La batalla de San Bernardo ocurrió un día como hoy del año 1658. Fue analizada en manuales militares del siglo XX y supuso el fin de la última rebelión calchaquí contra los españoles. Tuvo entre sus protagonistas al “falso Inca” Pedro Bohorquez. (D.A.)
Comencemos estas líneas resaltando una escena de película que tuvo como escenario nuestra actual Plaza 9 de Julio: 900 hombres – entre españoles, mestizos e indios – haciendo su entrada a la ciudad tras ese enfrentamiento. El cinematográfico ingreso fue relatado en el año 1914 en una publicación del Ejército titulada “Introducción a la Historia Militar Argentina”. Al frente marchaba el gobernador de la provincia del Tucumán: Alonso Mercado y Villacorta. Para algunos se trataba de un militar brillante que tras doblegar la rebelión calchaquí gobernó Buenos Aires, luego volvió al Tucumán y terminó su carrera en la Real Audiencia de Panamá que, en términos contemporáneos, hacía las veces de las actuales Corte Suprema de Justicia.
Esa publicación del ejército le dedicó un capítulo a esa batalla que fue atribuida a la torpeza política y a la ambición del propio Villacorta quien – en 1657 – había encumbrado a la persona con la que se enfrentó un año después: Pedro Bohórquez, otro personaje de película. Había nacido en Sevilla y llegó a América en busca de riquezas como lo hicieron todos los españoles. Es en el Perú donde los documentos coloniales registran las primeras acusaciones de “embaucador” para ese andaluz que era un conocedor de la cultura indígena, un ser carismático y al que todos los testimonios históricos le atribuían una gran oratoria.
Problemas con religiosos de allí determinaron su destierro al sur de Chile, donde se involucró con los araucanos que por entonces guerreaban a los blancos, lugar del que también se fugó para arribar al noroeste argentino. Acá germina su empresa más ambiciosa y trágica. Entabló contactos con los calchaquíes y difundió la versión de que descendía de los Incas. Desde entonces jugó con los intereses de toda la sociedad colonial para escalar posiciones: a los jesuitas les aseguró que sería el instrumento que la Iglesia precisaba para logar la evangelización de los indios; a los españoles prometió develar la ubicación de las minas que los indígenas supuestamente escondían y el sometimiento de los calchaquíes para acrecentar la mano de obra servil; y a los indígenas les prometió que su reinado garantizaría la autonomía indígena.
En una ciudad de Catamarca, caciques y guerreros fueron testigos de cómo unos pocos españoles encumbraban al andaluz. Uno de los presentes era el ignaciano Hernando de Torreblanca quien relató que en esa junta el andaluz se comprometió en ayudar a la conversión de los infieles y acrecentar las riquezas de la Corona. Bohórquez, por su parte, exigía que el poder español permitiera a los indígenas reconocerlo como Inca. El pedido suponía una afrenta al rey español, aunque la ambición pudo más y Mercado y Villacorta accedió a la exigencia.
El autorizado Inca se instaló en el pueblo salteño de San Carlos, a metros de una residencia jesuita. Su conducta pronto empezó a preocupar a los españoles que alertaban que en el “reinado” de Bohórquez resucitaban las tradiciones prehispánicas que fortalecían los vínculos entre el “falso Inca” con los caciques calchaquíes. El gobernador descubrió su error y recurrió a lo que sabía: intentos de asesinatos y mensajes a los indígenas para alejarlos del personaje entronizado por él mismo.
Cuando el falso Inca comprendió que el “amigo por conveniencia” de un año atrás reaccionaría, decidió golpear primero. En agosto de 1658 expulso a los jesuitas de los valles calchaquíes, destruyó las misiones y haciendas de personajes que para él eran espías. Los jesuitas, por su parte, aseguraban al gobernador que Bohórquez y los calchaquíes se aprestaban a atacar Salta en lo que ya a todas luces era una nueva rebelión calchaquí.
El gobernador concentró sus fuerzas en el fuerte que, según los registros históricos, se ubicaba en algún punto de la Cuesta del Obispo. A mediados de septiembre ganó la batalla que le permitió disimular sus propios errores con la entrada triunfal a nuestra ciudad. La tercera y última rebelión calchaquí había comenzado mal para los diaguitas y terminaría aun peor: con Bohórquez hecho prisionero y ajusticiado en una plaza de Lima, y con los calchaquíes derrotados primero y expatriados después en puntos tan alejados de nuestros valles como la actual ciudad de Quilmes en Buenos Aires, donde finalmente fueron desapareciendo.