El periodista Franco Hessling publicó en el diario Punto Uno un análisis de lo ocurrido en las elecciones de ayer. “¿Macri llega a octubre?”, es la pregunta que dispara el escrito.
Todavía no hay nuevo presidente, lo tengamos en claro. La pléyade del Frente de Todos no puede confiarse por las mieles de las Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) de ayer. Aunque, cedamos a la algarabía peronista, la victoria fue todavía más holgada de lo que se esperaba. Tal vez el recuerdo fresco del balotaje en 2015 exageró la cautela de los militantes, al mismo tiempo que las consultoras volvieron a revelarse sobornadas pese a la «cientificidad» con la que exponen sus previsiones. Habían previsto entre 2 y 8 puntos de margen.
La distancia de 15 puntos y la conquista de más del 47% del electorado sorprendieron a propios y ajenos. De la misma manera, salvo una aparición precipitada de Marcos Peña a poco de cerrados los comicios, el resto de las intervenciones públicas de dirigentes oficialistas demostraban ánimo de derrota antes de que se conocieran los cómputos oficiales. Avezos en cuestiones comunicacionales, aprovecharon la victoria de Horacio Rodriguez Larreta en CABA hasta el hartazgo, hicieron que el calvo luciera su testa brillante y su boca de guasón durante varios minutos televisivos.
Pero, sigamos cediendo a los triunfadores, el Frente de Todos, la oposición comandada por el kirchnerismo, aprendió la lección comunicacional de 2017, cuando la cautela de Cristina la llevó a pasar por perdedora el domingo por la noche. Por eso, cuando asomaban las 22 horas y todavía no había cifras oficiales, el peronismo amenazó con lanzar sus propios números.
A partir de entonces Mauricio Macri se reconoció derrotado de modo contundente y los cómputos no tardaron en confirmar la escalda del tándem Fernández. «Argentina empezó a parir otro país y en ese país el único trabajo que vamos a tener es que los argentinos recuperen la felicidad que han perdido», señaló Alberto cuando su victoria ya estaba en boca de toda Argentina.
Una vez más hay que rendir reverencia a la genialidad política de Cristina, la artífice de este golpe de primera mano, que parece tener la fuerza de knock-out. La magnitud de su estrategia, que constituyó básicamente en correrse de la centralidad sin bajarse de la disputa, puede seguirse dimensionando hasta dentro de mucho tiempo. Quizá la suya, de consumarse, no sea una vicepresidencia intrascendente como han sido a lo largo de la historia la mayoría.
No sólo el margen de la victoria parece determinar la suerte de la elección presidencial de octubre, sino también la composición que estructuró el triunfo de ayer. La Casa Rosada perdió en su terreno, y eso no es una metáfora sobre lo ya comentado al respecto del manejo de la comunicación. Cayó en Mendoza por 3 puntos, en Córdoba se impuso por menos del 20%, en Santa Fe quedó a 10 puntos del Frente de Todos, más cerca que en Buenos Aires, donde fue doblegado por más del 20% de los votos. En distritos menos incidentes en la ecuación nacional pero que se anticipaban aliados al PRO la cuestión no distó: igual que en La Pampa, en Jujuy ganó el Frente de Todos por 17 puntos, mientras que en Misiones se impuso por 30%.
A ello hay que sumar el triunfalismo, que no tardará en volverse arrogancia, que acompañará a la fórmula de los Fernández en las Generales que vendrán en dos meses. Al medio, por ley, ya hay pautado un debate presidencial televisado. Alberto Fernández no es Daniel Scioli y Jaime Durán Barba lo sabe. Tal vez el PRO, en vez de ir de mal en peor, empiece a ensayar una salida elegante, en cierta forma conciliada con los ganadores de estas PASO.