Nubarrones sobrevuelan la pre candidatura presidencial de un Urtubey que no cesa en su valentonada carrera. Imponerse en las PASO y llegar a octubre es un objetivo factible que le redituaría beneficios en la nación y en la provincia. (Daniel Avalos)
El contexto en el que se dan tales nubarrones es un escenario que se parece poco al que imaginó el Gobernador cuando planeó su cruzada. Es común en una política nacional esquizoide en donde cientos de voluntades y decisiones son capaces de atentar contra las previsiones más sesudas. A eso se refiere Urtubey cuando asegura que la “grieta” es una construcción de Cristina y Macri con el propósito de mantener vigencia política y electoral. Prescindamos de indagar los orígenes de esa grieta; limitémonos a señalar la misma. Lo confirman las encuestas: entre el 60% y el 70% de la población – según los sondeos – está convencida de que la suerte del país depende de que el triunfo de Cristina o Macri esté acompañado de la aniquilación electoral del otro.
En ese marco, la teoría de los tres espacios carece de potencialidad política para desdicha íntima de un Urtubey que debe saber, además, que la heterogeneidad política del 30% o el 35% de la población que desea superar a la grieta, hace difícil que una sola figura pueda sintetizar las aspiraciones del conjunto. Ello explica la dificultad que manifiestan los presidenciables de ese espacio para encontrar las palabras y las ideas fuerzas capaces de darles forma a las pasiones que anidan en el sector. Lo padece el propio Urtubey, que, acostumbrado a resolver bien sus participaciones mediáticas, hoy protagoniza entrevistas en donde hace un uso exagerado de palabras para decir poco; condición que combinada con el despliegue de un peronismo vergonzante, le dificultan la llegada a la razón y a las emociones de los peronistas y de quienes no lo son.
A esa dificultad hay que sumarle otra más importante: la grieta determina cada vez más el armado electoral de un peronismo que, hasta hace un año, mostraba a ortodoxos y kirchneristas batiéndose a duelos dialécticos, mientras ahora transitan el camino de la reconciliación. La tendencia comenzó con intendentes bonaerenses que siempre vieron en la popularidad de Cristina la posibilidad de mantener poder territorial; incluye desde hace unos meses a sindicalistas como Hugo Moyano; siguió luego con diputados y referentes del massismo como Felipe Solá, Daniel Arroyo o Facundo Moyano, quienes hicieron suyo el reclamo por la unidad; y alcanza ahora a figuras extrapartidarias como Pino Solanas, Juan Grabois o Victoria Donda, que aseguran que cualquier ataque a la unidad de toda la oposición es ser funcional a Macri.
Cada pase político genera asombros y titulares periodísticos, pero lo cierto es que el acontecimiento que consolidó la tendencia ocurrió entre el 17 y 18 de octubre de 2018 en Tucumán. Allí, el gobernador tucumano Juan Manzur – quien coqueteaba entonces con el peronismo no K – montó un impresionante acto del que estuvieron excluidos los kirchneristas para anunciar que iría por la reelección en esa provincia. Un día después, el exgobernador y actual senador – José Alperovich – anunció públicamente que le disputaría la gobernación con el sello de Unión Ciudadana y el respaldo de una Cristina que allí, como en otras provincias, goza de una popularidad mayor a la media nacional.
Esa abierta declaración de guerra hizo posible lo que hasta entonces era improbable: la unificación del peronismo de cara a las elecciones de este año. Las razones son fáciles de explicar: en la mayoría de las provincias gobernadas por justicialistas conviven los dos peronismos; en todas, el kirchnerismo cuenta con Unidad Ciudadana como instrumento electoral; en todas, la popularidad de Cristina es importante; y en todas también el macrismo mantiene fuerza suficiente y recursos importantes para imponerse electoralmente a un peronismo dividido. Esa combinación de factores, sumado a la característica justicialista de escapar a las elucubraciones complicadas para apreciar y resolver lo fundamental, inclinó a los gobernadores a concluir que el kirchnerismo puede no ganar en sus distritos, pero el armado de una lista propia es capaz de hacerles perder las elecciones a los mandatarios que buscan ser reelegidos.
La principal consecuencia política es la siguiente: Alternativa Federal se queda sin la Liga de Gobernadores con la que soñaba. Hablamos de esa conducción real capaz de montar una fenomenal maquinaria que provee al bendecido de una intrincada red de senadores, diputados e intendentes que, valiéndose de miles de intermediarios, ponen el aparato en los rincones más periféricos del país para darle calor popular a una candidatura. Fue el kirchnerismo quien abortó la posibilidad poniendo en juego sus potencialidades electorales y advertir sobre su capacidad de daño, para finalmente deslizar a los gobernadores a discutir acuerdos que permitan disputar con éxito la nación sin poner en riesgo la reelección de los mandatarios justicialistas.
Lo ocurrido el 4 de febrero pasado lo confirma: sólo dos gobernadores peronistas (Schiaretti de Córdoba y Casas de La Rioja) se hicieron presentes en el acto lanzamiento de Alternativa Federal, abriendo enormes dudas sobre qué figuras con peso específico propio querrían encabezar la candidatura a gobernador por ese frente en las distintas provincias. En contrapartida, también ese día, el mandatario tucumano difundía una carta pública pidiendo por un peronismo con Cristina que aceleró acuerdos provinciales que siguieron ayer 14 de febrero con el anuncio de una lista unidad en Entre Ríos entre el K Sergio Uribarri y el gobernador no K Gustavo Bordet, otro de los que hace un año era firme impulsor de un peronismo moderno y renovador que prescindiera del kirchnerismo. En el medio, ocurrió lo mismo en Tierra del Fuego, Santa Fe y otras provincias.
Lo expuesto no aminora la decisión del gobernador salteño por disputar la precandidatura presidencial. Algunos rasgos personales pueden explicarlo: a lo largo de su carrera, Urtubey no tuvo reparos en cruzar límites ni evitó librarse de las tensiones que ello ocasiona. Condición que, sin embargo, nunca lo deslizó a la temeridad pura y llana que siempre es audacia sin propósito factible de concretar. ¿Cuál es el objetivo que, siendo probable para Urtubey, hace las veces de un resorte que lo lanza hacia la empresa? Para ensayar una respuesta no resulta ocioso mirar el escenario nacional con los ojos de operadores metropolitanos que conocen mejor ese escenario por simple cercanía y familiaridad; pero también porque prescinden del entusiasmo de los salteños que desean un comprovinciano en la Casa Rosada, o de la indignación de quienes sienten que el Gobernador sacrifica gestión provincial en favor de apetencias políticas personales.
Hecha la aclaración, digamos que, en lo central, lo que esos operadores aseguran son tres cosas: la profundización de la grieta convierte en huella lo que Urtubey dice que es avenida; ello no lo inhabilita a disputar con chances las PASO de Alternativa Federal para convertirse en un candidato presidencial sin chances para octubre; pero una candidatura de ese tipo en octubre le permitirá influir de manera importante en la elección a gobernador de Salta, al tiempo que se garantiza protagonismo político en la nación.
No se trata de un escenario descabellado. Después de todo, Sergio Massa no es más que un gran vendedor de frases hechas que carece del peso territorial del que presume; Pichetto carece de cualquier tipo de poder territorialidad y sólo cuenta con el entusiasmo de quien al final de su carrera descubrió las luces de la fama; mientas que Roberto Lavagna se vuelve una piedra en el zapato, aunque no deja de parecerse a esos ancianos sabios que conocen mucho pero ya no pueden. En ese marco, Urtubey evita que los vaivenes de la coyuntura violenten la estrategia trazada: búsquedas de acuerdos con partidos provinciales, encuentro con sindicalistas y peronistas menores que resisten al kirchnerismo y el despliegue de un discurso que le granjea la simpatía de un establishment económico y mediático que no deja de cobijarlo. La reunión que mantuvo con la comitiva del FMI el pasado miércoles lo confirma: el salteño adscribe a la agenda que el organismo demanda y Macri no puede concretar, mientras insiste en poner la lupa sobre que considera imperdonables errores del cristinista al que también califica de anacrónico.
Indudablemente se trata de un posicionamiento ideológico; pero también de un cálculo político: una relección de Macri – ningún analista serio lo descarta – lo libra del ajuste de cuentas K y lo convertiría en uno de los carceleros del propio Macri que puede ganar la elección, aunque tal posibilidad solo supondrá una bocanada de oxígeno por dos razones: el capital político del presidente es raquítico con respecto al del 2015 y para intentar concretar las reformas comprometidas deberá entregarse a quienes cuenten con legisladores nacionales dispuestos a ir en su auxilio, aunque tal auxilio tendrá un costo elevadísimo para cada nombramiento de un juez, designación de un embajador, ascenso de un general o para la aprobación de una ley.
Llegar a octubre es el objetivo del salteño que sabe que el tramo más complicado para lograrlo es entre hoy y las PASO de agosto del 2018. En eso anda Urtubey. Recordándoles a todos que protagonizó tres triunfos electorales en Salta, que fue el político más votado en la historia provincial (2011) e insistiendo en que la inclinación hacia lo absoluto que pregonan los “impulsores” de la grieta priva al país del concepto de superación que no termina de ser claro en lo que a propuesta de modelo económico se refiere. A partir de ello busca generar una atmósfera presidenciable que requiere hacer jugar determinados sentimientos y aspiraciones que le permitan estar en octubre para, incluso, ordenar a la distancia a los dirigentes salteños que harán fila para colgarse de su candidatura para tener más chances de mantener o acceder al puesto provincial que ambicionan. Pero esto, es cuestión de otro artículo.