martes 11 de febrero de 2025
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Enrique Santos Discépolo | El filósofo popular siempre vigencia en una sociedad gobernada por mediocres

Hoy se cumple un nuevo aniversario de la muerte del poeta, actor, dramaturgo y escritor. Falleció con apenas 50 y la mayoría lo recuerda por ser el autor de tangos memorables como Cambalache y Yira entre otros.

El hombre de la nariz prominente y de habla veloz, era sobre todo un cultor fenomenal de la sabiduría popular. Esa que por definición incluye a aquellos que careciendo de un conocimiento académico que los guie, logran desarrollar una enorme capacidad de observación, interpretación y clasificación que les permite acertar en el análisis de las cosas concretas y verbalizar las conclusiones con palabras precisas y ocurrentes. Lo último siempre es esencial porque no alcanza con saber cosas, sino que es preciso saber transmitirlas.

Discépolo encontró en el tango y en el lunfardo los medios para exteriorizar ese don en donde el desencanto y el pesimismo aparecen como incurables. Pero hay que entenderlo. Fue un hombre sensible que empezó a escribir y a componer en el país enajenado de los años treinta, cuando una oligarquía rancia propuso a la corona británica ser parte de su imperio con la condición de que nos siguieran comprando carne; y cuando esa misma oligarquía recurría a lo que denominó fraude patriótico con el objetivo declarado de que la chusma plebeya no accediera al poder como las elecciones transparentes lo posibilitaban.

Por eso uno de sus neologismos fue la palabra Quévachache, término que sirvió de título a otros de sus tangos y que literalmente significaba “que se puede hacer”, aunque dicho por Discépolo significaba mucho más: que hay cosas que desconciertan y ante las cuales nada se puede hacer ni tiene sentido que se haga, que a veces conviene no intentar descifrar actitudes y argumentos que recurriendo a malabarismo verbales logran que la realidad se vuelva “inextricable” – término que es más propio de Borges – para definir todo aquello que resulta enmarañado, equivoco, turbio e insoluble.

La historia de nuestro país da fuerza a los argumentos de aquellos que aseguran que Discépolo nunca pierde vigencia en tanto país que nunca puede ser del todo bonito porque ni es el mejor del mundo como muchos dicen; ni es tierra de progreso como alguna vez lo fue; tampoco es solidario, aunque haya gente solidaria; o porque ya no existe esa movilidad social que brindaba igualdad de posibilidades para cualquier persona de cualquier origen. Un país en el que dejó de existir la idea de que acá nadie se muere de hambre y que abandono el camino que alguna vez pareció encaminarlo a la industrialización. Y si de seguir clavándonos cuchillos al pecho se trata, somos el país que cada tanto ejecuta lo que para Discépolo era la máxima deshonra para un ser humano: “quitarle el pan a la vieja”, que hoy serían nuestros jubilados y que Discépolo evoca en su tango “Esta noche me emborracho”. Allí relata cómo le quitó el pan a la vieja para satisfacer los caprichos de una mujer que diez años antes era pura belleza y luego devino en un cascajo.

En el aniversario de su muerte, su recuerdo viene a recordarnos los tangos y las palabras de ese ser frágil que consumió todas sus fuerzas en sólo medio siglo y que efectivamente puede ser considerado un pesimista, alguien que nos cuentas sus penas y desengaños, aunque también ande buscando los huecos por donde nos filtra alegrías inesperadas que dan aliento y nos permiten seguir.

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