El 8 de julio de 1990 se disputó la final del Mundial italiano. El partido en el que los argentinos se metieron por la ventana. La jugada maestra que no le perdonaron al 10.
“Hijos de puta, hijos de puta”: el grito es un eterno recuerdo, una de las gestas maradonianas por excelencia. La de defender la camiseta y a la selección en pleno campo enemigo, ante todo y contra todos. Esperar el momento justo, cuando la cámara esté frente a él, no antes. Decirlo con vehemencia y con la claridad necesaria para que se entienda en todos los idiomas. “Hijos de puta, hijos de puta”. Todo el Estadio Olímpico de Roma silbando el Himno Nacional Argentino, la canción que representaba a la selección que había sacado a Italia de su propio mundial, el que debían ganar, el que no tenían que perder. Pero llegó Maradona, que ya comandaba a las huestes del sur italiano con el Nápoli y les volvió a ganar, como siempre, a los del norte. Esta vez no se lo iban a perdonar.
Todo había empezado el 30 de junio de 1984, el día en que Diego Armando Maradona fue comprado por la Società Sportiva Calcio Nápoli, el club de la ciudad de Nápoles, al sur de Italia. Una institución menor para el jugador que había llegado a Europa directo al Barcelona como una de las promesas más grandes del fútbol mundial. El Nápoli hasta ese momento sólo había obtenido un campeonato de segunda división y dos Copa Italia. Poco antes de la llegada del astro se había salvado del descenso apenas por un punto. Fue como si en 2009 Lionel Messi hubiese pasado al Levante.
Poco tiempo pasó para que Maradona se adaptara a la ciudad y al espíritu de sus habitantes. Se sintió identificado con la lucha de los napolitanos en contra del racismo de los italianos del norte. Se hizo cargo de esa responsabilidad y lo dijo sin vueltas en los medios: “Estamos jugando contra todos”.
Enseguida llegaron los hechos Marca Registrada del 10, como el partido a beneficio en las afueras de Nápoles, un encuentro que el presidente del club Corrado Ferlaino y la FIFA no querían que se disputara. A Diego no le importó: fue y jugó en una cancha muy humilde, llena de barro, algo impensado en estos días. Como si Lionel Messi hubiese jugado un partido de onda en la cancha de Mitre.
En 1986, Maradona jugó contra la selección italiana un partido por la primera fase del Mundial de México. Italia era el campeón del mundo. Argentina ni siquiera ocupaba el lugar de cabeza de serie. En la segunda fecha del grupo, ambos equipos se enfrentaron. Los italianos pusieron el 1 a 0 gracias al penal marcado por Alessandro Altobelli. Poco después llegó el empate, una de las jugadas más recordadas del 10 en la selección por la exquisita definición, con el ángulo cerrado, que puso el 1 a 1.
Al regreso a Italia, ya campeón del mundo, Maradona se encargó de hacerse respetar y que el norte italiano respete y le tema al sur. Era la venganza de los pobres. El Nápoli empezó a ganar y a pasar por encima a los equipos que hasta entonces siempre se llevaban el triunfo. La Juventus, la Roma, el Milan. Todos caían ante el equipo del Diez. Y así fue que Nápoli obtuvo su primer scudetto en 1987, un campeonato que para Maradona fue “lo más importante” que había ganado en su vida. Más que el Mundial del 86.
En los años siguientes, Maradona lideraría al Napoli y lo convertiría en uno de los mejores equipos de Europa, obteniendo otro scudetto, una copa UEFA, una copa Italia y una Supercopa italiana. Todo era hermoso. Hasta que llegó el Mundial 90.
La selección argentina defendía el título obtenido cuatro años antes. Integraba el grupo B junto a Rumania, la Unión Soviética y los desconocidos africanos de Camerún, que apenas si habían jugado el Mundial de España, en 1982. El primer partido de Argentina inauguró el torneo (todavía se estilaba que el campeón abriera el campeonato). Fue en Milán, el 8 de junio de 1990, pasado el mediodía de nuestro país, la tarde de la recordada falla del arquero Nery Pumpido y la derrota inesperada que provocó críticas a todos los jugadores del plantel, menos a Maradona.
A los tumbos, con más carácter que juego, Argentina se las arregló para pasar de ronda hasta llegar a las semifinales. Tocó jugar contra Italia, el 3 de julio de 1990, en Nápoles. “Diego, Nápoles te ama, pero Italia es nuestra patria”, aseguraba una bandera culposa que alguien colgó en la tribuna. Los napolitanos no sabían por quién hinchar. ¿Por el país al que pertenecían o por el hombre que les había devuelto la dignidad que sus propios compatriotas les habían quitado con burlas y actos de racismo? “Ahora se acuerdan de que Nápoles está en Italia”, dijo Maradona poco antes del partido.
El partido fue el mejor de la selección argentina en ese campeonato. Fue empate 1 a 1 y penales. Maradona metió el suyo y Sergio Goycochea atajó dos para que la selección pasara a la final. Italia había quedado afuera de su mundial, el que tenía que ganar.
La final fue el domingo 8 de julio de 1990 en Roma. Al igual que en 1986, Argentina y Alemania Federal se enfrentaron para definir al campeón. Durante la interpretación de los himnos, los italianos, que eran mayoría en el estadio (¿quizás porque habían comprado las entradas anticipando un triunfo de su selección?) se pusieron del lado alemán y silbaron como pocas veces se recuerde en una disputa deportiva.
Cuando la cámara enfocó a Maradona, los silbidos aumentaron. Los italianos agregaron insultos. Maradona contestó. Fue una guerra oral que duró pocos segundos y que tuvo la intensidad de un bombardeo.
La derrota argentina en esa final, por un penal todavía discutido, a cinco minutos del final, entregó a un Maradona triste, enfocado como siempre, con la cara llena de lágrimas. Los italianos lo silbaban cada vez que su imagen aparecía en las pantallas gigantes del estadio. Carlos Bilardo intentaba taparlo.
Maradona regresó al Napoli y volvió a salir campeón, pero Italia ya era tierra imposible para el 10. Su salida era inevitable y se produjo ocho meses después de la final en Roma. En marzo de 1991 Diego dio positivo en el control antidóping realizado tras el partido contra el Bari. Recibió una suspensión de quince meses que lo mantuvo alejado de las canchas hasta que retornó en Sevilla, en 1992.
Años después, la prueba anti dopaje fue puesta en duda. En octubre de 1998, trabajadores del laboratorio Acqua Acetosa, donde se efectuó el antidóping, aseguraron que las máquinas no estaban en condiciones de efectuar exámenes indiscutibles. Ya era tarde. Maradona se había retirado el año anterior. Sin embargo, Nápoles siguió amando a Maradona y así seguirá por siempre.
En 1996, Los Piojos publicaron el disco Tercer Arco, que incluía el poema recitado “Intro Maradó” y la canción “Maradó”, un clásico de la banda de Andrés Ciro. En aquel tema se mencionaba la lucha contra “la Italia rica”, anticipaba el retiro que se veía cercano (“Ya no hay goles que den de morfar”) y mencionaba que “cuando se caigan a pedazos las paredes de esta gran ciudad” el mito de Diego Maradona seguiría firme.