Ocurrió en el año 1987. Los sublevados militares se pintaron la cara y comandados por un entonces desconocido teniente coronel Aldo Rico desafiaron al gobierno de Raúl Alfonsín que así empezó a debilitarse irremediablemente.
Para aproximarnos a esos tensos días que debilitaron para siempre al gobierno radical, recurramos al historiador francés Alain Rouquié quien en un libro recientemente publicado*, relató aquellos hechos acaecidos contra un gobierno que sin embargo no había desdeñado la cuestión militar y tomó medidas drásticas para reducir el poder del ejército y “reconstruir moralmente” las instituciones de defensa: cincuenta generales pasados a retiro de oficio, reducción a la mitad de los efectivos del Ejército y del presupuesto militar, aun cuando en diciembre de 1986 impulsó la Ley de Punto Final que señaló una fecha más allá de la cual, las inculpaciones contra militares acusados por delitos de lesa humanidad no serían recibidas aunque igualmente unos trescientos oficiales debieron presentarse ante los tribunales.
De allí que desde 1985 se sintieran rumores de golpe aunque la popularidad del gobierno estaba en su cenit como lo habían mostrado las legislativas de noviembre de ese año cuando ganó las legislativas parciales. Y sin embargo, en 1987, los militares arremeten y el gobierno afronta tres levantamientos militares sucesivos. El primero de ellos tiene lugar durante la Semana Santa de 1987 en Campo de Mayo. Alain Rouquié lo relata así:
“A cabeza del levantamiento oficiales superiores de los comandos de operaciones especiales, quienes, convencidos de haber cumplido heroicamente su deber en la guerra de Malvinas, aparecen camuflados en uniformes de fajina (de ahí viene el nombre de “carapintadas”). Son pocos y se identifican con el nacionalismo y el integrismo católico. Algunos se acercarán al peronismo, como el teniente coronel Aldo Rico, cabeza del levantamiento de 1987″.
Los sublevados presentan su movimiento sedicioso como una simple defensa profesional que no tendría por objetivo derrocar las autoridades legales. Pero exigen, en cualquier caso, además de que se interrumpan los juicios a militares en actividad, la dimisión del Jefe del Estado Mayor.
La opinión pública ya está cansada de la arrogancia mesiánica de las legiones en desbanda. Por ello el pronunciamiento de Semana Santa es bastante impopular. El apoyo a las autoridades legítimas es masivo. Miles de argentinos se juntan en la Plaza de Mayo, ante el palacio de gobierno. Algunos sindicatos movilizan sus tropas para sostener al gobierno de la democracia. Mientras que al Ejército “leal” le cuesta ponerse en marcha para reprimir a los rebeldes, grupos de civiles se dicen prestos a ir a Campo de Mayo para terminar con ellos.
Para evitar el derramamiento de sangre, Alfonsín decide, de manera imprudente, ir él mismo al lugar para pedirles a los amotinados que se rindan. Lindo gesto, en apariencia, pero políticamente desastroso. ¿Puede el Jefe de Estado ir en persona a parlamentar de igual a igual con un puñado de oficiales sublevados sin perjuicio propio?
Mientras el presidente anuncia a los argentinos que todo ha vuelto al orden, los rebeldes hacen saber que sus reivindicaciones han sido aceptadas por el Jefe de Estado. Cuando el Congreso vota una ley sobre la Obediencia Debida, que excluye de toda responsabilidad penal a los oficiales que están por debajo del grado de teniente coronel, se le da el nombre de “ley Rico”, en referencia al oficial Aldo Rico que ha sido el interlocutor del presidente en Campo de Mayo. Sin embargo, el texto de la Ley determina que los torturadores y los militares que han “obrado sin orden” de sus superiores no se benefician de estas suposiciones.
A pesar de eso, esta segunda limitación de la acción penal pública es todavía más discutida que la primera. Para la opinión mayoritaria, Alfonsín ha capitulado. La justicia está en la mira. A pesar de la valentía que demuestra, aparece como culpable y escandalosamente débil.
El gobierno ha chocado contra el espíritu de cuerpo y la cohesión defensiva de los militares. La gestión de esta primera rebelión es fatal para la popularidad del presidente de la democracia estrenada”.
*Alain Rouquié: “El siglo de Perón. Ensayo sobre las democracias hegemónicas”. Editorial edhasa, año 2017. El fragmento citado en esta nota se ubica en las páginas 176 y 177.