El despliegue generalizado de la coalición oficialista, las medidas económicas que amortiguaron en parte los efectos de la inflación, más los errores del adversario explican el primer puesto alcanzado por el ministro de Economía. (Daniel Avalos)
Sergio Massa se impuso en las generales de este domingo. Con el 94% de las mesas escrutadas cosechó el 36,40% de los votos (9.081.397), ocho puntos más que en las PASO y quedó por encima del libertario que se había impuesto en las primarias. El triunfo del ministro de Economía se explica por las ganas de ganar de él y del oficialismo, más el terror que generó Milei entre los votantes al no poder superar el techo alcanzado el 13 de agosto.
Lo primero supuso un despliegue generalizado de la enorme red de gobernadores, intendentes, legisladores, dirigentes, militantes y punteros políticos a lo largo y ancho del país para ir a una lucha por el voto casi cuerpo a cuerpo. Lo dicho no aminora en nada el crédito político del propio Sergio Massa. Está claro que los miles de personas que protagonizaron tal despliegue se convencieron de que es dueño de capacidades y fuerzas fuera de lo común para dirigir al conjunto hacia los objetivos determinados.
Las “buenas conciencias” le reprocharán haber aprovechado su rol dentro del Estado para lograr el triunfo. Olvidan que incluso parte importante de la población de a pie valora la eficiencia y habilidad de los sujetos para concentrar y administrar Poder. Sergio Massa usó todos los recursos a su disposición para evitar las disgregaciones internas. Ese fue el primer paso. El segundo fue mostrarse como “el” candidato de la coalición; trabajó para mantener las buenas relaciones con el kirchnerismo, pata clave en esa coalición; se mostró imperturbable a la hora de explicar las malas noticias económicas que debe dar desde hace un año; y profundizó un perfil de hablar pausado para presentarse como lo absolutamente otro de un Javier Milei de gritos chillones al que Massa eligió como rival.
Eso no fue todo. Sergio Massa se inclinó por medidas concretas para convencer al electorado. Es cierto. Eso es posible para aquellos que ocupan un lugar clave en la administración del Estado. Pero no es menos cierto que inauguró la modalidad: cajonear la narrativa para echar mano a medidas. Millones de argentinos no recordarán consigna alguna del candidato de Unión por la Patria, pero si valoraron la eliminación del impuesto a las ganancias para un sector importante de los trabajadores de altos ingresos y la devolución del IVA. Hubo más. En una actitud arriesgada por la posibilidad de parecer provocativa, les hizo saber a millones de argentinos del AMBA cuánto pagarían el boleto del transporte si se implementara la eliminación de los subsidios que proponía el libertario inclinado a las extravagancias discursivas.
Dos de ellas parecieron hacerle mucho daño a Milei: sus dichos sobre los plazos fijos que lo enemistaron con los sectores altos que cuando le amenazan los ahorros pueden hacer alianzas hasta con los piqueteros, como ocurrió en el 2001, y los ataques contra el Papa Francisco, que lo alejan de una grey católica importante en el país.
Sergio Massa, en definitiva, planificó bien el partido y ejecutó con eficacia cada uno de los movimientos diagramados. No es poca cosa. Pero también contó con el favor de un rival que se anotó un par de goles en contra que le complican en demasía lo que hace dos meses parecía más fácil: acceder a la presidencia de la Nación.