ajena a estas preocupaciones la ciudad sigue desplegando sus signos; mostrándolos, ocultándolos, cambiándolos, formando textos diversos para inventar nuevos lectores.

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