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Historia | La masonería de Manuel Belgrano explicaría por qué liberó a los prisioneros de la Batalla de Salta en 1813

La decisión le valió al prócer nacional cuestionamientos de las autoridades nacionales de entonces. El creador de la bandera y el general español al que derrotó – Pio Tristán – habían ingresado juntos a la masonería cuando eran estudiantes.

El 20 de febrero de 1813 nuestra ciudad fue escenario de un triunfo que Bartolomé Mitre calificó como el mayor logro militar de las armas nacionales en toda su historia. Por ello los trofeos de esa batalla fueron recibidos en Buenos Aires en marzo de ese mismo año en medio de una euforia popular que impulsó a que la Asamblea del año XIII recompensara a Manuel Belgrano con un sable con guarnición de oro y 40000 pesos que Belgrano destinó para la construcción de cuatro escuelas que nunca vio nacer.

Esa vez, el jefe español, Pío Tristán, esperó al ejército revolucionario en el Portezuelo seguro de que la estrechez del ingreso a nuestra ciudad permitiría resguardar mejor la misma. Enterado, Belgrano siguió los consejos de un salteño e ingresó al Valle por la Quebrada de Chachapoyas; a ello siguió el acampe en Finca de Castañares para un día después protagonizar la batalla que culminó con los realistas sitiados en las inmediaciones de la actual Plaza 9 de Julio.

Concluía así el impulso revolucionario que después de perder terreno hasta Tucumán, recuperó esa provincia, la nuestra y Jujuy, aunque Belgrano no se libró de las quejas: le reprocharon su blandura ante el enemigo por aceptar la demanda realista de una claudicación honrosa; que la retirada de los vencidos se acompañara con honores y que 2776 prisioneros recuperaran la libertad tras prometer no tomar nuevamente las armas. Todas medidas, según los detractores, que volvieron inútiles las ventajas que la victoria militar había otorgado.

El prócer argumentó que sus decisiones eran de corte político. Confiaba en que los “liberados” difundieran las virtudes de la Revolución en el campo de batalla pero también en el de los valores. Al razonamiento político lo acompañaba otro filosófico. Belgrano las explicitó en una carta a Feliciano Chiclana el 1° de marzo de 1813 donde afirmaba: “siempre se divierten los que están lejos de las balas y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los clamores de los infelices heridos”. Dejaba claro que la guerra en medio de la locura posee un lado bueno: el sufrimiento, el dolor, las privaciones y la muerte casi siempre impulsan a los que la protagonizan a tratar de terminarla.

Todos los razonamientos eran válidos, pero a ellos se suman otros que aportan los masones argentinos. En una nota publicada hace unos días por Daniel Santa Cruz en el diario LA NACIÓN, se recuerda que la masonería también puede explicar la conducta de Belgrano. “Es conocida la amistad entre Manuel Belgrano y el general español Pío Tristán, forjada en la Universidad de Salamanca donde ambos estudiaron derecho a fines del siglo 18. Con el tiempo, ya como altos mandos militares, la guerra emancipadora los llevó a enfrentarse en las batallas de Tucumán y Salta, cuando Belgrano conducía el Ejército del Norte, con victorias de los criollos. Belgrano parlamentó y pidió a Tristán que prometiera no volver a alzarse en armas contra su ejército y, en lugar de fusilar a los derrotados, los liberó en Alto Perú”, recuerda el autor.

“La historia dice que parte de los prisioneros españoles liberados volvieron del Alto Perú y derrotaron a Manuel Belgrano en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma, pero sin Pío Tristán, quien cumplió el juramento ante su amigo de no volver a atacar al ejército patriota. Ambos habían ingresado a la masonería juntos en sus épocas de estudiantes y debían cumplir el principio de respetar la palabra dada”, concluye.

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