El 10 jugó su encuentro final en la cancha de River.
EL 25 de octubre de 1997 fue un día importante para el fútbol argentino. Fue la última vez que Diego Armando Maradona jugó un partido de fútbol como profesional. Diego lo anunció algunos días después. En la cancha nadie sabía que estaban ante el momento final de un genio. Fue una despedida inesperada pero no sorpresiva.
Aquella tarde Maradona fue el capitán del Boca que le ganó a 2 a 1 a River en el Monumental. Pero el triunfo pareció ajeno. El 10 jugó sólo el primer tiempo y lo hizo de manera discreta. En el segundo, ya sin el histórico líder en la cancha, el equipo de la Rivera se soltó y logró el triunfo, advirtiendo el fantástico ciclo que estaba por comenzar un año después con Carlos Bianchi.
Maradona estaba a punto de cumplir 37 años y hacía tiempo que no tenía continuidad. Su irregularidad respondía a sus propios caprichos. Amo y señor del fútbol argentino, Diego hacía lo que quería. Entrenaba cuando le parecía y jugaba cuando se sentía en condiciones. La adicción le había torcido el brazo e inclinaba la balanza a su favor. Diego ya no tenía motivaciones para seguir jugando. Ni siquiera la selección, vedada para él desde la asunción de Daniel Passarella como DT.
Diego merecía una despedida acorde a su historia. La tuvo a medias, el 10 de noviembre de 2001, cuando la Bombonera lo homenajeó en la famosa tarde de «la pelota no se mancha». Pero ya era tarde: Maradona ya estaba fuera de estado, acarreando las lesiones de toda una vida de excesos dentro y fuera de la cancha. No sólo las drogas le pasaban factura. También las contínuas patadas de los rivales y las infiltraciones que se hacía en el vestuario para poder jugar a pesar del dolor.