El 4 de marzo de 1964, la gendarmería apresó en Orna a los primeros insurgentes de un grupo que llegó a contar con 36 guerrilleros. Uno de ellos dijo ser peruano, aunque se trataba de un combatiente cubano que había escoltado a Che en la isla.
Jorge Paul, uno de los 35 guerrilleros que formaron parte de aquella experiencia, declaró alguna vez que “la selva en Orán crecía cinco centímetros por día”. La confidencia fue hecha en su Córdoba natal, cuando el que esto escribe recopilaba testimonios que luego dieron luz al libro La guerrilla del Che y Masetti en Orán, publicado por la revista cordobesa La Intemperie en el año 2005. Jorge Paul, de veinte años en 1964, había llegado a esa conclusión a partir de un método sencillo: cada día en el que se encontraba en alguno de los campamentos guerrilleros elegía uno de entre los miles de arbustos existentes y lo medía con precisión de mecánico. Repetía la operación al día siguiente y comprobaba que en el transcurso de 24 horas la hierba seleccionada había crecido un promedio de cinco centímetros.
Esa selva voraz fue la que terminó comiéndose a Jorge Ricardo Masetti, el Comandante Segundo, y al guerrillero Atilio cuando huyendo del cerco que la gendarmería había montado contra la guerrilla, decidieron quedarse en un punto de la selva a la espera de que los hombres a su mando volvieran a buscarlos. Semanas antes, la gendarmería había apresado a cuatro guerrilleros que cavaban un vivac en La Toma de colonia Santa Rosa en el departamento de Orán.
Entre esos guerrilleros se encontraba Alberto Castellanos, un lugarteniente del Che en Sierra Maestra y en cuyo domicilio contrajo matrimonio el mismo Guevara con su segunda esposa. Los que dejaron a Masetti y Altamira para volver a hacer contacto con el resto de los hombres de ese grupo, estaban comandados por otro cubano de confianza del Che: Hermes Peña, un experimentado combatiente que llegó a ser jefe de la guardia personal del legendario guerrillero argentino-cubano. El grupo de Hermes logró hacer contacto con los otros guerrilleros aunque la mayoría de ellos terminaron apresados, muertos por inanición o en combate, como el mismo Capitán Hermes.
De Masetti y Altamira nunca más nada se supo. El primero había sido periodista de radio “El Mundo” en la década del 50 del siglo XX y encontró notoriedad cuando logró transmitir un reportaje a Guevara y Fidel Castro desde la Sierra Maestra, antes de que estos protagonizaran la entrada triunfal a La Habana en 1959. La experiencia determinó la vida de Masetti quien terminó comprometiéndose con la revolución cubana cuando, invitado por sus líderes, organizó Prensa Latina: el servicio de informaciones de la nueva Cuba. Allí Masetti consolidó su amistad con el Che y abrazó las ideas de este tendientes a continentalizar la revolución a partir de la lucha armada. Atilio Altamira, por su parte, era uno de los muchos jóvenes cordobeses que simpatizando con la experiencia cubana se sumaron a la aventura de Orán en donde experimentados combatientes de la isla estaban involucrados.
Crónica de una revolución frustrada
El 21 de junio de 1963 Masetti ingresó clandestinamente y por tierra a Orán desde Tarija. Lo hizo junto a cuatro hombres – un cubano y tres argentinos – que habían sido adiestrados militarmente en la isla. En agosto arribó un contingente de guerrilleros reclutados en Córdoba y Buenos Aires que mayoritariamente eran universitarios y escindidos o expulsados del Partido Comunista por apoyar a la revolución caribeña y el método de la lucha armada. Hasta marzo del 64, la selva de Orán albergó poco más de treinta guerrilleros que se abocaron al reconocimiento del terreno, la construcción de vivacs y el traslado de armamentos y equipos de comunicación desde Emboruzu (Bolivia).
En noviembre del 63, por ejemplo, los insurgentes Héctor Jouvé, Henry Lerner, Jorge Guille y Federico Méndez trasladaron desde Bolivia a Orán y por medio de la selva alimentos, armas y un equipo de comunicación de la CIA que años antes los cubanos arrebataron a los invasores de Bahía de Los Cochinos que habían recibido el apoyo militar y financiero de EEUU.
En marzo del 64 comienza el principio del fin. En un campamento de la localidad de La Toma, a escasos kilómetros de la localidad de Colonia Santa Rosa, se encontraban la mayoría de los guerrilleros que se aprestaban a recibir a nuevos reclutas. Entre estos se encontraban dos agentes del servicio de inteligencia de la Policía Federal que infiltrados desde hacía meses en organizaciones de izquierda, tenían órdenes de adherir a los grupos que manifestaban simpatías castristas.
Cuando el arribo ocurre, Masetti y parte de sus hombres se internan en la selva dejando en cercanías de La Toma al experimentado Alberto Castellanos junto a Federico Frontini y Oscar del Hoyo para instruir a los “novatos” y esperar provisiones desde la ciudad de Salta. El cuatro de ese mes, el periodista devenido en guerrillero envía a Castellanos desde el interior de la selva dos guías: Diego Magliano y Henry Lerner. Uno debía acompañar a los “nuevos” hacia el grupo del jefe; el otro, esperar a que Castellanos, del Hoyo y Frontini terminaran de ocultar provisiones para luego guiarlos al mismo lugar. Magliano fue el encargado de escoltar a los reclutas nuevos pero mientras lo hacía debió lidiar con un incidente protagonizado por los dos agentes infiltrados que luego de desarmar a Magliano y herirlo en una pierna escaparon. Paradójicamente, esos infiltrados fueron atrapados por la gendarmería que desde hacía tiempo patrullaba la zona por denuncias de los lugareños en torno a la presencia de personas que vestían ropas militares.
Los datos que aportan los policías encubiertos resultan letales para la guerrilla. Los cuatro guerrilleros que había quedado en la Toma desconocían los hechos y se dividieron en dos grupos. Castellanos y Lerner se acercan al campamento para hacer contacto con los que arribaban de la ciudad de Salta; mientras Frontini y del Hoyo continúan excavando. Los primeros son sorprendidos por los gendarmes e inmediatamente amarrados y la misma suerte correrán los que, confiados y desarmados, excavaban en las cercanías. Un día después es apresado en una pensión de la zona céntrica de nuestra ciudad al estudiante cordobés Agustín Bollini Roca a quien le secuestraron materiales del EGP y una camioneta con la que se trasladaba al norte. Lo mismo ocurrió con otras personas de la capital provincial y Orán, en las localidades jujeñas de El Quemado, Ledesma, La Mendieta e incluso en la ciudad de Córdoba.
Es la caída del campamento de La Toma, sin embargo, lo que aísla a los hombres del EGP que se internaron en la selva y explica el fin de la experiencia que incluyó a muertos por inanición. En la selva los hombres de Masetti intentaron reorganizarse para resistir el asedio per ello resultó imposible. A las inclemencias del terreno y a la falta de provisiones se les sumó su propia dispersión. Héctor Jouvé, Miguel Colina, Jorge y Antonio Paul volvían del un pequeño poblado cuando encontraron una nota de Hermes Peña que informaba sobre los hechos de La Toma. Ambos grupos logran hacer contacto y con Masetti incluido deciden alejarse del escenario hacia Campichuelo para aprovisionarse de alimentos y volver en busca de compañeros que ya estarían padeciendo las consecuencias del hambre. La idea era de Jouvé, un joven estudiante de Medicina que llegó al monte en agosto del 63 y cuya importancia en la guerrilla fue creciendo paulatinamente.
Su plan era sencillo: apostaba a que la presencia del grupo en Campichuelo atrajera a la Gendarmería y liberara en parte la zona de La Toma en donde se encontraba el resto de los hombres; y también a que el retorno fuese rápido usando las aguas del río Piedras. Luego de días de caminata Masetti abortó el plan y ordenó el retorno. Comisionó a Hermes Peña, al mismo Jouvé y al resto a que retornaran y contactaran al grupo. El primero debía organizar un pelotón que se dirigiera hacia Yuto en busca de comida mientras Jouvé debía hacer contacto con los asediados y luego volver con ellos a recoger al propio Masetti quien decidió esperar en ese lugar por dolencias que lo aquejaban desde hacía tiempo. El guerrillero Atilio Altamira quedaría escoltándolo. El retorno de los hombres resultó trágico. Los accidentes ocasionados por la debilidad que padecían los guerrilleros, la misma hambre y algún enfrentamiento con la gendarmería, culminaron con muertes y hombres dispersos y hambrientos finalmente arrestados.
Atilio Altamira y Jorge Ricardo Masetti, el Comandante Segundo, el que había logrado, al decir de Rodolfo Walsh, “la mayor hazaña individual del periodismo argentino” al llegar hasta Fidel Castro y el Che en medio de la Sierra Maestra desaparecieron para siempre. Uno de los últimos compañeros que los vio fue Héctor Jouvé quien en una entrevista que finalmente terminara publicada en el libro “La guerrilla del Che y Masetti en Salta” me declaró que esa última vez fue un 21 de abril del 1964 a mitad del camino entre La Toma y Campichuelo. “Creo que quedó ahí, al lado de las hamacas. Ya estaba mal para seguir subiendo”. Ese “ahí” era un minúsculo punto en medio de una selva espesa y plagada de tipas, pacaráes, cebiles, tarcos y cochuchos sobre los que se levantaban las maromas, esa especie vegetal que germina sobre los mismos árboles. Todo coronado por esos helechos arborescentes que van de un árbol a otro dificultando la visión del cielo mismo.
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Los cubanos presentes en Orán
Hermes Peña
Campesino del oriente cubano, se unió a los rebeldes y luchó en la columna de Ernesto Guevara. En diciembre del 58, a días de la entrada triunfal a La Habana, durante los combates de Cabaiguán, el Che recorría la provincia en un jeep conducido por Alberto Castellanos y con sus guardias personales, Harry Villegas (Pombo) y Hermes Peña. Los sobrevivientes del EGP confiesan su admiración por Hermes. Imitando al Che, Hermes llevaba un diario de Orán que va desde el 21 de junio del 63 a los últimos días de febrero del 64. Las faltas ortográficas y de redacción son comunes y obedecen a que Hermes fue analfabeto hasta su incorporación a la columna de Guevara en donde aprendió a leer y escribir. En un encuentro con la gendarmería mató al gendarme Romero y días después fue emboscado en la finca El Bananal. Su cuerpo fue enterrado en una fosa del cementerio de Orán descubierta hace unos años y sus restos fueron repatriados a Cuba.
Alberto Castellanos
A diferencia de Hermes, el “mono” provenía de las ciudades del interior cubano. Castellanos relató al autor de esta nota la charla por medio de la cual el Che le informó sobre la misión en Orán y que también la testimonió a otros autores: “Vas a ir a un lugar y vas a encontrar gente conocida. No te vayas a disfrazar de indio que vos nos indio (…) y le dices a Villegas (Pombo) que no va porque adonde tú vas no hay negros. Y un negro y un blanco juntos en nada bueno andan. Yo voy pronto”. Castellanos fue detenido el 4 de marzo del 64 y estuvo preso en Villa Las Rosas hasta el año 1.968. En todo momento mantuvo su coartada de estudiante peruano de nombre Raúl Dávila. Al volver a Cuba se reincorporó al ejército de su país y llegó a General. Hace unos años volvió a Salta. Es el protagonista de un documental rodado por Alejandro Arroz que relata los momentos trascendentes de su vida: su lucha junto al Che Guevara, la Batalla de Santa Clara, la victoria final sobre el régimen de Batista y sus misiones internacionalistas en África, Nicaragua y Argentina.
Ricardo “Papi” Tamayo
En Cuba combatió en las columnas que dirigía Raúl Castro. Triunfada la revolución, el “Papi” se convirtió en un valioso elemento de la inteligencia cubana que fue la que lo puso bajo el mando del Che. Su misión en Orán era asistir al foco en las etapas iniciales con el objetivo de preparar el terreno para la incorporación del mismo Guevara al norte. Cuando cayó La Toma, el “Papi” no se encontraba en el lugar y huyó del país. Volvió a Cuba y junto al Che se dirigió a pelear al Congo y luego a Bolivia, en donde fue muerto el 30 de julio de 1967. El Che se refirió a su muerte en el “Diario de Bolivia” de la siguiente manera: “…era el más indisciplinado del grupo cubano y el que menos disposición tenía para el sacrificio cotidiano, pero era un extraordinario combatiente y un viejo compañero de aventuras en el primer fracaso de Segundo, en el Congo y ahora aquí” (Anotación del día 31 de julio de 1967).