Apuntes de una entrevista realizada con el historiador y periodista, un símbolo de la resistencia popular. (Federico Anzardi)
Atendió el teléfono inmediatamente. Un fijo. Nada de celular. Le pedimos la entrevista desde la redacción en Salta. Nos pidió que esperáramos un segundo mientras consultaba la agenda. Era viernes. Preguntó si podíamos el domingo a la mañana. Claro que podíamos. Si nos decía el 24 de diciembre a las 23.59 también íbamos a poder. Esa noche compramos las cervezas de todos los cierres y mientras algunos trabajaban en los últimos detalles de la edición de esa semana, con Gonzalo Teruel nos pusimos a armar un cuestionario. La idea era ir por la salteñidad, los salteños ilustres de la historia contemporánea argentina. Gonzalo me dio una clase acelerada para estar al tanto de los salteños que habían tenido trascendencia nacional. Y Macri, claro. Y Kirchner. Y Urtubey. Y Soriano. Había que preguntarle de todo a Osvaldo Bayer, que con 89 años seguía en la suya. Terco como una mula, trabajando, tomando vino, escribiendo, apareciendo en cada acto que se pudiera.
El domingo a las 10 en punto toqué el timbre de El Tugurio, la casa ubicada en la calle Arcos, en el barrio de Belgrano. Bayer estaba en un patiecito interno, sentado en una silla, delante de una biblioteca, rodeado de plantas, cerca de la minúscula cocina. Inmediatamente quiso tomar un vino, algo común en todas las entrevistas. Y después sí, se largó a hablar. Primero del triunfo de la derecha, de Cambiemos, de Macri. “Tal vez, para el pueblo las experiencias anteriores no fueron muy buenas y entonces está buscando un alivio en la derecha. Que no lo va a encontrar, por supuesto, de ninguna manera, sino que se va a empeorar toda la situación y eso va a ayudar al regreso de la izquierda, una izquierda más formada todavía”, decía, y agregaba: “Las fuerzas de derecha no arreglan ningún problema, nunca, nunca. Al contrario, han terminado en guerras, han terminado en problemas internos, así que la derecha nunca puede solucionar los problemas de una sociedad. Tiene que ser alguien que busque, más o menos, la igualdad. Que no haya pobres ni ricos o, por lo menos, grandes diferencias sociales”.
Después llegó el momento de lo salteño. Urtubey, el presidenciable, para él era “casi desconocido”. Pero no le fallaba el olfato: “Me suena a la alta sociedad salteña”, decía. Y la charla volvía al triunfo de Cambiemos. “Evidentemente el pueblo argentino no aprende. Se deja llevar por las figuras, se deja llevar por las tonteras que dicen en sus discursos. No tiene educación política la Argentina”, decía.
Después charlamos sobre los ocho años de trabajo que le llevó escribir La Patagonia Rebelde. “Lo hice con mucho sacrificio. Trabajaba en Clarín, me habían ascendido y había pasado a ser secretario de Redacción. Tenía que trabajar ocho horas. Al mismo tiempo hacía la investigación. Las vacaciones las pasaba siempre en Santa Cruz, porque ahí estaba todo el material. Los llevaba a mis hijos y decían ‘otra vez la Patagonia’. Ellos querían ir a Mar del Plata (risas)”.
“Siempre me interesó mucho la historia. Estudié Historia en Alemania. Eso me llevó a meterme con los problemas nunca hablados y no resueltos. Por eso empecé con la figura más odiada por el periodismo y la clase alta, que fue Severino Di Giovanni. Era el diablo maldito. Todos los días salía en los diarios ‘el enemigo del pueblo’. Qué propaganda que le hicieron. Ese libro me llevó un año. Estaba muy escondido el material. Al principio nadie quería hablar, pero vivían todos”, contaba Bayer, y recomendaba “revisar los archivos” porque “ahí está la verdadera historia”. “Siempre se descubre la verdad. El historiador profundo siempre descubre la verdad”, agregaba.
“Los argentinos… llegar a este presidente, parece mentira”, decía y comparaba el triunfo de Mauricio Macri con pegarse un tiro “en el huevo izquierdo”. Pero seguía. “Yo sigo la lucha, a pesar de que perdí mucho espacio ya, por la vejez. Ante me movía mucho más. Pero, sinceramente, creo. Creo. Creo y siempre le digo a la juventud que tiene que actuar en la política. Meterse en la vida barrial, en la vida de la gente”.
Pocos meses después, cuando ya había cumplido noventa años, Bayer editó el libro La Chispa, que reproducía los ocho números del periódico autogestionado del mismo nombre que hizo circular en la ciudad de Esquel entre diciembre de 1958 y abril de 1959. Uno de esos diarios pequeños, casi barriales, hablaba, en esa época, de las tierras de Cushamen. “Es necesario cuanto antes tratar el drama de las tierras de Cushamen”, titulaba. En otra nota escribía: “Es urgente que los legisladores traten el despojo de las tierras de Cushamen”.
Un mes y medio más tarde, en agosto de 2017, Santiago Maldonado desapareció durante meses. Había sido visto por última vez en las tierras de Cushamen, donde el reclamo seguía siendo el mismo desde la época de La Chispa.
Osvaldo Bayer sigue denunciando.