Se trata de la localidad más alta del país. Sus 200 habitantes viven de la minería, pero las casas son de adobe, carecen de agua potable, línea telefónica y el trueque sigue siendo una práctica habitual.
“Acá hacemos patria, cuidando la frontera”, declaró Brian Acoria al diario LA NACION que publicó un largo informe sobre el pueblito que se ubica en la ruta 51, en el límite con Chile. Brian atiende junto a su familia el único hospedaje del lugar. “Nacido en un campamento minero y con educación terciaria, reconoce que el pueblo está olvidado, aunque afirma que los visitantes que se animan a subir hasta Olacapato se enamoran de este escenario andino, donde el apunamiento afecta incluso a los autos” destaca el medio citado que amplifica la voz de Brian cuando declara que no existe otro pueblo “más cerca del cielo”.
A pocos metros del pueblo se encuentra el Parque Solar Caucharí – el más grande de Sudamérica – que produce 300MW, aunque el mismo pertenece a la provincia de Jujuy. Frente a este moderno complejo, un generador mecánico debe trabajar todo el día para producir energía para Olacapato, donde viven 200 habitantes estables. La mayoría de ellos son de la comunidad colla. El cacique es Alejandro Nieva quien en charla con LA NACIÓN señaló que carecen de agua potable. “Es un derecho que necesitamos”, afirma. El agua baja directamente del volcán Quewar (6130 metros) y que según el cacique “es una montaña sagrada” para ellos. “Las condiciones de obtención del vital recurso son primitivas. Al pie del volcán, en una quebrada, un caño toma agua de un río. Sin tratar, el agua baja hasta Olacapato y así llega al grifo de las casas, sin ningún proceso potabilizador”, resalta el escrito.
El aislamiento de Olacapato, además de geográfico, es tecnológico. La señal telefónica es nula. La escuela y el puesto policial tienen internet, y algunos conocen las contraseñas; una empresa privada ofrece un servicio mensual con un costo de $2700. También hay antenas de Arsat, pero se quejan de la poca banda y de su lentitud. El tono terracota domina el pueblo. Tiene la belleza de lo telúrico, predominan las formas sencillas. Las casas están hechas de ladrillo de adobe, con aberturas de madera pintadas de rojo o azul. El mismo diseño se repite: una puerta y dos ventanas muy pequeñas para protegerse de uno de los grandes enemigos, el viento. “En invierno hay días que no podés salir”, explica Brian. Las temperaturas bajan hasta los 10 grados bajo cero.
Como en muchos otros pueblos de Salta, la estación del Ferrocarril General Belgrano está abandonada y testimonia que hubo tiempos mejores. Y como muchos otros pueblos de Salta, las artesanías son un medio de ingreso para algunos de los habitantes. Es el caso de Sixta Casimiro. Se gana la vida tejiendo. “Aprendí a hacer medias y gorros” que cambiaba en el almacén del pueblo por azúcar o fideos. Su familia tenía hacienda, cabras y ovejas; muchas veces había que acompañar al padre hasta los cerros. Ella completó la escuela primaria y se fue detrás de los animales. Es lo usual aún. La economía es ancestral. El mandato ordena a los niños a seguir los pasos pastoriles de sus padres, en los cerros, en pequeñas casas de adobe que se confunden con la montaña.
El informe precisa la forma como se abastecen de provisiones en el pueblo. “San Antonio de los Cobres es la población más cercana, a 60 kilómetros. De allí llegan las mercaderías luego de transitar la peligrosa ruta 51 que asciende por la montaña cruzando abismos, pequeños cementerios y parajes desolados (…) La ciudad de Salta queda a 200 kilómetros”.
Existen algunos “kiosquitos” que venden lo básico. La escuela tiene la única huerta del pueblo. La aridez de la tierra permite una variedad limitada: cebollas, papines andinos y zanahorias. El maíz está presente en casi todas las preparaciones. “Hacemos sopa de frangollo con alguito de carne de llamita”, afirma Sixta. La vaca es un animal raro en el paisaje andino.
Las mineras son un tema recurrente en el pueblo más alto del país. Las montañas y las quebradas son ricas en recursos minerales, como el litio. A dos kilómetros de Olacapato está la mina Los Andes, que extrae ulexita para producir desde ácido bórico hasta sulfúrico. Es la única fuente de trabajo del pueblo. Pero en la población es distante el trato con las mineras. La toma de agua está cerca y tienen sospechas de contaminación. “Extraen agua pura del Quewar”, afirma el cacique.
“Necesitamos que nos consulten antes, porque somos los que cuidamos la naturaleza”, pide Nieva. “Nosotros somos los olvidados”, sintetiza. Un proyecto oficial también tiene al pueblo en vilo: el Nodo Logístico Minero Puna, la construcción de un pueblo que dará servicios a las compañías mineras e incluirá hasta una pista de aterrizaje para aviones a 10 kilómetros de Olacapato.