Ya en el lugar, las coberturas resaltan lo que todo salteño sabe: que para la gente de Orán la actividad es “un trabajo legitimado” y que la famosa alambrada de Bullrich no terminará con la porosa frontera salto-boliviana.
Un equipo de la revista Viva del diario Clarín estuvo en Aguas Blancas y publicaron un largo informe de la ruta del contrabando a la que definieron como una “jungla que tiene sus propias leyes” y en donde los protagonistas principales son los “bagayeros”, “chancheros”, “paseros” o “pasadores”, “carreteros”, “lomeadores” y hasta los “campaneros”.
El interés que despierta el lugar entre los medios nacionales surgió tras la polémica generada por la alambrada de 200 metros que anuncio el interventor de ese municipio y que recibió el apoyo del gobernador Gustavo Sáenz y de la ministra de Seguridad nacional Patricia Bullrich. El objetivo declarado es combatir el narcotráfico, aunque los bagayeros también se sienten amenazados.
“Todos trabajamos, la gente es buena. El comercio mueve todo lo que es Bermejo y Orán. Pero a veces quedamos perjudicados con el tema del narcotráfico y la hoja de coca porque nos unen a todos en un solo rubro”, resume Ana, una bagayera, que tiene que cruzar para comprar en Bolivia haciendo uso de las chalanas, una pequeña embarcación en la que caben 15 personas.
Un viaje en chalana puede salir entre $ 500 o $ 1.000, dependiendo el horario. Es el “medio de transporte” más económico, pero no permite volver desde Bolivia con gran cantidad de bultos. El gomón, en cambio, puede costar hasta $ 5.000, pero los bultos que se pueden llevar son más pesados
Quienes se dedican al bagayeo compran en Bolivia indumentaria o electrónicos. Y utilizan sin problemas la moneda argentina del lado boliviano, aunque también pueden concretar las transacciones en dólares. A su vuelta, y en grupos, los bagayeros bajan las empinadas escaleras del fuerte boliviano, cargan sus pesados paquetes y esperan a que el gomón inicie su travesía en sentido del río desde la costa boliviana hasta la llamada “finca Carina”, un territorio privado que está a 3 kilómetros de Aguas Blancas. Ahí pagan otro peaje al dueño para evitar el control fronterizo legal, en donde la franquicia de ingreso de productos se estipula en 300 dólares mensuales por persona.
La proporción de los que se vuelcan por la vía ilegal es aplastante, según estimaciones del interventor municipal de Aguas Blancas. El ingreso legal acapara el 15% del bagayeo, mientras que la finca Carina se lleva el 85% restante. “Dentro de la finca, los que llegan deberán pagar, además, un precio aproximado de $ 5.000 por lona o bulto para trasladarse en auto hasta la ruta 50. Unos 24 kilómetros más allá, por la misma ruta de camino a la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán, hay que parar en el Puesto 28, en donde se hacen controles de Gendarmería Nacional con escáner para revisar las cargas” destaca la nota publicada por Viva.
La evasión de los controles y vías legales de ingreso al país también es lo que hacen, día tras día, los llamados “chancheros”, quienes toman este nombre por lanzarse a las aguas del Bermejo flotando sobre la carga que transportan, el “chancho”, que conserva hojas de coca y cigarrillos. Los chancheros se mueven en grupos de hasta 30 personas y responden a un jefe que les encomienda un bulto a cada uno. Cruzan el río a veces sin saber nadar. Ni bien orillan en la finca Carina, del lado argentino, se trasladan con su bulto hasta el “playón de descarga”, en donde hablan con los campaneros para saber si es que hay vía libre para seguir bajando hacia Orán.
Si no hay gendarmes a la vista, el chanchero toma su carga y se arroja por el río Pescado, otra corriente de agua que pasa por detrás del Puesto 28, más allá de los montes que cruzan los lomeadores. Así va, flotando como puede y tragando agua, hasta orillar río abajo en su playón de carga, desde donde se distribuirá la hoja de coca y el tabaco al resto del país.
El éxito en su viaje dependerá de la crecida del río. Si la hay, los chancheros navegarán con el bulto y será más difícil para la Gendarmería interceptarlos; pero si el río está bajo, los podrán detectar más fácilmente en cualquier punto del recorrido.
El rol del pasero o pasador toma mucha más relevancia porque su trabajo existe en donde nace una necesidad. En este puesto de control, los bagayeros tienen prohibido pasar más de un bulto por persona en el escáner, por lo que “contratan” a los paseros necesarios para dicha tarea. A cada uno se le paga unos $ 2.000 o $ 3.000 por viaje.
Los paseros cobran su trabajo y se vuelven a subir a un auto, en donde un conductor los espera. En el vehículo pueden llegar a subirse todas las personas que quepan, no hay límite. Solo hay que aguantar unos breves segundos hasta cruzar la ruta 50 por la banquina hasta el otro lado del Puesto 28.
Para evitar posibles controles fugaces de la Gendarmería, estos lomeadores tienen el apoyo de los llamados “campaneros”, que por lo general son mujeres que patrullan los montes con radio para avisar si surgen imprevistos. Los micros de larga distancia aguardan estacionados en el playón de Orán a que los bagayos se clasifiquen, se empaqueten y se carguen para el recorrido final.
Más de 6.000 familias en Orán viven del bagayeo, en ese trabajo “legitimado” del norte argentino, que corre con sus propios riesgos todos los días: perder la mercadería, convertirse en “mula humana” de algún narcotraficante, caer por “perejil” en algún operativo espontáneo de Gendarmería por transportar -engañados o no- cargas de droga.
“El bagayeo es ilegal, pero es una fuente de trabajo grandísima que ninguna empresa tiene ahora. Todos dicen que nosotros, los bagayeros, somos narcos. Pero, ¿no ven que hay gendarmes que caen? Hay algunos que incluso son políticos”, declara al medio citado Elena Reynoso, referente de los bagayeros de Orán, que desde los 17 años se gana la vida trasladando mercadería de Bolivia hacia Argentina.
“Estos micros salen a Buenos Aires, a Córdoba, a Santiago, a todos lados. Yo tengo gente que viene desde Tartagal, desde Embarcación, desde Colonia, desde Pichanal, todos ellos vienen a trabajar para acá. Todos los que quedan sin trabajo. Si Orán está como está es porque el bagayero lo ha levantado.”
Antes les costaba cargar el colectivo unos 3 o 4 días. Ahora no. Uno llega en el día, carga y sale. Un pasero que trabaja para un bagayero y que es rápido puede hacer dos o tres viajes en un mismo día.
Después del último enfrentamiento que se vivió en el Puesto 28, en donde hubo un muerto en un cruce con Gendarmería, Elena dice que busca calmar las aguas entre unos y otros. Según relata, el muerto era un bagayero que ese día no había logrado transportar mucha ropa y por eso había accedido a llevar una carga de coca.
“Nosotros no los queremos meter a todos en la misma bolsa, como ellos quieren hacer con nosotros. Los bagayeros somos una cosa, los narcos son otra y los políticos, otra. Nosotros trabajamos bien y queremos ser revisados. Pero en cambio el narco y el coquero no”, concluye.