En 1992, dos menores lograron fraguar sorteos y se llevaron más de medio millón de dólares.
¿Quién hubiera dicho que un par de pequeñuelos que cantaban números con la gracia y la pureza de un festival folclórico de tierra adentro podrían haber sido capaces de engatusar a toda la audiencia, a las autoridades y a los quinieleros y llevarse más de medio millón de dólares?
“Niños cantores estafaban a la Tómbola de Salta”, tituló el diario Clarín el viernes 20 de noviembre de 1992. En un pequeño recuadro, el matutino porteño daba cuenta del hecho, que había tomado notoriedad a partir de la denuncia de un agenciero. Los infantes habían reventado el corazón del Banco de Préstamos y Asistencia Social de Salta, que con la maniobra fraudulenta había perdido 600.000 dólares.
Bolas calientes
Los niños no actuaron solos. Entre sus cómplices se encontraba la tía de uno de ellos, propietaria de una subagencia de Tómbola, quien había confeccionado un centenar de boletas con apuestas que iban desde 200 hasta 1800 pesos.
Los dos niños lograron la estafa con una pericia magistral y una idea casi tan iniciática como su experiencia en el mundo delictivo: sólo tenían que cambiar las bolillas que salían del bolillero por otras que tenían escondidas y cantar los números que sus cómplices habían jugado previamente en una serie de agencias de la ciudad.
Mala jugada
Durante los dos primeros sorteos todo estuvo bien. El problema llegó por un error de logística básico que, quizás, podría atribuirse a aquella falta de rodaje en materia delincuencial: los chicos no tuvieron en cuenta que en los equipos aceitados cada integrante tiene un rol específico insustituible, irremplazable e incompatible con otros quehaceres dentro del objetivo.
Así fue como uno de los niños cantores fue a cobrar uno de los billetes ganadores con tres cifras a la cabeza. Grave error, el agenciero lo reconoció. Después de todo, era una cara familiar que veía con frecuencia a través de los sorteos televisados que miraba para estar atento a los números que salían sorteados. Además, el hombre notó que se trataba de una apuesta fuerte y recordó que la tarjeta había sido jugada una semana antes por una persona mayor de edad que no era cliente habitual, otro detalle que tenía presente. La sospecha creció, por lo que el agenciero dio aviso a las autoridades, que empezaron el espionaje que derivó en el final.
La caída
“El sábado pasado, cuando el menor cantó el 558, se comprobó que en varias agencias se habían jugado cartillas completas únicamente con el 558 a la cabeza. Sin dudarlo, el presidente del banco defraudado dio parte a la Policía”, informaba Clarín. La jugada había sido descubierta.
Al destaparse el escándalo, el gerente general del banco, Francisco Trovato, sumarió a cinco empleados y cesanteó a los ocho niños cantores que formaban parte de los sorteos. Por su parte, el presidente del Banco de Préstamos y Asistencia Social de Salta, Guillermo Fígalo, opinaba, con el diario del lunes (o el viernes) que nunca había estado de acuerdo “con que haya menores de edad trabajando”. “Ahora, y hasta que se computadorice el sistema del sorteo, trabajarán sólo jóvenes mayores de 18 años”, anticipaba.
El titular de la Cámara de Agentes de Lotería y Tómbola de Salta, Héctor Chaile, felicitó a las autoridades del banco y propuso una idea diferente a la de Fígalo: pidió que los niños cantores fueran reemplazados “por alumnas secundarias con buenos promedios, para dar más transparencia al sorteo».