Rodrigo Moscoso, director de la película “Badur Hogar”, estuvo el martes en la legislatura local. Agradeció el apoyo de la Cámara al rodaje del film y pidió “una oportunidad” al proyecto que fomenta y promociona la actividad. (Daniel Avalos)
Antes de que estallara el debate entre los diputados salteños por el anuncio presidencial de que el país retornaba a las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, se había producido un hecho singular: la presencia y las palabras de Rodrigo Moscoso, uno de los muchos realizadores audio visuales que trabajan en Salta. Se trata del director que en el año 2001 estrenó su primer largometraje titulado “Modelo 73” que participó de varios festivales internacionales; el fundador de la productora Shooting Salta que entre otras cosas desarrolló los videos para seis de las nueve salas que conforman el Museo Casa de Güemes; y es también uno de los impulsores de ARAS (Asociación de Realizadores Audiovisuales de Salta), la entidad fundada en agosto de 2011 para jerarquizar y promover la actividad profesional del cine y video y que hoy es la única del NOA legalmente constituida.
En este 2018, Moscoso está rodando su segundo largometraje: la comedia romántica “Badur hogar” que fue la que originó su presencia en la legislatura el pasado martes. Fue entonces cuando el director agradeció a la Cámara de Diputados los convenios de colaboración firmados y el préstamo de las instalaciones del Círculo de Legisladores de Salta para el rodaje de la película. Lo último supuso también que los diputados garantizaran los sueldos de quienes trabajando en ese lugar, podían perder ingresos por la inactividad al afectarse las instalaciones a la filmación. Pero Rodrigo Moscoso no sólo agradeció. También aprovechó para pedirles a los legisladores que le den “una oportunidad al proyecto de Ley de Fomento y Promoción para la Industria Audiovisual” que en lo central busca generar un Fondo que promueva ese tipo de producción.
El proyecto es de enorme importancia al menos por dos razones: surge en una provincia en donde la industria clásica fue siempre anémica y revela cómo la revolución comunicacional que vivimos fue pariendo en Salta a un sector que “manufactura” subjetividades sociales para producir bienes intangibles que a través de las herramientas electrónicas comunican imágenes y sensaciones.
No se trata de un colectivo numeroso, pero sí de uno que en todo el mundo impone sus modalidades al conjunto del mundo del trabajo generando dividendos y mano de obra nada despreciables. Lo uno y lo otro puede confirmarse a través de un informe publicado por ARAS en diciembre de 2015: sólo 50 socios cuyas edades evidencian la correspondencia entre ellos y la era comunicacional: el 54% tenía entre 31 y 40 años, el 31% entre 20 y 30 y el 15% restante iba de los 41 a 50 años. No obstante ello, la producción de ese colectivo entre el 2011 y el 2015 fue promisoria: 6 largometrajes, 15 cortometrajes, 7 programas de TV que incluyeron 6 Series y 1 Unitario y 312 comerciales entre spots (271), institucionales (31) y videoclips (9) que en total movilizaron un presupuesto de $24.858.840 y contrató un total de 2.959 trabajadores.
A esos datos podemos actualizarlo parcialmente con testimonios más recientes: el productor salteño “Lalo” Mamani quien fue el presidente de ARAS hasta hace poco y hoy forma parte del rodaje de la película “El maestro”, comunicó hace una semana que el presupuesto de la misma es de 15 millones de pesos; mientras el mismo Rodrigo Moscoso informó a los legisladores el pasado martes que “Badur Hogar” contratará un total de 200 trabajadores de los cuales 30 son permanentes y de estos últimos 24 son salteños.
Se trata, además, de generaciones que crecieron con paradigmas ajenos a los de la era de la imprenta. De los 50 realizadores censados por ARAS hasta el 2015, un 31% se formó en instituciones de Buenos Aires como la UBA (15%), el Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina (8%) y otro 8% en la FUC que es la sigla con la que popularmente se conoce a la Universidad del Cine. Otro 27% de los censados se formó en la Universidad Nacional de Córdoba y también en La Metro de esa ciudad que es una carrera de Diseño y Comunicación Audiovisual. Los formados en Salta representan un 27%: 19% egresados de la Universidad Católica y un 8% de distintos tipos de talleres. El rasgo más cosmopolita de esa colectivo, sin embargo, está dado por la participación de los censados -entre 2011 y 2015- en rodajes filmados en Salta o fuera de ella, pero a través de productoras de Buenos Aires, San Luis, Catamarca, Entre Ríos, Córdoba, Tucumán, Jujuy. EE.UU., Inglaterra, Italia, Francia, España, México, Colombia, Bolivia y Venezuela.
Un colectivo que finalmente forma parte de una galaxia web que por lo general en vez de mantenerse leal a teorías publicadas en libros consagrados, anda en búsqueda de novedades técnicas y narrativas que posibiliten nuevos descubrimientos tecnológicos y estéticos. Una mecánica que puede dar lugar a la emergencia de genios creativos, trabajadores de la cultura dedicados o aventureros improvisados que adquieren fama efímera por algún golpe de suerte, aunque, indudablemente, todo se dé en un marco en donde el vértigo por lo nuevo es la regla.
La ley y la plata
Desde hace un par de años al menos dos certezas atraviesan a ARAS: la realidad audiovisual salteña que empezó a rodar sin apoyo estatal local puede devenir en industria si la provincia la promociona como lo hace con la producción primaria o turística; y la Ley de Fomento y Promoción de la actividad es la herramienta adecuada para ello.
Moscoso lo enfatizó hace un año a quien escribe cuando en una entrevista sobre el tema desenfundó una batería de argumentos. Desde la sentencia de la cineasta salteña más famosa -Lucrecia Martel- quien a principio del 2017 declaró que “no hay industria audiovisual en el mundo que no cuente con apoyo estatal”; pasando por el potencial creativo de salteños que residen en Salta; hasta criterios que en las teorías económicas clásicas hacen alusión a las ventajas comparativas de las regiones y según las cueles estas deben producir aquello que les resulte menos costoso. “Hablamos de una industria liviana, que produce bienes culturales, que no requiere fletes para garantizar su distribución y exhibición en otros puntos del país y el mundo, que promueve industrias conexas que posibilitan múltiples contrataciones y que cuenta con algo que en la industria audiovisual es clave y no fácil de conseguir: un escenario natural diverso y asombroso”, precisó Moscoso aquella vez.
La historia del proyecto se remonta a abril del año 2017. Fue entonces cuando varios realizadores convocaron a referentes de la política salteña para explicarles que la actividad podía resultar estratégica para la provincia por su aporte a la generación de empleo, de divisas y su contribución a la especialización de profesionales. Quien terminó sentado en una reunión fue el presidente de la Cámara de Diputados, Santiago Godoy. “Era el único político de peso que fue aquella vez”, relató Moscoso en la entrevista ya mencionada en donde también precisó que en esa reunión los presentes desmenuzaron las experiencias de provincia como Misiones y Córdoba que cuentan con leyes semejantes a las que aquí impulsan.
Godoy, quien proviene de la era de la imprenta y no de YouTube, sugirió que la iniciativa debía pensarse en clave de emprendimiento industrial más que cultural, colaboró con la realización de Foros que precisaron los qué, los para qué y los cómo y finalmente rubricó el proyecto que en realidad es el resultado de una creación colectiva que tuvo como actores principales a los propios realizadores.
Nadie sabe de cuánto podría ser el monto destinado al fomento. Lo que sí se sabía hasta el año pasado es que el mismo no existe. Veamos: de los casi 25 millones de pesos que entre 2011 y 2015 ejecutaron doce productoras audiovisuales censadas por ARAS, el 61% provino del sector público y el 39% restante del sector privado. Del total del dinero público registrado (unos $15.250.000), el 80% correspondió al apoyo del gobierno nacional y sólo el 20% a fondos públicos provinciales, lo que representaba casi $3.000.000. De esa pequeña torta de dinero que provino del gobierno provincial, el 96% fue por pago de la producción de comerciales y spots institucionales y sólo el 4% provino de Fondos destinados al Cine. Traducidos en pesos esos fondos supusieron $120.000 en cinco años.
El pedido del sector, en definitiva, está lejos de ser descabellado. Por lo que representa hoy esa actividad, pero también por lo que puede representar su desarrollo para una provincia cuya matriz económica está atada a la extracción de recursos naturales, la administración pública, el comercio, la informalidad y a la que en las últimas décadas se sumó sólo el turismo. Corroboradas entonces las potencialidades del sector, la pregunta obligada se impone: ¿el rasgo flexible y móvil que caracteriza a los realizadores audiovisuales no supone la consolidación de la precariedad laboral?
Rodrigo Moscoso aseguró que no en aquella entrevista. Admitió que la temporalidad de los contratados depende de la concreción de proyectos gestionados por las productoras, pero asumía esa condición con la naturalidad propia de quien vive en una sociedad que ya no responde exclusivamente a las modalidades de trabajo configuradas por la sociedad industrial y que durante dos siglos fue la hegemónica. Además, enfatizaba, esa estacionalidad no supone precariedad.
“Aunque una productora no tenga empleados fijos esta todo blanqueado. Vos no podés estrenar una película sin antes certificar que pagaste las contribuciones que el SICA (Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina) establece, menos si tenés deudas con el SADAIC que se encarga de pagar los derechos de los autores musicales por ejemplo, o sin rendir cuenta del uso de los recursos al Instituto Nacional del Cine. Es una falacia creer que la producción audiovisual es una hippeada”, enfatizaba el director para dejar en claro que hacer cine no supone vivir en una relajada cultura de los domingos ni tampoco implica una libre relación con el tiempo frente a los horarios rígidos de los “trabajos fijos”. Moscoso, en definitiva, hablaba de una actividad que genera empleo de alto valor agregado, que es capaz de atraer inversiones y emplea una gran cantidad de profesionales y técnicos calificados que sin ayuda del Estado provincial lograron desarrollarse y que ahora demanda apoyo para dar un salto que impacte en la matriz económica provincial.
“Hace poco hablaba con una colega mía que después de venir de China me dijo ‘lo nuestro no tiene límites’ y es verdad”, decía Moscoso. Cuando uno lo escuchaba, creía saber de qué hablaba: de un tipo de producción que además de generar divisas posee una capacidad de almacenamiento infinita y a disposición de las personas a través de dispositivos que van desde el cine a un teléfono móvil. En medio de esos enormes cambios, a Moscoso le brotaba no obstante un provincialismo que evidenciaba que podía tener la cabeza en el mundo pero los pies en su tierra. “Hoy podemos filmar como se filma en todo el mundo pero la Ley tiene que ayudarnos al menos en dos cosas: filmar acá y desde acá y terminar con el complejo de sentirnos periferia para convertirnos en un centro de la actividad audiovisual”.