domingo 8 de septiembre de 2024
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Borracheras, peleas y denuncias de abuso | La Loma: el semillero del poder de Salta que hoy parece una pulpería

Dicen que la ingesta excesiva de alcohol explica que la Liga de los Profesionales haya perdido prestigio entre la élite provincial. Todos señalan como responsables a las autoridades del club: José Bruna y Manuel Venialgo. (Daniel Avalos).

Su historia se remonta a los años ochenta, aunque gozó de un crecimiento y una exposición mediática asombrosa durante fines de los noventa a fuerza de subsidios estatales que permitían ampliar las instalaciones en terrenos que el gobierno cedía en la zona oeste de la ciudad. Los campeonatos, a su vez, adquirían una sorprendente visibilidad a partir de coberturas gráficas y programas televisivos que difundían resúmenes de los partidos y entrevistas a las figuras de los encuentros. El fenómeno obnubilaba a los jóvenes de clase media que en muchos casos querían terminar sus estudios para ser parte de ese mundo.

Todo tenía sentido. Esa Liga no aportaba jugador alguno al fútbol profesional, pero sí potenciaba legisladores, jueces y funcionarios que en algunos casos resultaron piezas claves en el Poder provincial. En definitiva: la Asociación Cultural y Deportiva de Profesionales, cuyo complejo se conoce como «La Loma», devino en ámbito de reclutamiento de cuadros técnicos y políticos del romerismo. Nadie se acomplejaba de nunca haber pisado una unidad básica o desconocer la Marcha Peronista, todos reivindicaban la chance de que un profesional universitario ocupara los cargos jerárquicos de la administración estatal que antes monopolizaban «los políticos».

La Loma devino entonces en el club por excelencia de una clase media alta exitosa, deseosa de que los demás percibieran el éxito profesional obtenido, con ámbitos de socialización distinguidos –entre ellos el club– que se diferenciaban de las solemnidades patricias y las costumbres plebeyas.

Quienes creen haber forjado esa aura y quienes ingresaron al club deseosos de que la misma los envuelva, hoy reniegan del presente. Se trata de socios que consideraban injustas las notas periodísticas que los señalaban como arribistas aspirantes a nuevos ricos, pero que lamentan las nuevas informaciones que surgen. Empezando por la pelea campal entre los equipos de Abogados Z y Profesionales B, que arremetieron entre sí con ataques fulminantes, confusos y alborotados, mientras las parcialidades replicaban lo que sucedía en el campo de juego. También el feroz ataque contra un árbitro, que debió ser intervenido quirúrgicamente para que le enderezaran el tabique nasal que un compadrito vestido de jugador le quebró. Ni hablar del caso de una mujer que denunció haber sufrido abuso sexual en uno de los quinchos del predio; sin olvidar las escenas de pugilato en esos quinchos donde la ingesta de alcohol se extiende hasta altas horas.

Muchos atribuyen la debacle a esto último. Tienen razón en parte. Después de todo, se sabe que la borrachera despoja a las personas o a los lugares que los alberga del mucho o poco prestigio con el que contaban. Los quinchos de La Loma ya no se parecen a esos reductos en donde se tejían contactos y se desarrollaban lealtades en pos de la gran carrera personal. Ahora se asemejan a las pulperías del siglo XIX en donde la combinación de cerveza y prepotencia convierte a los profesionales en seres que ellos – no menos injustamente- creían exclusivos de otros paisajes, como el centenar de canchas en mal estado en donde veteranos y súper veteranos de los barrios disputan sus propios campeonatos.

«¿En qué momento se jodió La Loma?», se preguntan algunos socios. «Cuando asumieron Fernando Bruna y Juan Manuel Venialgo», responden otros. Se refieren a un contador público y a un licenciado en administración de empresas que asumieron como presidente y vice en abril pasado. Los acusan de pensar más «en recaudar» que en el «sentido histórico del club», aunque advierten que los cincuenta millones de pesos mensuales que embolsan con el bar, las fiestas sin control y el incremento de la cuota societaria que pagan más de dos mil jugadores, no se traduce en mejoras de los campos de juegos ni en obras de envergadura.

Con resignación casi cristiana, quienes lamentan el presente de La loma se contentan con rememorar lo que para ellos fue la edad dorada: los veinte años en que el ingeniero Carlos Robles o el abogado «Pichón» Martínez conducían el club. Añoranzas propias y extendidas a lo largo de un país y una provincia en donde la decadencia es la norma. Incluso en aquellos lugares que alguna vez se creyeron inmunes a lo berreta.

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