El influencer fue detenido hoy durante una manifestación a favor de los docentes. El incidente advierte sobre la vanidad de querer convertirse en referente inesperado de una lucha en donde el arrojo individual no existe. (Daniel Avalos)
Parece honesto comenzar estas líneas admitiendo que las características centrales de los influencers no son del todo agradables para quien escribe. Esa pose de idealistas que desde una computadora o un celular luchan por la libertad, o la disposición a hacer cualquier cosa con tal de registrar una imagen que satisfaga el exhibicionismo personal no siempre cae bien. Habrá que admitir, no obstante, que todo eso fascina a la juventud, aunque muchos creamos que no hace falta convertirse en un adulto culposo y simular encanto por ciertas tendencias juveniles que son basura.
Pero las dudas sobre Michelo no se relacionan con esa dimensión de lo comunicacional sino con aspectos estrictamente políticos. En tiempos no muy lejanos, la desobediencia que el influencer protagonizó este miércoles durante la marcha a favor de los docentes salteños hubiera sido catalogada como propia de la izquierda o el progresismo. Claro que los tiempos han cambiado y hoy esa actitud puede venir desde lo peor de la derecha – Milei por ejemplo –, que también muestra capacidad para capitalizar políticamente la indignación social. Estas líneas no buscan encasillar al influencer salteño entre los mal llamados libertarios, pero sí se permiten dudar de la orientación política y cultural del transgresor.
Para hacerlo se puede echar mano a un video reciente que el joven de cabello verde publicó en sus redes sociales. Fue hace poco, apenas un par de días antes de saltar la valla policial en el Centro Cívico Grand Bourg. Allí denunciaba el accionar de Ada Zunino, que ordenó la detención de 19 docentes que protestaban en el acceso norte de la ciudad. Accionar que mereció el repudio de muchos, incluido el de este medio, que hizo un resumen crítico del recorrido de la jueza.
En ese video, Michelo dejaba ver otros pliegos de su indignación: la de pedir que el trato del que habían sido víctimas los docentes se aplicara a piqueteros, personajes que según su visión sí serían merecedores de detenciones al cortar rutas. Además, el influecer salteño impugnaba el supuesto garantismo de Zunino para con ladrones que roban por necesidad, algo completamente equivocado. Como varias veces hemos denunciado en CUARTO, a los malcomidos, a los sin voz, a los nadies, les suele ir muy mal cuando se topan con esa jueza. Al progresismo, a la izquierda, a los que quieren una sociedad más inclusiva, debería preocuparles que en boca del influencer ciertos sectores víctimas de un modelo de exclusión no entren en la categoría de “pobres” por los que Michelo dice preocuparse.
A esos aspectos preocupantes pueden sumarse muchos otros. Como la tendencia bien facha de sentenciar supuestas verdades absolutas con una decena de palabras; la inclinación a elegir de la realidad solamente aquellos aspectos que validan sus preconceptos; el rechazo visceral a la política; el individualismo extremo; el discurso babosamente meritocrático; la tendencia a endiosar al agente privado como materialización de lo virtuoso frente a un Estado malvado que los sofoca. Todo eso convierte a personajes como Michelo en piezas importantes de otros que con paciencia, método y poder verdadero buscan capturar el inconformismo social para direccionarlo hacia salidas políticas antipopulares y antiprogresistas.
Por suerte, Michelo ya fue liberado, porque nadie debería ser detenido por protestar o expresar sus ideas. No sabemos si volvió a su casa sabiendo que puede ser utilizado por sectores que van en contra de los que él dijo defender esta tarde. Lo que Michelo no debería desconocer es que el arrojo individual no es característica de una docencia donde prima lo colectivo desde hace casi dos décadas. Maestros y maestras que protagonizan una historia que increíblemente termina siempre igual. Por los límites de todos los gobiernos que se sucedieron desde que emergieron los autoconvocados, pero sobre todo porque estos últimos se parece a esos equipos de fútbol barriales que Osvaldo Soriano retratara en sus cuentos: planteles con las vestimentas desteñidas que se agrandaban moralmente con los reveses; dueños de un coraje entendido no como exhibicionismo ni alarde físico, sino como discreta capacidad para soportar la adversidad; y que en medio de sucesos que parecían predecir una derrota aplastante encontraban nuevos impulsos para seguir luchando.
El partido sigue abierto. Difícil pronosticar un final, pero lo cierto es que aún imponiéndose, los costos políticos que está pagando el Gobierno serán superiores a los beneficios inmediatos que casi siempre se evaporan rápido.